“Dijo Jesús a sus discípulos: “Estén atentos, porque no saben qué día vendrá su Señor. Entiendan bien que si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, estaría vigilando… Por eso, estén preparados, porque a la hora que menos piensen viene el Hijo del hombre?” (Mt 24,42-51)
El Evangelio de Mateo ya terminó con los “¡Ay!” Y ahora comienza con “vigilad”, “estad atentos”.
¡Cuántas cosas se nos pasan desapercibidas por estar distraídos!
¡Cuántas cosas se nos pasan sin enterarnos por vivir despistados!
¡De cuántas cosas no nos enteramos por no prestar atención!
Creemos haberlo visto todo y apenas nos hemos enterado de nada.
A mí me encantan esos tipos que se enteran de todo y ven lo que los demás no vemos.
Jesús nos conocía de sobra:
Sabía que vivimos encerrados en mil tonterías y no percibimos infinidad de cosas.
Ayer estaba yo en mi jardín y ví dos pájaros negros, no sé si eran mirlos.
Daban un paso y picoteaban en la hierba.
Yo no veía nada. Pero ellos descubrían su comida.
Y pensaba ¡quisiera tener esa vista para ver lo que ellos ven?
Jesús nos habla de su última venida.
Y nos propone una parábola.
Pero antes de esa venida, ¡cuántas venidas de Dios a nuestras vida!
Dios está viniendo todos los días.
Dios está llamando cada día a nuestro corazón.
Dios está pasando a nuestro lado en cualquier momento.
Pero es posible que:
Cada vez que llama a nuestra puerta no le escuchemos por el ruido de la TV.
Cada vez que toca a nuestra puerta no nos enteremos porque tenemos los auriculares escuchando música.
Cada vez que pasa a nuestro lado no le veamos porque vamos distraídos.
Dios es el que viene.
Dios es el que está viniendo.
Dios es el que pasa.
¡Y nosotros en las nubes de nuestras distracciones!
San Agustín lo entendió muy bien, cuando dijo: “Temo al Dios que pasa”.
No le temía a Dios.
Sino que temía que pasase sin que él se enterase.
Sino que temía que pasase inútilmente.
Sino que temía que pasase sin que él lo viese.
Por eso Jesús nos pide:
Que estemos “atentos”.
Que estemos “despiertos”.
Que estemos “vigilantes”.
Escuchemos a Abrahám aquella tarde:
“Hacía calor aquel día, cuando Abraham estaba sentado
delante de su tienda.
Hacía calor aquel día, cuando Abraham estaba sentado
cerca del encinar de Mambré.
Alzando los ojos, miró, y tres hombres de pie
estaban delante.
En cuanto los vio se inclinó hasta el suelo y dijo:
«Oh Señor mío, no pases te ruego sin detenerte.»
Sin detenerte, no pases te ruego,
Sin detenerte, sin detenerte.
«Os traeré un poco de agua, os lavaré los pies
y reposaréis a la sombra, os traeré un bocado, os reconfortaréis
y luego seguiréis adelante.
No por casualidad habéis pasado hoy delante de mí.»
“Oh Señor mío, no pases te ruego
Sin detenerte, sin detenerte.
Sin detenerte, no pases te ruego.
Sin detenerte, sin detenerte”. (Emiliano Jiménez)
Estaba sentado a la puerta de su tienda y no escuchando música dentro.
Estaba atento. Y miró y le vio. Y por eso le invitó a quedarse.
Hay que sentarse y hay que estar con los ojos abiertos para ver.
Hay que sentarse y hay que estar atento al que pasa.
Solo así podremos invitarle a que “se quede”.
Hay que estar sentado y atento para no dejarle pasar inútilmente.
Porque cada vez que Dios pasa por nuestras vidas hacemos banquete.
Cada vez que Dios pasa a nuestro lado se anuncia una nueva vida.
Cada vez que pasa a nuestro lado y le atendemos lo que parecía imposible se hace posible.
Dios nunca pasa inútilmente, siempre que le abramos la puerta.
Clemente Sobrado C. P.
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