Martirio de San Juan Bautista
“Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido a la cárcel, por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo, con quien Herodes se había casado. Porque Juan decía a Herodes: “No te está permitido tener la mujer de tu hermano. Herodias le aborrecía y quería quitarle la vida, pero no podía, pues Herodes temía a Juan sabiendo que era hombre justo y santo y lo protegía; y al oírle, quedaba muy perplejo y le escuchaba con gusto”. (Mc 6,17-29)
Juan el Bautista tiene dos celebraciones litúrgicas:
Una, la de su Nacimiento.
Otra, la de su martirio o muerte.
Si el Nacimiento está lleno de misterio y de esperanza. “¿Qué será este niño?”
La muerte está llena de testimonio de la verdad.
Está llena de la valentía de decir la verdad a los “grandes”.
Está llena del coraje de testimoniar la verdad con su vida.
Está llena de contrastes:
Herodes le respetaba y le temía.
Herodes reconocía la justicia y la santidad de Juan.
Herodes se sentía perplejo con la figura de Juan.
Herodes hasta le escuchaba con gusto, aunque con miedo.
Por otra parte estaba Herodías:
Que no quería ni escucharle.
Que le odiaba por decirle la verdad.
Que no quería escuchar la verdad.
Que quería sacarlo de en medio matándolo.
Cuando se trata de escuchar la verdad que nos acusa, nuestro corazón se revuelve.
Preferimos nos engañen con la mentira, a que nos sinceren con la verdad.
La verdad duele, pero sana.
La mentira no duele, pero enferma.
La verdad duelo, pero nos devuelve la vida.
La mentira no duele, pero nos destruye interiormente.
Es tremendo que nuestra mentira:
Valga más que la vida de los demás.
Sea más importante que la vida de los demás.
Llene de odio nuestro corazón.
Sea capaz de privar de la libertad al que nos la dice.
Sea capaz de privar la de la vida al que nos la dice.
No nos duele la mentira de nuestra vida.
Tampoco nos duele quitarle la vida al otro.
Fácilmente condicionamos la verdad a nuestros intereses.
Fácilmente convertimos la verdad en mentira, para sentirnos libres.
Creemos fácilmente, aquello que nos conviene.
Creemos fácilmente, aquello que responde a nuestros intereses.
Creemos fácilmente, aquello que no nos exige cambio de vida.
Negamos a Dios, porque nos estorba en la vida.
Nos negamos a creer, porque creer nos hace incómoda la vida.
Por eso preferimos prescindir de El.
Así la vida nos resulta menos complicada.
Y podemos vivir a nuestro aire.
Cuando algo nos complica buscamos razones que nos justifiquen.
Cuando algo no nos conviene para nuestros intereses buscamos motivos que nos den la razón.
Nos separamos, porque no nos entendemos.
Dejamos la vocación porque esta vida no nos llena.
Dejamos la Misa porque nos aburre y el cura es un tostón.
Razones siempre sobran para justiciar nuestra mentira.
Lo que necesitamos son razones para abrirnos a la verdad.
No vendamos la verdad por algo tan barato como la mentira.
No matemos a quien puede cambiar nuestras vidas con la verdad.
Seamos agradecidos a quienes nos dicen la verdad.
Clemente Sobrado C. P.
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