Y la vieja le ganó la batalla a Dios

Domingo 20 del Tiempo Ordinario – A


El título parece un tanto provocativo. Y lo es. Pero es que yo no encuentro otro mejor para calificar el Evangelio de hoy. Porque aquí vemos como una especie de batalla entre la vieja cananea y Jesús.



Jesús a veces tiene unos gestos que pueden desconcertar a cualquiera. Nos dice “pedid y recibiréis”, y luego cuando esta pobre vieja se le acerca y le ruega, él parece hacerse el desentendido y el desinteresado del problema de su hija. Y hasta utiliza un trato no acostumbrado en El. Un trato despectivo: “No está bien echar a los perros el pan de los hijos”. ¡Está bien, Señor, pero no olvides que la has llamado “perra”! ¿Te parece justo que los demás sean hijos y ella, una simple perra?


Y sin embargo, ¡qué bella escena la que hoy nos ofreces!


¡Y qué bella y maravillosa lección nos das de la oración de confianza y de la fe hecha oración o la oración hecha fe! Una fe y una oración que fue capaz de ganarte el corazón. Casi me atrevería a decirte: ¿y no te da vergüenza dejarte ganar por una vieja cargosa y fastidiosa que no te deja en paz hasta que arranca el milagro de tus manos?


Primero te pide tengas compasión de ella y sanes a su hija. Y tú no le respondes nada. Como quien se hace el sordo.

Luego son tus mismos discípulos que hacen de mediadores: “Atiéndela, que viene detrás gritando”.

Ante tu silencio, ella sigue esperando con confianza. Y te sigue, hasta que te alcanza y se pone delante de ti. Y te insiste en su ruego: “Señor, socórreme”.

Tu respuesta ciertamente no fue de lo más cortés: “No está bien echar a los perros el pan de los hijos”.

Pero ella te cogió de la palabra: “Tienes razón, Señor, pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos”. Ahí te ganó. Te dejó sin piso. Ya no te quedaba otra cosa que atenderla. Ya no tenías argumentos para no hacerle caso. “Mujer, qué grande es tu fe, que se cumpla lo que deseas”.


Es el milagro más bonito que Jesús hizo en su Evangelio.

Es la más bella lección de la verdadera oración y la verdadera fe.

Y no es que Dios necesite que lo convenzan, ni que logremos que nos preste atención.

A Dios no hace falta convencerle porque ya está El mismo convencido.

Ni hace falta gritarle para que nos preste atención, porque nunca deja de estar atento a nuestras necesidades.


Con ello nos ha querido hacer ver que la oración es mucho más la fe y la confianza en Dios que una manera de convencerle a Dios. Jesús quiso hacerla pasar por la oscuridad de la fe y de la confianza, para que aprendamos a no desalentarnos jamás, por más que no siempre las cosas salgan como nosotros queremos y deseamos. Ya lo había dicho El: “Hay que orar sin desfallecer”.


La verdadera oración tiene que brotar más de la fe y la confianza en El, que de nuestras mismas necesidades. No es cuestión de presentarle a Dios nuestras necesidades, que ya se las conoce de sobra. Es cuestión de fe, de orar con fe. Y una fe que es la confianza absoluta, capaz de superar todos los obstáculos y oscuridades. Confiar aún cuando sintamos la impresión de que El no quiere escucharnos.


Es por ello que Jesús, felicita y alaba a la pobre anciana por su fe. El pasado domingo veíamos que Pedro duda. Y Jesús le recrimina por su poca fe. “¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?

Y hoy, nos presenta la otra cara de la medalla. Y no es Pedro, el jefe, el cabeza de la Iglesia.

Es una pobre anciana, que ni siquiera es parte de la Iglesia, sino una simple cananea pagana.

Y resulta que esta pagana tiene más fe que Pedro.

Resulta que quien no es ni miembro de la Iglesia, tiene más fe en Dios que el mismo jefe de la Iglesia.


No sólo hay fe entre quienes nos decimos creyentes. También puede haber mucha fe entre aquellos que llamamos paganos. Porque el Espíritu “sopla donde quiera y cuando quiera”. El Espíritu no está encasillado en nuestros moldes frecuentemente estrechos. El Espíritu es libre como “un viento que sopla”.


Es una pagana la que enseña a Pedro a tener fe.

Es una pagana la que enseña a Pedro a no dudar.

Es una pagana la que nos enseña lo que es la confianza en Dios.

Es una pagana propuesta por el mismo Jesús como modelo de fe, de oración y de constancia.


“Si nosotros oramos a Dios no es para lograr que nos ame más y se preocupe con más atención de nosotros. Dios no puede amarnos más de lo que nos ama”. (Pagola)

La verdadera oración no es para cambiar a Dios, sino para cambiarnos a nosotros.

La verdadera oración tiene que nacer de nuestra fe y aumentar y fortalecer nuestra fe.

La verdadera oración tiene que estar marcada por nuestra constancia, incluso si vemos que Dios no nos escucha.


Y aprendamos algo fundamental. También fuera de la Iglesia hay mucha bondad. También fuera de la Iglesia puede haber mucha fe. No solo comen el pan quienes se sientan como hijos a la mesa. También los perros comen de las migajas que caen de la mesa. Y puede que, con frecuencia alimenten más esas migajas, que el pan entero que cortamos en la mesa.


Oración

Señor: Yo sé que Tú siempre me escuchas. Sólo que yo no sé esperar.

Te pido más por necesidad, que por la fe y la confianza que tengo en Ti.

Te pido más para probarte a ti, que por la confianza que tengo en Ti.

Te pido, Señor, me des esa fe de la mujer que venció tu indiferencia.

Te pido, Señor, me des esa fe que alabaste en ella.

Te pido, Señor, que, aunque no me des el pan entero, no me dejes sin las migajas.

Porque tus migajas pueden ser un buen pan para cuantos tenemos hambre de ti.

Gracias, Señor, porque he aprendido que la oración es tu debilidad y mi fortaleza.


Clemente Sobrado C. P.




Archivado en: Ciclo A, Tiempo ordinario Tagged: fe, insistencia, mujer, oracion, ruego
16:57

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