“Habló Jesús diciendo: “¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que pagan el diezmo de la menta, del anís y del comino, y descuidan lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad! ¡Guías ciegos, que cuelan el mosquito y se tragan el camello!… limpian por fuera la copa y el plato, mientras dentro están rebosando de robo y desenfreno! ¡Fariseo ciego! Limpia primero la copa por dentro, y así quedará limpia también por fuera! (Mt 23,23-26)
Siguen los “Ay de vosotros”.
Esta vez describe Jesús el perfil espiritual de los pastores de Israel.
Copio algo que Ecclesia publica en uno de sus editoriales y que puede clarificarnos estos lamentos de Jesús. Se refiere a las palabras del Papa Francisco tanto a los Miembros de la Curia como a los Jueces del Tribunal de la Rota:
“No han sido reflexiones de largo alcance sobre la vida de la Iglesia cuanto sobre el retrato del perfil de las actitudes y el estilo que deben acompañar a quienes ocupan cargos de responsabilidad eclesial. “Francisco ha ido al quicio de la primera y auténtica reforma que espera de la Iglesia y desea: la de corazones e inteligencias, la de los modos y comportamientos”.
El Papa habla del perfil personal y de servicio de los pastores.
Como Jesús hablaba a los pastores y responsables del pueblo de Israel.
Jesús señala: la hipocresía de “pagar el diezmo de la menta, el anís y el comino”.
Ahí había una gran fidelidad.
Pero mientras tanto, se olvidaban de lo verdaderamente importante: “la justicia, la misericordia y la fidelidad”.
¿De que sirve pagar el diezmo de minucias, si luego nos falta el sentido de la “justicia para todos”?
¿De qué sirve pagar el diezmo de mínimas cosas, si luego olvidamos la “misericordia”.
¿De que sirve pagar lo pequeño, si luego no somos “fieles a la verdad?”
Lo que decía el Papa:
“oficio judicial es una auténtica diaconía, es decir un servicio al Pueblo de Dios con vistas a la consolidación de la plena comunión entre cada uno de los fieles y entre estos y la Iglesia en su conjunto”.
Jesús es radical.
Está bien pagar el diezmo, pero sin olvidar lo esencial.
Y lo esencial del Reino es la justicia y la misericordia.
La justicia no está en contra de la misericordia.
Ni la misericordia está contra la justicia.
Ambas responden a la valoración del hombre.
Ambas buscan la dignidad del hombre.
Ambas buscan el respeto y la comprensión del hombre.
Somos capaces de colarnos el mosquito y tragarnos entero el camello.
Somos capaces de esclavizarnos de la ley, pero olvidando la dignidad del hombre.
Somos capaces de esclavizarnos de la belleza física, y luego arrastrar un corazón incapaz de amar, comprender, sentir compasión, reconocer la verdad integral del hombre.
Brillantes y lustrosos como los zapatos por fuera, y sucios y asquerosos por dentro.
Muy exigentes con los mínimos detalles, y crueles luego con lo importante.
Un corazón sin misericordia es un corazón endurecido por la incomprensión.
Muy exigentes con los niños, y luego nosotros “viva la virgen”.
Muy exigentes con nuestros fieles, y luego nosotros permitírnoslo todo.
Muy exigentes con nuestros fieles, y luego nosotros creernos con todos los privilegios.
Somos lo que llevamos en el corazón.
No la pintura que luce nuestro rostro.
Si no llevamos un corazón limpio, noble, comprensivo, nuestra justicia esclavizará a los demás.
Si no tenemos un corazón limpio, toda nuestra limpieza externa será una hipocresía.
No se puede guiar a los demás, si nosotros vivimos ciegos y no vemos la verdad del hombre.
Señor: ¿seré un ciego incapaz de verte a ti? Limpia mi corazón.
Señor: ¿seré un ciego incapaz de ver la dignidad del hermano? Limpia mi corazón.
Señor: ¿seré un ciego incapaz de comprender las debilidades del hermano? Limpia mi corazón.
Señor: “dame un corazón nuevo”.
Señor: “dame un corazón limpio” para que mis ojos estén limpios y mi actuar sea limpio.
Clemente Sobrado C. P.
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