enero 2015

15:34
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Las montañas que nos rodean están blancas y caen copos abundantes que no llegan a cuajar. Estamos en invierno y aprieta el frío. Es tiempo para el interior, para el calor, para el hogar y la reflexión ¡Cuidado con el frío!


Así de oscuro se veía hoy el cielo ¡Qué noche de frío nos espera!


07:53

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Homilía para el IV domingo durante el año B


El Evangelio comienza con estas palabras: “Jesús entro en la sinagoga en el día del Sábado y comenzó a enseñar…” Consideremos un poco el contexto de esta narración en el Evangelio de Marcos. Estamos en el inicio del Evangelio. Jesús ha sido bautizado y ha elegido a sus discípulos. Entonces, dice exactamente el texto del Evangelio, él y sus discípulos fueron a Cafarnaúm, e inmediatamente, en el día Sábado entró en la sinagoga para enseñar. Curó inmediatamente (usa este adverbio) un hombre que estaba afectado por un espíritu impuro.


Es este el inicio del ministerio de Jesús, según el evangelio de Marcos, y es la primera vez que habla en público y el primer milagro que realiza. En este punto los evangelios de Mateo y Lucas ponen el Discurso de la Montaña. En cuanto a Marcos el no menciona el contenido de la predicación. Lo único que quiere subrayar es que Jesús hablaba con autoridad, hasta tal punto que todos estaban sorprendidos. Pero hay más. Entonces, que nos dice Marcos, Jesús hacía dos cosas 1) enseñaba y 2) expulsaba a los espíritus malignos, y ambas cosas las hacía con autoridad


Marcos subraya también el contraste entre el espíritu maligno y Jesús. En la mentalidad del tiempo, se creía que era posible expulsar un espíritu maligno utilizando unas fórmulas, y sobre todo, que se podía ejercer autoridad sobre un espíritu o sobre alguien si se podía llamarlo por su nombre. Es la razón por la cual el espíritu maligno dice a Jesús: “Yo sé quién eres tú, eres el Santo de Dios”. No se trata aquí de una declaración de fe, ciertamente, sino de un esfuerzo por parte del espíritu maligno de poner bajo su control a Jesús, pero Jesús no utiliza esos artificios. Dice simplemente “Calla (sin duda ha utilizado una expresión más popular) y sal de este hombre”. Simplemente una orden, pero expresada con autoridad.


Por eso el pueblo está sorprendido: “Enseña con autoridad, dicen, y expulsa a los demonios con autoridad”.


Había en el pueblo de Israel, antes de la venida de Cristo, tres funciones o mediaciones importantes, interdependientes pero distintas la una de la otra: la del Rey, la del Sacerdotes y la del Profeta. Al rey le competía la esfera política y al sacerdote la esfera del culto, pero, el profeta era portador de la Palabra de Dios en todos los aspectos de la vida, individual o social.


Jesús siempre se ha manifestado no como sacerdote o rey, sino como profeta. Eran empero un tipo de profeta totalmente inédito. No es simplemente el portador de un mensaje divino, el enuncia en nombre propio también; y ejerce la autoridad sobre los espíritus malignos en su propio nombre. Más tarde mandará a sus discípulos a enseñar y expulsar demonios igualmente en su nombre.


La curación, como así también la enseñanza, no constituyen un servicio individual ofrecido a personas aisladas; esto hacía parte de la construcción del Reino. Era una obra de amor, que introducía al enfermo en el poder salvífico del Misterio Pascual.


El poder salvífico de Cristo llega a nosotros a nuestra limitación y a la realidad de la creación. En este evangelio aparece el diablo, a veces o lo borramos totalmente: el diablo no existe, o le damos más poder del que tiene y lo hacemos un dios paralelo, cambiando nuestra fe en superstición. Nunca un papa ha hablado tanto del demonio como el papa Francisco, no tengamos dudas, el diablo existe y trabaja, pero si nosotros estamos a la luz del misterio pascual y nos refugiamos en la enseñanza y salud que Jesús nos ofrece, nada nos dañará, al contrario maduraremos enfrentando nuestras luchas y enfermedades.


La celebración de la Eucaristía es nuestro acceso dominical, o cotidiano, al poder salvífico de Jesús. Ahora que la celebramos, acerquémonos a Jesús con fe, exponiéndole todas nuestras heridas y todas nuestras enfermedades físicas, psicológicas o espirituales, y él nos hará acceder a una nueva vida. En unión con María vivamos de esta certeza.




(Cfr. www.almudi.org)















La verdad del amor

Ficha técnica


  • ISBN: 9788496899445

  • Autor: Roberto Esteban Duque

  • Editorial: Sekotia

  • Temática: Iglesia Católica

  • Encuadernación: Rústica

  • Alto: 21cm

  • Ancho: 15cm








La propuesta cristiana nos recuerda que el hombre ha sido creado y existe para ser colmado por la libre acogida del amor que Dios es: si para pasar de la sexualidad al amor se precisa un acto de negación y de muerte, para pasar del amor humano al amor divino se necesita un nuevo nacimiento.



PRECIO

7,00 €







  • Recomendación de Criteria




El presente ensayo considera que el amor, incluso en la persona escéptica, atea o agnóstica, se hace religioso, sobrepasa el reconocimiento y la mutua reciprocidad para elevarse y convertirse en adoración. La descomposición actual del amor humano es el resultado de la ausencia del Amor en la vida. Así considerado, el Amor en sí mismo vendría a ser quien asegura el intercambio amoroso; el sentido último de la comunión entre los hombres radica en la presencia ante Dios.



Esta verdad del descubrimiento del Amor como aquel que funda, une, capacita, comprende y expande el amor con que se aman el hombre y la mujer, es analizada en esta obra –y de un modo magnífico– en el ámbito del matrimonio y de la familia, así como en importantes obras literarias y en la historia de la filosofía





Sobre el autor



Roberto Esteban Duque



nació en Mira (Cuenca) en 1963. A los 21 años descubre su vocación en la lectura providencial de los acontecimientos, recibiendo el ministerio sacerdotal de manos del obispo José Guerra Campos en el año 1991. Cursa el bachiller en Teología en la Universidad San Vicente Ferrer de Valencia, y la licenciatura en Teología, especialidad en matrimonio y familia, en la Pontificia Universidad Lateranense de Roma. Es doctor en Teología Moral por la Facultad San Dámaso de Madrid. Además de La concupiscencia en el Magisterio de Juan Pablo II y A la búsqueda de la felicidad, es autor de Ensayo sobre la muerte, un destacado libro donde se combina el rigor de la investigación y el estudio clásico con la obra contemporánea y los temas de actualidad sobre el enigma de la muerte






16:24

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SAN JUAN BOSCO
FUNDADOR

(† 1888)


Como dice Pío XI en la bula de canonización, muy difícil es bosquejar en pocas líneas esta figura gigantesca. Nació en Becchi (Casteinovo de Asti – Italia), el 16 de agosto de 1815, y el mismo día fue regenerado con el agua bautismal. A los dos años quedó huérfano de padre, que se llamaba Francisco. Afortunadamente su madre, Margarita Occhiena, inteligente y santa mujer, supo educar a sus dos hijos José y Juan y al hijastro Antonio como mejor no se podía pedir. Modelo de madres, su vida merece ser conocida, difundida e imitada.


Desde la más tierna infancia Juan manifestaba gran despejo de inteligencia, apego a su propio juicio, tenacidad en sus propósitos, tendencia al dominio sobre los demás, ternura de corazón, desprendimiento y generosidad. Margarita supo cultivar lo bueno y cercenar lo malo de todas estas inclinaciones. Ante todo, fomentó en sus hijos la piedad, una piedad varonil y profundamente sentida, franca y abiertamente practicada. “Dios nos ve; Dios está en todas partes; Dios es nuestro Padre, nuestro Redentor y nuestro Juez, que de todo nos tomará cuenta, que castigará a los que desobedecen sus leyes y mandatos y premiará con largueza infinita a los que le aman y obedecen. Debemos acostumbrarnos a vivir siempre en la presencia de Dios, puesto que Él está presente en todo”.


Les enseñó a amar e invocar a la Virgen Santísima y al ángel de la guarda, y a apreciar debidamente el tesoro del tiempo.


Pronto se desarrolló en Juanito la sagrada fiebre del apostolado. Ya a los siete años reunía a sus compañeros para enseñarles a rezar, repetirles lo que ola en las pláticas y lo que su santa madre le enseñaba, pacificarlos en sus riñas y disensiones, corregirlos cuando hablaban o procedían mal, jugar con ellos y entretenerlos “para ayudarlos a hacerse buenos”.


Juan Bosco es uno de los hombres que más han “soñado”, es decir, que Dios le manifestaba en sueños su voluntad y le decía muchas cosas, como a José, el hijo de Jacob, que precisamente por sus sueños llegó a ser virrey de Egipto; como al profeta Daniel; como al mismo patriarca San José. A los nueve años tuvo el primero de sus “grandes sueños”. Bajo la alegoría de una turba de animales feroces que se truecan en corderos y algunos en pastores, se le indica su misión en el mundo: educar la juventud, trocar, mediante la instrucción religiosa, cívica, intelectual y moral, a los díscolos en buenos y perfeccionar a los buenos. Es el mismo Jesús quien se la asigna, y para que pueda desempeñarla, le da por madre y maestra a la Virgen Auxiliadora. Para cumplirla, desea hacerse sacerdote.


Pero ¡cuántas dificultades le salen al paso!: pobreza, oposición de su hermanastro, burlas, muerte de su principal bienhechor… Mas de todas triunfa con la constancia y la confianza en Dios.


Aunque deseara ardientemente hacer la primera comunión, sólo a los diez años – y eso tan sólo en atención a su gran preparación – se le concede. En esa ocasión hizo propósitos que fueron norma de toda su vida.


Antes de poder estudiar regularmente, y durante sus primeros estudios, para ayudar a pagarse la pensión tuvo que servir como mozo en granjas y en cafés, trabajar de sastre, de zapatero, de carpintero y herrero, de repostero y sacristán, como que tenía que fundar y dirigir prácticamente escuelas profesionales y agrícolas. En todas partes seguía ejerciendo el apostolado. Entre sus compañeros fundó la “Sociedad de la Alegría” y una especie de academia artístico – literaria, Y para atraer a los catecismos a chicos y mayores se hizo hábil titiritero, atleta e ilusionista. Dotado de una magnífica voz y de un oído finísimo, cantaba y tocaba armonio, piano, violín y algunos otros instrumentos. Poseyendo una memoria prodigiosa y una inteligencia comprensiva, además de las asignaturas de los cursos filosóficos y teológicos, estudió a fondo las literaturas italiana, griega, latina y hebrea, y llegó a hablar el francés y el alemán lo suficiente para entender y hacerse entender. Todo esto era una providencial preparación para cumplir debidamente la misión asignada por Jesús, desde el primer sueño. Estos seguían jalonando su vida, a medida que se iba acercando el tiempo de ponerla en ejecución.


Mientras estudiaba el segundo año de teología hizo pacto con su compañero Luis Comollo de que el primero que muriera vendría, permitiéndolo Dios, a darle al otro noticia de la otra vida. Murió Comollo y la misma noche se presentó en el dormitorio con tremendo aparato, para decir al amigo, oyéndolo todos, que estaba salvo. De la impresión muchos enfermaron, entre ellos el mismo Juan, quien dice en sus memorias que “esos pactos no se deben hacer, porque la pobre naturaleza no puede resistir impunemente esas manifestaciones sobrenaturales”.


Ordenado sacerdote en 1841, por consejo de su director San José Cafasso, siguió en el Convictorio Eclesiástico de Turín los tres cursos de perfeccionamiento de la teología moral y pastoral, y al mismo tiempo estudiaba las condiciones sociales de la ciudad, del campo y del tiempo en que vivía. Ejerciendo el ministerio en cárceles y hospitales, y reparando en lo, que sucedía en las calles y plazas, en los talleres industriales y en las construcciones, le llamó la atención el número enorme de chicos que, abandonados de los padres, o huérfanos, vagabundeaban, con evidente peligro de perversión y constituyendo una amenaza social: y decidió remediarlo en cuanto pudiera. Así concibió la idea de los “oratorios festivos” y diarios. Pronto la Providencia le deparó la ocasión de empezar. En la iglesia de San Francisco de Asís – el santo del amor universal – estaba revistiéndose para celebrar la santa misa, cuando entró, curioseando, un chico de quince años, albañil de oficio, y pueblerino. El sacristán le dijo que ayudara la misa y como no sabia, lo riñó y golpeó. Don Bosco tomó su defensa y, terminada la misa, se entretuvo consolándolo y haciéndole las preguntas que convenían a su intento. Ignoraba hasta el padrenuestro y el avemaría, lo invitó a arrodillarse con el ante un cuadro de la Virgen, y rezaron con inmenso fervor el avemaría. Y, acto seguido, le dio la primera clase de catecismo. Le invitó para el domingo siguiente. Y el chico cumplió, trayendo otros compañeros. La obra de los oratorios festivos habla nacido y con ella toda la grandiosa obra salesiana. Aquella oración a la Virgen le dio gracia y fecundidad.


Al salir del Convictorio se le ofrecieron halagadores empleos en la diócesis. Mas como no sentía atractivo hacia ninguno de ellos, consultó con su santo director San José Cafasso. Este le consiguió la dirección del “refugio”, obra para niñas, de la piadosa marquesa Julieta Colber de Barolo y allí, a su vera, pudo desarrollar su Oratorio. Como éste crecía sin cesar y a la señora marquesa le molestaba la algazara de los chicos, lo puso en opción o de abandonar a los chicos o de, dejar el refugio. Dejó el refugio. Y… se encontró en la calle, con una grande obra entre manos, sin un céntimo, por añadidura. En sueños, la Virgen le conforto, Y algunos medios le vinieron. El Oratorio tuvo una vida trashumante: una plaza, un cementerio abandonado, unos prados. Pero hasta de éstos tuvo que emigrar. Fue la única vez que sus chicos le vieron triste y llorar. Mientras paseaba lleno de amargura por un extremo del prado, llama su atención hacia otro prado vecino un resplandor: ve una grande iglesia y alrededor de su cúpula este letrero de luz y oro: Hic domus mea; inde gloria mea: (“aquí mi casa; de aquí saldrá mi gloria”). Por la noche, otro sueño más detallado le dejó entrever el porvenir y hasta la fundación de una nueva congregación religiosa adaptada a las necesidades de los nuevos tiempos.


Pudo comprar el prado. Su dueño, el señor Pinardi, le dio facilidades. La providencia le mandó bienhechores y cooperadores. Edificó una casa y una capillita.


Pero aún estaba solo. Propuso a su madre fuera a acompañarlo. Y aquella santa mujer, que aun en su pobreza vivía como una reina con su hijo José y sus nietecitos, lo abandonó todo, y fuese a Turín a compartir con su hijo sacerdote la pobreza y las penalidades, pero también la gloria y las satisfacciones de un apostolado original y fecundísimo. Diez años vivió allí, siendo la madre de tantos huérfanos, viendo la proliferación de aquella obra que se consolidó en unas escuelas de externos e internos y dio origen a varios otros oratorios base de nuevas obras, hasta el 25 de noviembre de 1856, día en que el Señor se la llevó para premiarle sus sacrificios y la caridad ejercidos por su amor. Algún tiempo después se apareció a Juan y le dejó entrever una ráfaga de las delicias del cielo.


El Santo levantó una iglesia para sus niños, dedicándola a San Francisco de Sales. Las visiones o sueños le daban a entender que debía fundar una congregación religiosa que, aplicando sus métodos, educara a las juventudes, especialmente a los obreros, y tratara de armonizar las clases sociales, y que los socios tendría que formárselos entresacándolos de los mismos niños que él educaba. Así nació la sociedad salesiana, cuyos primeros socios profesaron en 1859 y que fue definitivamente aprobada en 1868.


En 1865 puso la primera piedra del santuario de María Auxiliadora, y en 1867 la última. A fuerza de milagros la Virgen se había edificado su casa. El santuario – basílica es uno de los cuatro o cinco en que se manifiesta más claro y poderoso el influjo de la Virgen. Con el santuario nació la “Archicofradía de María Auxiliadora”.


En 1872 fundó la Congregación de las Hijas de María Auxiliadora, con reglas similares a las de los salesianos. También se fundó la Asociación de Antiguos Alumnos. En 1875 fue aprobada por la Santa Sede la “Pía Unión de los Cooperadores Salesianos” o Tercera Orden Salesiana. Por órgano le dio El Boletín Salesiano.


La actividad del Santo se desplegaba en todos los campos del apostolado católico. La prensa le debe multitud de publicaciones fijas y periódicas: hojas volantes, libros de texto y de. propaganda, colecciones de clásicos italianos, latinos, griegos, biblioteca de la juventud, biblioteca de dramas, comedias, cantos, romanzas, zarzuelas, música religiosa. Entre los talleres de sus escuelas profesionales nunca falta la imprenta. Hasta fundó una fábrica de papel, la primera que funcionó en Piamonte. Don Bosco es también un gran escritor. Presta a la Iglesia grandes servicios como diplomático oficioso.


Las dos congregaciones y la Tercera Orden crecieron fabulosamente. Tuvieron casas en todas partes. En 1875 inauguró las misiones, cuya primera expedición destinó a la. evangelización de las tribus de la Patagonia y Tierra del Fuego, en Argentina y Chile.


“Lo sobrenatural se había hecho natural en él”, según frase de Pío XI. Leía en las conciencias, predecía el futuro, con la bendición de María Auxiliadora, toda clase de enfermedades, resucitó tres muertos. Sobre todo en sus últimos años, las multitudes lo seguían pidiéndole la bendición. Triunfales fueron sus visitas a París y Barcelona. En sus últimos años edificó la iglesia de San Juan Evangelista, en Turín, y la basílica del Sagrado Corazón, en Roma.


Aunque de fibra robustísima, el Señor le purificó con frecuentes enfermedades y molestias que no lograron debilitar su celo ni aminorar su espíritu de trabajo. En efecto, Don Bosco “es uno de los hombres que más han trabajado en el mundo”, como es “uno de los que más han amado a los niños”. Y dejó a los suyos el trabajo y la piedad como lema.


Murió en Turín el 31 de enero de 1888. San Pío X lo declaró venerable en 1907; Pío XI, que le había tratado personalmente, lo beatificó en 1929 y lo canonizó solemnemente el día de Pascua de Resurrección, 1 de abril de 1934. Es el patrono del cine, de las escuelas de artes y oficios, de los ilusionistas…




(Cfr. www.almudi.org)





(Deut 18,15-20) "Suscitaré un profeta de entre tus hermanos"

(1 Cor 7,32-35) "Os digo todo esto para vuestro bien"

(Mc 1,21-28) "Este enseñar con autoridad es nuevo"



“Se quedaron asombrados ...porque no enseñaba como los letrados, sino con autoridad”. El pueblo fue sensible a esta autoridad de Jesús ya que nunca emplea, como hacían los profetas, la fórmula típica: “Así dice el Señor”. Él habla siempre en nombre propio: Oísteis que se dijo a los antiguos, pero yo os digo. (cf Mc 2, 29).



Esta autoridad, tan distinta y tan superior a la de los mandatarios de este mundo, la ejerce sobre las fuerzas de la naturaleza, las enfermedades, la muerte y, como vemos en el Evangelio de hoy, sobre los espíritus malignos. “En Jesús hay, no un poder extraordinario, sino la misma omnipotencia divina” (K. Adam).



En la sinagoga donde estaba enseñando, un hombre que tenía un espíritu inmundo se puso a gritar: -¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros?” Esta acusación diabólica se refleja en la mentalidad de quienes sólo toleran a Dios y a su Iglesia en el ámbito privado, como un estorbo molesto, o un enemigo de la libertad y la justa autonomía humana. Hay quienes están interesados en imponer a gritos, a través de diversos medios, una cultura laicista, antirreligiosa, silenciando y ridiculizando lo católico, ofreciendo a cambio un goce egoísta. La Iglesia se asemeja así a su Maestro: “El siervo no es mayor que su señor. Si me han perseguido a mí, también os perseguirá a vosotros” (Jn 15, 20). El odio de los sin dios es estéril, pero es clarividente y sabe contra quien debe dirigirse. “Sé quién eres: el Santo de Dios”, dijo este poseso de Cafarnaún.



Hay un pecado que, de un modo reposado y con la cabeza serena, dice no a Dios. Es la postura de los instruidos de todos los tiempos y que J. Pieper ha expresado admirablemente: “Un Dios impersonal, ¡bien está!: un Dios subjetivo de los verdadero, bello y bueno detrás de nuestra mente, ¡mejor todavía! Una fuerza vital informe..., ¡eso es lo mejor de todo! Pero Dios mismo, vivo, que tira de la otra punta de la cuerda..., el Rey, el Esposo, ¡eso es algo completamente distinto!” Y viene el rechazo.



Pero con Jesucristo ha entrado en la historia humana este misterio de luz y de salvación. Este poder que se impone a cualquier otro, permanece en su Iglesia y no significa subordinación de todo lo que hace la vida más rica y gratificante. Al contrario, Él devuelve al hombre y a la sociedad su ser original, como devolvió la salud a este poseso de Cafarnaún.




12:16

“¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quien eres: el Santo de Dios. Jesús le increpó: “Cállate y sal de él”. El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió”. (Mc 1,21-28)


Jesús no comenzó por levantar templos ni capillas para tener su propio espacio donde anunciar el Evangelio.

Va allí donde sabe que puede encontrarse con la gente. No importa si el espacio no es suyo o incluso corresponde a los de la oposición.

Para él los lugares y los espacios tienen poca o ninguna importancia. Los importantes son los hombres que allí puede encontrar.


No sé qué pensarían hoy muchos si vamos a anunciar el Evangelio a lugares que son de otras confesiones.

No sé lo que me dirían mis Superiores si me dedicase a predicar el Evangelio en lugares de poca reputación.

Jesús se siente libre en cualquier lugar y espacio: las sinagogas, las casas de publicanos, las casas de los pecadores públicos.


Y en la sinagoga se encuentra con un pobre hombre poseído de un mal espíritu. Y lo que llama la atención es:

En la sinagoga se explica la ley, pero se olvidan del pobre hombre.

En la sinagoga nadie parece dar importancia al pobre hombre privado de su libertad y esclavo del espíritu inmundo.

El misma parece sentirse bien en aquel ambiente.

Pero, tan pronto ve a Jesús, ya se siente perturbado e inquieto.

Y en plana sinagoga y en pleno sábado, Jesús lo sana y le devuelve la libertad.

Así como no hay espacios prohibidos para anunciar el Evangelio, tampoco existen para él, espacios y tiempos sagrados, para no preocuparse de la salud de los hombres.


Resulta de lo más curiosa la resistencia que nuestros malos espíritus tienen dentro de nosotros. Porque, ¿alguien se siente libre de algún mal espíritu?

“Lo retorció.

“Dando un grito muy fuerte, salió”.


Es fácil dejar entrar los malos espíritus en nuestro corazón.

Lo difícil es luego echarlos fuera.

La experiencia de cada uno nos lo dice cada día:

¿Que tenemos ese mal espíritu del orgullo?

¡Qué difícil regresar a la humildad?

¿Que tenemos ese mal espíritu del alcohol?

¡Cuánto cuesta luego ser libres frente a una botella?

¿Que tenemos ese mal espíritu de la droga?

¡Díganme cuanto hay que gastar para una terapia de desintoxicación!

¿Que tenemos se mal espíritu de la infidelidad?

¡Me quieren contar cuántos argumentos y cuántas razones aducimos para justificarnos!

¿Que tenemos ese mal espíritu de la murmuración y chismografía?

¡Y todos salimos con el cuento de que no lo hacemos por mala voluntad”.

¿Que tenemos ese mal espíritu de ser unos amargados en casa y que amargamos a medio mundo?

¡Claro, es nuestro carácter, “yo soy así”.

¿Qué tenemos ese mal espíritu de la ludopatía, esa nueva droga de nuestros días?

¡Pero si es para pasar el tiempo porque en casa me siento aburrido o aburrida!


Bueno, mejor no seguimos, ¿verdad?

Pero cómo nos retuercen y se nos enroscan en el alma antes de echarlos fuera.

Cómo gritan dentro de nosotros antes de salir.


La libertad es un don maravilloso.

El caso es que todos queremos ser libres y hasta es posible nos engañemos a nosotros mismos creyéndonos libres.

Pero ¡cuánto nos cuesta esa libertad!

Acudimos a psicólogos.

A centros de rehabilitación.

Acudimos demasiado a la sinagoga.

¿No necesitaremos todos que Jesús entre, aunque sea domingo, a la sinagoga de nuestras vidas?

Pero, eso sí, no le pidamos que “se vaya de nosotros”, de la “tierra de nuestro corazón”.


Clemente Sobrado C. P.




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Ayer estuve mirando telas en Madrid. Persiste (desde hace dos años) la idea de encargar a una señora que cose muy bien, el que confeccione una casulla blanca impresionante para Navidad, Pascua y otras grandes fiestas.


Por fin, mi acompañante (una profesora de universidad) y yo hemos dado con una tela formidable. No pongo aquí el precio para no ser atacado por las hordas progresistas-maoistas. Cualquier cosa que escriba, podrá ser utilizada en su contra.


En este caso de la tela no es que Judas comentara que se podría haber dado el dinero a los pobres, sino que al conocer el precio se hubiera quedado con la boca abierta sin articular palabra.


Pero, claro, la calidad se nota. La nobleza de la casulla se ve en la calidad de la tela. No sé, me tomaré unos días para meditar el asunto. Pero creo que al final, sí señor, caeré en la tentación. La noble tentación de magnificar el culto divino. Que se fastidien los pagolos y los liturgico-leninistas.



04:12

“Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?” Se puso en pie, increpó al viento y dijo al Lago: “¡Silencio, cállate!” El viento cesó y vino una gran calma. El les dijo: “¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?” (Mc 4,35-41)



La escena puede responder a distintas situaciones. Pudiera significar los obstáculos o dificultades de los discípulos de abrir el anuncio del Evangelio a otras geografías fuera de Israel. Y por eso Jesús les dice “Vamos a la otra orilla”, ellos lo llevaron en la barca donde estaba. Por eso estalla la tempestad. Responde a su mentalidad cerrada, cosa que Jesús no comparte y les hace sentir que si el Reino de Dios se encierra y no se universaliza, corre el riesgo de hundirse.


Pero también puede responder a otras muchas situaciones eclesiales, comunitarias y personales.

Los conflictos entre una iglesia que se quiere quedar en el pasado, y una Iglesia que quiere caminar con la historia.

Una Iglesia que siente está perdiendo su esplendor y su prestigio y está siendo marginada y que para muchos puede significar profundas crisis de fe: ataques venidos de fuera, divisiones internas entre sus miembros, descontentos teológicos, falta de vocaciones, distanciamientos entre pastores y fieles.

Los conflictos entre comunidades parroquiales, cada una encerrada sobre sí misma, e incapaz de abrirse a las demás.

Los conflictos que surgen en nuestras vidas cuando las cosas no salen como nosotros quisiéramos, y sentimos que Dios también está dormido y roncando tranquilo y hacernos caso.


En el relato diera la impresión de que la tormenta viene del Lago y no de ellos.

Es más fácil reconocer que los problemas nos vienen de afuera, que no reconocer que los problemas surgen de nosotros mismos.


¿Pudiéramos negar que también hoy esta barca de la Iglesia está golpeada por las olas y humanamente, y muchos llegan a creer, la Iglesia se está hundiendo?

No me asustan los ataques que vienen de fuera de la Iglesia.

Esos la fortalecen.

Lo preocupante son los líos y conflictos que surgen en la barca misma.

Cada uno nos sentimos dueños del Evangelio y dueños de la Iglesia.

Cada uno nos sentimos dueños de cuál tiene que ser la línea de la Iglesia.

Cada uno nos encerramos en nuestros propios criterios y condenamos, excluimos y silenciamos a cuantos disienten, acusándolos de infidelidad a la verdad.

Y de esto no nos escapamos ni Obispos, ni sacerdotes, ni los fieles.


Nos negamos también hoy a salir de nuestros territorios.

Nos negamos también hoy a abrirnos y a universalizarnos.

Nos negamos también hoy a abrirnos a nuevas expresiones del Evangelio.

Nos negamos también hoy a abrirnos a nuevas experiencias de vida cristiana.

Nos negamos a abrirnos a las nuevas corrientes bíblicas y teológicas y convertimos a la Iglesia, no en una comunión, sino en una guerra interna.


Es posible que muchos, también hoy gritemos un tanto desesperados: “Señor, ¿no te importa que tu Iglesia se hunda?”

“Señor, ¿no te importa que tu Iglesia se empobrezca y pierda credibilidad, a causa de nuestras divisiones internas?”


En realidad, también hoy Jesús tendría que decirnos a todos, pero a todos, no solo a los otros: “Por qué sois tan cobardes?” “¿Aún no tenéis fe?”

¿Por qué sois tan cobardes que os asustan los problemas?

¿Por qué sois tan cobardes que os asusta todo lo nuevo?

¿Por qué sois tan cobardes que os asusta todo lo que piensan, y dicen los demás?

¿Dónde está vuestra fe?

¿Pensáis solucionarlo todo con vuestra razón o con vuestras teologías?


Felizmente, hoy tenemos una figura, la del Papa Francisco, que le está dando otro rostro, la quiere hacer misionero, la quiere hace más sencilla, y quiere limpiarla de tanta hojarasca inútil, por muy elegante y llamativa que parezca. Una nueva primavera está despertando.

¡Gracias, Papa Pancho! Es posible despiertes otras olas, pero calmes el Lago y recuperemos la nueva alegría.


Clemente Sobrado C. P.




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23:11

“El Reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. El duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola; primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega”. (Mc 4,26-34)



Somos la tierra donde Dios siembra las semillas del Reino.

Somos la tierra donde Dios hace germinar las semillas del Reino.

Somos la tierra donde Dios hace crecer las semillas del Reino.

Somos la tierra donde Dios va haciendo tallo y espiga el Reino.

Somos la tierra donde Dios, algún día, celebra la siega del trigo de su Reino.


Todos nos sentimos autores de infinidad de cosas.

Todos queremos que las cosas lleven nuestra firma.

Y sin embargo, el Reino de Dios lleva la firma de Dios.

El es quien siembra y quien hace crecer.

El Reino de Dios se nos da en semilla.

Es en cada uno de nosotros que esa semilla está llamada a brotar y crecer y dar fruto.


Somos autores de muchas cosas.

Pero Dios es el autor de la gracia que siembra en nuestros corazones.

Nosotros hacemos grandes cosas.

Pero es Dios el autor que siembra en nuestros corazones las semillas del Evangelio.

Nosotros firmamos muchas cosas.

Pero es Dios quien se siembra en nuestros corazones.

Es Dios quien va creciendo en nuestros corazones.

Pero es Dios quien estampa su firma en la santidad de nuestras vidas.


La fuerza de la gracia crece callada y silenciosa dentro de nosotros.

La fuerza del Bautismo crece callada y silenciosa dentro de nosotros.

La fuerza del Reino crece callada y silenciosa dentro de nosotros.

Puede que, con frecuencia, no percibamos esas semillas que llevamos dentro.

Puede que, con frecuencia, no percibamos la obra de Dios dentro de nosotros.

Puede que, con frecuencia, no percibamos que Dios se va haciendo grande dentro de nosotros.


Hasta que un día estalla esa semilla y comenzamos a darnos cuenta de que algo se mueve dentro.

Hasta que un día comienza a crecer y nos damos cuenta de que alguien estaban dentro.

Hasta que un día comenzamos a sentir habitados por dentro.

Hasta que un día comenzamos a sentir que también nosotros estamos siendo ese Reino que comenzó en silencio allá en el fondo del alma.


Muchos que creían vivir por sí mismos y no necesitaban de Dios comienzan a sentir el cosquilleo interior de una vida que estaba allí y no la sentíamos.

Muchos que incluso vivían negando a Dios, comienzan a sentir que algo se está despertando dentro de ellos.

Muchos que vivíamos una vida vulgar y ordinaria, comenzamos a sentir que hay algo más, que hay nuevos horizontes que no veíamos.

Y corazones que parecían apagados, comienzan a latir movidos por la gracia que actuaba dentro.

Y comenzamos a cambiar.

Y comenzamos a crecer espiritualmente.

Y comenzamos a tomar nuestra vida en serio.

Y comenzamos a tomar conciencia de que una fuerza interior nos está cambiando.


Esos que llamamos los “grandes convertidos”, ya llevaban dentro las semillas de Dios.

La conversión se da, el día que esas semillas brotan y hacen estallar nuestras vidas.

Porque la semilla sembrada en la tierra tiene fuerza por sí misma.

Porque la semilla sembrada en nuestro corazón se despierta aunque nosotros estemos dormidos.


Es el misterio de Dios en nosotros.

Es el misterio de la gracia en nosotros.

Es el misterio del Reino en nosotros.

Es el misterio del Evangelio en nosotros.

Es el misterio de la santidad en nosotros.


Puede que nosotros no nos enteremos.

Pero la gracia, como la semilla, está ahí hasta que un día se despierta y nos despierta.


Clemente Sobrado C. P.




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16:52

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VIERNES DE LA SEMANA 3ª DEL TIEMPO ORDINARIO



Segundo Libro de Samuel 11,1-10.13-17.


Al comienzo del año, en la época en que los reyes salen de campaña, David envió a Joab con sus servidores y todo Israel, y ellos arrasaron a los amonitas y sitiaron Rabá. Mientras tanto, David permanecía en Jerusalén. Una tarde, después que se levantó de la siesta, David se puso a caminar por la azotea del palacio real, y desde allí vio a una mujer que se estaba bañando. La mujer era muy hermosa. David mandó a averiguar quién era esa mujer, y le dijeron: “¡Pero si es Betsabé, hija de Eliám, la mujer de Urías, el hitita!”. Entonces David mandó unos mensajeros para que se la trajeran. La mujer vino, y David se acostó con ella, que acababa de purificarse de su menstruación. Después ella volvió a su casa. La mujer quedó embarazada y envió a David este mensaje: “Estoy embarazada”. Entonces David mandó decir a Joab: “Envíame a Urías, el hitita”. Joab se lo envió, y cuando Urías se presentó ante el rey, David le preguntó cómo estaban Joab y la tropa y cómo iba la guerra. Luego David dijo a Urías: “Baja a tu casa y lávate los pies”. Urías salió de la casa del rey y le mandaron detrás un obsequio de la mesa real. Pero Urías se acostó a la puerta de la casa del rey junto a todos los servidores de su señor, y no bajó a su casa. Cuando informaron a David que Urías no había bajado a su casa, el rey le dijo: “Tú acabas de llegar de viaje. ¿Por qué no has bajado a tu casa?”. David lo invitó a comer y a beber en su presencia y lo embriagó. A la noche, Urías salió y se acostó junto a los servidores de su señor, pero no bajó a su casa. A la mañana siguiente, David escribió una carta a Joab y se la mandó por intermedio de Urías. En esa carta, había escrito lo siguiente: “Pongan a Urías en primera línea, donde el combate sea más encarnizado, y después déjenlo solo, para que sea herido y muera”. Joab, que tenía cercada la ciudad, puso a Urías en el sitio donde sabía que estaban los soldados más aguerridos. Los hombres de la ciudad hicieron una salida y atacaron a Joab. Así cayeron unos cuantos servidores de David, y también murió Urías, el hitita.


Salmo 51,3-7.10-11.


¡Ten piedad de mí, Señor, por tu bondad, por tu gran compasión, borra mis faltas!

¡Lávame totalmente de mi culpa y purifícame de mi pecado!

Porque yo reconozco mis faltas y mi pecado está siempre ante mí.

Contra ti, contra ti solo pequé e hice lo que es malo a tus ojos. Por eso, será justa tu sentencia y tu juicio será irreprochable;

yo soy culpable desde que nací; pecador me concibió mi madre.

Anúnciame el gozo y la alegría: que se alegren los huesos quebrantados.

Aparta tu vista de mis pecados y borra todas mis culpas.


Evangelio según San Marcos 4,26-34.


Y decía: “El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga. Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha”. También decía: “¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo? Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra, pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra”. Y con muchas parábolas como estas les anunciaba la Palabra, en la medida en que ellos podían comprender. No les hablaba sino en parábolas, pero a sus propios discípulos, en privado, les explicaba todo.


Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.


_____________


1. (año I) Hebreos 10,32-39


a) La página de hoy nos hace conocer un poco más las circunstancias que rodeaban a los destinatarios de la carta. Se ve que empezaron su vida cristiana con mucho fervor, pero ahora les faltaba constancia.


Eso que al principio no les había sido nada fácil seguir a Cristo: el autor habla de combates y sufrimientos, insultos, tormentos y confiscación de bienes. Pero se ve que lo soportaron muy bien y además eran capaces de compartir el dolor de los demás en una admirable solidaridad.


Ahora el autor les tiene que decir que no pierdan el fervor de los primeros días. Si siguen con valentía verán la salvación. Si se acobardan, lo perderán todo.


b) Se nos invita a nosotros a ser constantes, a ser valientemente cristianos en medio de un mundo hostil. No somos los primeros en sufrir contradicción y dificultad en el seguimiento de Cristo. Con la diferencia de que nosotros no hemos llegado probablemente a esos insultos y torturas, encarcelamientos y confiscación de bienes. Ha habido otros muchos cristianos no sólo valientes. sino héroes en su fidelidad a Cristo, ahora, contemporáneamente en países musulmanes tenemos muchos cristianos cruelmente perseguidos.


Todos nos cansamos, y nos disminuye el fervor primero, y los ideales no brillan siempre igual. Nos debe dar ánimos en nuestra lucha de cada día. por una parte, el recordar los inicios (de nuestra vida cristiana, o religiosa, o matrimonial), cuando éramos capaces de soportarlo todo con amor y con ideales convencidos y por otra, mirar hacia el premio futuro.


2. Marcos 4,26-34


a) Otras dos parábolas tomadas de la vida del campo y, de nuevo, con el protagonismo de la semilla. que es el Reino de Dios.


La primera es la de la semilla que crece sola, sin que el labrador sepa cómo. El Reino de Dios, su Palabra, tiene dentro una fuerza misteriosa, que a pesar de los obstáculos que pueda encontrar, logra germinar y dar fruto. Se supone que el campesino realiza todos los trabajos que se esperan de él, arando, limpiando, regando. Pero aquí Jesús quiere subrayar la fuerza intrínseca de la gracia y de la intervención de Dios. El protagonista de la parábola no es el labrador ni el terreno bueno o malo, sino la semilla.


La otra comparación es la de la mostaza, la más pequeña de las simientes, pero que llega a ser un arbusto notable. De nuevo, la desproporción entre los medios humanos y la fuerza de Dios.


b) El evangelio de hoy nos ayuda a entender cómo conduce Dios nuestra historia. Si olvidamos su protagonismo y la fuerza intrínseca que tienen su Evangelio, sus Sacramentos y su Gracia, nos pueden pasar dos cosas: si nos va bien, pensamos que es mérito nuestro, y si mal, nos hundimos.


No tendríamos que enorgullecernos nunca, como si el mundo se salvara por nuestras técnicas y esfuerzos. San Pablo dijo que él sembraba, que Apolo regaba, pero era Dios el que hacia crecer. Dios a veces se dedica a darnos la lección de que los medios más pequeños producen frutos inesperados, no proporcionados ni a nuestra organización ni a nuestros métodos e instrumentos. La semilla no germina porque lo digan los sabios botánicos, ni la primavera espera a que los calendarios señalen su inicio. Así, la fuerza de la Palabra de Dios viene del mismo Dios, no de nuestras técnicas.


Por otra parte, tampoco tendríamos que desanimarnos cuando no conseguimos a corto plazo los efectos que deseábamos. El protagonismo lo tiene Dios. Por malas que nos parezcan las circunstancias de la vida de la Iglesia o de la sociedad o de una comunidad, la semilla de Dios se abrirá paso y producirá su fruto. Aunque no sepamos cómo ni cuándo. La semilla tiene su ritmo. Hay que tener paciencia, como la tiene el labrador.


Cuando en nuestra vida hay una fuerza interior (el amor, la ilusión, el interés), la eficacia del trabajo crece notablemente. Pero cuando esa fuerza interior es el amor que Dios nos tiene, o su Espíritu, o la gracia salvadora de Cristo Resucitado, entonces el Reino germina y crece poderosamente.


Nosotros lo que debemos hacer es colaborar con nuestra libertad. Pero el protagonista es Dios. El Reino crece desde dentro, por la energía del Espíritu.


No es que seamos invitados a no hacer nada, pero si a trabajar con la mirada puesta en Dios, sin impaciencia, sin exigir frutos a corto plazo, sin absolutizar nuestros méritos y sin demasiado miedo al fracaso. Cristo nos dijo: «Sin mí no podéis hacer nada». Sí, tenemos que trabajar. Pero nuestro trabajo no es lo principal.






Muy bien por el Papa Francisco. Ha tomado una decisión muy buena al determinar que, a partir de ahora, los palios sean impuestos a los arzobispos por los nuncios.



Un arzobispo tiene mucho trabajo en su propia archidiócesis. No había ninguna razón de peso para hacerle ir hasta Roma para recibir el palio. Para los europeos, eso no significaba mucho esfuerzo porque están cerca. Pero sí para los de otros continentes.


Y no sólo era el gasto de tiempo, sino también gasto en el viaje y alojamiento de él y los que le acompañaban. Así que esta decisión es una buena decisión.


Proseguimos con la serie de "Pensamientos de San Agustín", convencidos de que es un verdadero maestro y, como tal, siempre es actual. Sus palabras tienen fuerza, fuego, luz.



Tal vez, cuando oímos hablar de "los Padres de la Iglesia", hayamos tenido la tentación de verlos lejanos, difíciles, incluso enrevesados. Un sencillo acercamiento a un gran Padre, como es san Agustín, desmontará ese tipo de ideas, que son falsas, para abrirnos un panorama fascinante: la Tradición es algo vivo, los Padres de la Iglesia siguen siendo maestros indiscutibles para hoy y lo que nos toca es leerlos, reflexionarlos, acogerlos. Aquí, y en este caso, seguimos a san Agustín.


Un consejo para educadores y discípulos: la suavidad y la caridad han de ser conjugadas hábilmente:



Aprender debe invitarnos a la suavidad de la verdad; en cambio, enseñar nos debe obligar la necesidad de la caridad. Es más deseable que pase esta necesidad por la cual el hombre enseña algo al hombre, para que todos nos dejemos enseñar por Dios (Respuesta a las ocho preguntas de Dulquicio 3,6).


Un punto de lógica y sentido común nos señala san Agustín al hablar del juicio, el que hacemos sobre los demás y sobre cada uno a sí mismo, además del juicio, éste sí, verdadero y acertado, por parte de Dios.



¿Hasta qué punto podrán los hombres juzgar de otros hombres? El hombre, sin duda, se juzga mejor de sí mismo. Pero Dios juzga mejor del hombre, que el hombre de sí mismo (Enar. in Ps. 147,13).


El hombre tiene en su corazón el deseo de la Verdad. La mentira le repugna, le deja frustrado, con una profunda insatisfacción. Pero, ¿acaso podemos poseer la Verdad? Más bien es la Verdad la que nos alcanza, la que sale a nuestro paso, la que nos posee a nosotros y nos abraza.



El bien del hombre no consiste en vencer al hombre, sino en que la verdad venza al hombre y éste lo acepte gustoso. Malo es que la verdad lo venza a su pesar. Preciso es que la verdad lo venza, sea que el hombre la confiese, sea que la niegue (S. Agustín, Carta 238,5.29).


De nuevo subraya san Agustín la importancia de la fe para las obras buenas. ¿Cómo? Encauzando la intención de manera que lo que hagamos es bueno por sí mismo, buscando el bien -y no por otros motivos- y al servicio de la Gloria de Dios.

Nadie tenga en cuenta sus obras antes de la fe. En donde no hay fe no hay obra buena. La intención forja la buena obra, la fe encauza la intención (San Agustín, Enar. in Ps. 31,2,4).


La caridad se ha derramado en nosotros por el Espíritu Santo que se nos ha dado. Está de manera germinal en nosotros, infundida gratuitamente por la vida sobrenatural. Ahora es el tiempo, con la gracia de Dios, de acrecentar esa caridad en nosotros, para que cuanto más amemos, más subamos a Dios.



Os exhorto, pues, a esa caridad; mas no os exhortaría a la caridad si no tuvierais alguna caridad. Os exhorto, pues, a la plenitud de lo que ya está en principio; os exhorto a la perfección de lo comenzado (San Agustín, Serm. 142,14).


¡Cantad al Señor un cántico nuevo! ¿Y qué es este cántico nuevo? La alabanza propia de quienes participan de la novedad de Cristo, del nuevo Testamento, de la nueva y definitiva Alianza y redención. Así hemos de cantar con la voz (en la liturgia), con las costumbres (en la vida), con el corazón (en todo).



Desnudaos de la vejez, pues conocisteis el cántico nuevo. Nuevo hombre, nuevo Testamento, nuevo cántico. No pertenece a los hombres viejos el cántico nuevo; éste sólo lo aprenden los hombres nuevos que han sido renovados de la vejez por la gracia, y que pertenecen ya al Nuevo Testamento, el cual es el reino de los cielos (San Agustín, Enar. in Ps. 32,2,s.1,8).


Amar a los buenos es algo fácil, porque el bien es atrayente; lo difícil es amar a los malos, a los que nos odian, humillan o persiguen; pero amarlos no significa disculpar o aprobar el mal que realizan, sino odiando el pecado, amar al pecador.



Es cosa fácil e inclinación natural odiar a los malos porque son malos; es raro y piadoso el amarlos porque son hombres; de modo que en un mismo hombre has de condenar la culpa y aprobar la naturaleza y, por eso, es justo que odies la culpa porque afea a esa naturaleza que amas (San Agustín, Carta 153,1.3).



Sabiendo que en nosotros está la carne -la carnalidad- y el espíritu -guiados por el Espíritu Santo-, hemos de tender a obrar según el espíritu, aunque sus obras queden ocultas a los ojos de los hombres, pero son bien visibles a los ojos de Dios.



Lo que obramos en la carne está patente a todos; lo que obramos en el espíritu queda oculto. Obrar en la carne y no obrar en el espíritu, aunque parezca algo bueno, no es útil (San Agustín, Serm. 37,6).


Un criterio moral muy práctico: somos cómplices cuando escuchando la maldad (llámese crítica o difamación de alguien) callamos por cobardía, o no desviamos la conversación, o nos complacemos en aquello que oímos aunque no pronunciemos palabra alguna.



Llama, hermanos, maldad y mentira a la de ciertos hombres que por adulación, aunque sepan que son cosas malas las que oyen, no obstante, por no disgustar a aquellos de quienes las oyen, no sólo consienten no corrigiendo, sino también callando (San Agustín, Enar. in Ps. 49,26).


Entender es algo necesario y debemos tenerlo en alta estima. La inteligencia del hombre busca entender, busca el logos propio de todas las cosas sin desechar lo que no entienda o creer que sólo puede existir como verdadero lo que entienda (eso es el racionalismo).



Ama intensamente el entender. Ni siquiera las Sagradas Escrituras (que imponen la fe en grandes misterios antes de que podamos entenderlos) podrán serte útiles si no las entiendes rectamente (San Agustín, Carta 120,3.13).


"Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado", reza el salmo 50. Siempre hemos de ser nosotros los primeros acusadores de nosotros mismos, reconociendo el pecado, y dejándole a Dios la tarea de ser el que nos libere de ese pecado; no vaya a ser que callando nosotros, Dios deba ser el acusador.



Desdeñada la confesión, no habrá lugar para la misericordia. Si tú te haces defensor de tu pecado, ¿cómo será Dios libertador? Para que El sea libertador, sé tú acusador (San Agustín, Enar. in Ps. 68,1,19).



20:20

“Dijo Jesús a la muchedumbre: “¿Se trae el candil para meterlo debajo del celemín o debajo de la cama o para ponerlo en el candelero?” (Mc 4,21-25)



Primero nos dijo que “vosotros sois la luz del mundo”.

Jesús mismo se declaró “luz del mundo”.

Ahora nos pide que no escondamos la luz.

Claro que eso de “candelero” suele tener mala fama:

“¡Cómo le gusta estar en el candelero!”

Se trata de esos que presumen y quieren que la gente los vea.

Claro que hay muchos que ansían estar en el candelero, pero no tienen luz.


Pero aquí el candelero tiene otra significación:

Nada de esconder la luz.

Para qué encender la luz y esconderla.

La encendemos para que alumbre e ilumine.

Para ello, nada de meterla debajo del celemín de una falsa humildad.

Para ello, nada de meterla debajo de la cama de una equivocada humildad.

Somos luz y estamos a llamados a ser luz para los demás.


Luz de fe, que muestre el camino al que no cree.

Luz de amor, que muestre el camino a los que no aman.

Luz de esperanza, que muestre el camino a los que no esperan ya nada.

Luz de Evangelio, que lo muestre a quienes aún no lo conocen.

Luz de Dios, que lo muestre a aquellos que no lo han visto nunca.

Luz de gracia, que la muestre a aquellos que nunca la han experimentado.


No te subas tú al candelero.

Pero haz que tu luz alumbre desde él.

No tienes por qué esconder lo bueno que haces.

No tienes por qué esconder el amor de tu corazón.

Un amor que no se ve no ama a nadie.

Un sol que no se ve no calienta.


El candelero no es para que nos vean a nosotros.

El candelero es para que la luz de nuestras vidas alumbre mejor.

El candelero no es para que estemos más altos.

El candelero es para que la luz de nuestras vidas llegue a más.


La luz de nuestra fe es para que la descubran los demás.

La luz de nuestra bondad es para animar a otros a ser mejores.

La luz de nuestra santidad es para animar a otros a ser santos.

La luz de nuestra caridad es para animar a otros a ser más caritativos.

La luz de nuestro amor es para animar a otros a amar más.

La luz de nuestra solidaridad es para animar que otros también lo sean.

La luz de nuestro compromiso es para animar a que otros también se comprometan.


Dios no nos regaló el color las flores para que lo tapemos.

Dios no nos regaló las rosas para esconderlas, sino para ponerlas adornando nuestras mesas.

Dios nos regaló las flores de la primavera para que no nos alegremos y recreemos.

Dios nos regaló las flores de la primavera para que los árboles den sabrosos frutos.


A los cristianos tienen que vernos.

A los cristianos tienen que admirarnos.

A los cristianos tienen que seguirnos.

Dios no esconde su belleza sino que la revela y manifiesta.


Necesitamos más cristianos que alumbren las tinieblas del mundo.

Necesitamos más cristianos que iluminen los caminos de los hombres.

Necesitamos más cristianos que hagan más visible a Dios.

Necesitamos más cristianos que hagan más visible el Evangelio.

Me encanta lo que escribía aquella joven madrileña, Teresita, que escribía en su diario:

“Virgencita, que quien me mire, te vea”.

Esto debiéramos decir todos los cristianos: “Señor, que quienes nos miren, te vean a Ti”.


Clemente Sobrado C. P.




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16:44

candelero


1. ( año I) Hebreos 10,19-25


a) Después de la teología, viene la exhortación moral.


Por una parte tenemos un óptimo Mediador, que ha entrado en el santuario del cielo, no a través del «velo» o cortina como hacía el sumo sacerdote del Templo de Jerusalén, sino a través del velo de su carne, o sea, a través de la muerte, que ha abierto su humanidad a la nueva existencia.


Por tanto, tenemos el acceso abierto hasta Dios porque Jesús nos ha purificado de nuestras culpas. Eso nos debe dar confianza. El que dijo «yo soy el camino» ha ido delante de nosotros a la presencia de Dios. El que dijo «yo soy la puerta» nos ha abierto la entrada en el Reino.


Pero además de darnos confianza, nos debe estimular a la fidelidad y a la constancia.


Vuelve el autor de la carta a urgir a sus lectores a la perseverancia, que se ve que era lo que más peligraba en ellos: «mantengámonos firmes en la esperanza que profesamos», «no desertéis de las asambleas, como algunos tienen por costumbre».


Y añade una motivación interesante, la ayuda fraterna: «fijémonos los unos en los otros para estimularnos a la caridad y a las buenas obras».


b) De nuevo podemos vernos reflejados en este pasaje si en nuestra vida sentimos la tentación del cansancio y del abandono.


A veces por falta de confianza en Dios, o por cansancio, o por las tentaciones del mundo que nos rodea, a todos nos puede pasar que aflojamos en nuestro fervor y decaemos en nuestra vida de seguimiento de Cristo.


La Palabra nos anima hoy a ir creciendo en las tres virtudes principales: «con corazón sincero y llenos de fe», «firmes en la esperanza que profesamos», «para estimularnos a la caridad».


También aparece, como ejemplo expresivo de esta inconstancia y dejadez. la ausencia a las reuniones (dominicales): «no desertéis de las asambleas. como algunos tienen por costumbre». Eso de faltar a la misa del domingo es muy antiguo. Siempre nos viene más cómodo seguir nuestro ritmo.


Ir o no ir a misa es una especie de termómetro de la fidelidad a Cristo y a la pertenencia a su comunidad. La Eucaristía nos va ayudando a profundizar en nuestras raíces, en nuestra identidad. Nos alimenta, nos guía, nos da fuerzas. La carta nos ha dado otra motivación para no faltar a nuestra convocatoria dominical: nuestra presencia ayuda a los hermanos, así como nuestra ausencia les debilita: «fijémonos los unos en los otros, para estimularnos a la caridad y las buenas obras».


Marcos 4,21-25


a) Otras dos parábolas o comparaciones de Jesús nos ayudan a entender cómo es el Reino que él quiere instaurar.


La del candil, que está pensado para que ilumine, no para que quede escondido. Es él, Cristo Jesús, y su Reino, lo primero que no quedará oculto, sino aparecerá como manifestación de Dios. El que dijo «yo soy la Luz».


La de la medida: la misma medida que utilicemos será usada para nosotros y con creces.


Los que acojan en si mismos la semilla de la Palabra se verán llenos, generosamente llenos, de los dones de Dios. Sobre todo al final de los tiempos experimentarán cómo Dios recompensa con el ciento por uno lo que hayan hecho.


b) Esto tiene también aplicación a lo que se espera de nosotros, los seguidores de Cristo. Si él es la Luz y su Reino debe aparecer en el candelero para que todos puedan verlo, también a nosotros nos dijo: «vosotros sois la luz del mundo» y quiso que ilumináramos a los demás, comunicándoles su luz.


Creer en Cristo es aceptar en nosotros su luz y a la vez comunicar con nuestras palabras y nuestras obras esa misma luz a una humanidad que anda siempre a oscuras. Pero ¿somos en verdad luz? ¿iluminamos, comunicamos fe y esperanza a los que nos están cerca? ¿somos signos y sacramentos del Reino en nuestra familia o comunidad o sociedad? ¿o somos opacos, «malos conductores» de la luz y de la alegría de Cristo?


En la celebración del Bautismo, y luego en su anual renovación en la Vigilia Pascual, la vela de cada uno, encendida del Cirio Pascual, es un hermoso símbolo de la luz que es Cristo, que se nos comunica a nosotros y que se espera que luego se difunda a través nuestro a los demás. No podemos esconderla. Tenemos que dar la cara y testimoniar nuestra fe en Cristo.




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