Domingo 21 del Tiempo Ordinario – A
Recuerdo una tienda de confecciones de ropa para caballeros. Un letrero decía: “Sólo confeccionamos ternos sobre medida”. Allí nada de ir y probarse uno u otro o del más allá. Allí sólo se hacía el terno sobre pedido y medidas concretas. Nada de ternos en serie.
Se me quedó el título en la memoria. Y, en más de una ocasión se me ocurrió pensar:
¿qué sucedería si en cada puerta de la Iglesia hubiese un letrero que dijese: “se confeccionan cruces sobre medida”?
Luego, yo mismo me río de mis tontas ideas.
Porque a decir verdad: ¿Alguien se imagina que habría clientes tomándose la medida de sus propias cruces?
Además, ¿estaría la gente más contenta con su propia cruz a medida?
¿No habría luego demasiada gente haciendo reclamos, diciendo que la cruz que encargó no le cae bien y quiere que se la haga otra nueva o se la cambien por otra?
Felizmente que no existen esos letreros.
Y felizmente no es la Iglesia ninguna carpintería de hacer cruces.
Porque las cruces no se encargan, vienen solitas ellas.
Porque las cruces no las hace ni la Iglesia, ni tampoco Dios es carpintero de cruces.
Las cruces se van encontrando por el camino de nuestras fidelidades al Evangelio.
Y no hay cruces a medida.
La única medida son las exigencias del Evangelio.
Todas las cruces son iguales.
Sólo cambian los hombros.
A Jesús no le tomaron antes las medidas de los hombros, ni tampoco hicieron los cálculos del peso.
¿Para qué? Si todas pesan igual.
A Jesús le dieron la primera que encontraron.
Estoy seguro que le dieron una de segunda mano.
Hasta es posible que aún estuviese oliendo al último crucificado en ella.
Es que no hay cruces especializadas. Tal vez, por eso mismo, son cruces que tienen algo de humano.
Las cruces no son clasistas.
Tal vez, las únicas especializadas son esas que llevamos colgadas al cuello.
Esas sí son cruces clasistas, porque mientras uno lleva una cruz de madera, puede que tú cuelgues a tu cuello una de oro.
No me gustan las cruces que colgamos.
Me parecen más cruces y más auténticas las cruces donde nos cuelgan a nosotros. Las cruces no son para colgarlas sino para colgarnos a nosotros en ellas.
Aquellas no duelen nada.
Estas, donde te cuelgan, esas sí son de pura ley.
Jesús no llevó su cruz colgada del cuello.
A El le colgaron de una Cruz.
Cuando leo los textos evangélicos, como el del Evangelio de hoy o de cómo salió Jesús camino del Calvario, una de las cosas que más me admira, es la sencillez de la descripción. Lo dicen como si tal cosa.
“Empezó a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día” Así de simple.
Yo no sé si la Cruz de Jesús era más pesada que otras, más pequeña que las otras. Y la verdad que nunca me interesó mucho ni la calidad de su madera, ni su peso y menos el tamaño. Porque, aunque las cruces no se hacen a medida, según las vas l1evando, tú te vas haciendo a la medida de ellas.
Tú mismo vas creciendo hasta dar la talla.
Y esto es lo que tantas veces olvidamos. Nos preocupamos mucho de la calidad de nuestras cruces. Porque, yo no encuentro a nadie que esté a gusto con la suya.
Pedro no estaba contento ni con la de Jesús.
Y hasta trató de convencerle que cambiase de modo de pensar.
¿Qué hago yo hoy con mis cruces?
¿Protesto de que a mi me haya tocado la más pesada de todas?
¿Quisiera cambiarla por otra?
¿Trato de aceptarla e identificarme con ella?
Quítame de mi cabeza la idea de que tú eres fabricante de cruces.
Señor: Tú escandalizaste a Pedro cuando le hablaste de la cruz.
Pedro no entendió nada. Y hasta te recriminó. No lo hizo por maldad.
Lo hizo porque te amaba.
Sencillamente que aún no entendía de cruces.
De redes, bastante, pero lo de cruces, no era su especialidad.
Igualito nosotros. Como él, nos escandalizamos de nuestras cruces.
Porque tampoco nosotros, a pesar de nuestras experiencias, sabemos mucho de ellas. Sabemos mucho más de placeres, de infidelidades al Evangelio que de cruces por el Evangelio.
Te pido, Señor, no nos trates como él. ¿No crees que fuiste muy duro?
Ábrenos los ojos y que podamos descubrir el verdadero valor de tu Cruz y de nuestras cruces.
Clemente Sobrado C. P.
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