Cuando mis hijos eran pequeños, en cierta ocasión pude ser testigo de la siguiente conversación entre ellos:
- ¿Tú crees que en el Cielo habrá comida?
- ¡Claro! ¡No ves que cuando bendecimos la mesa pedimos que el Rey de la eterna gloria nos haga partícipes de la mesa celestial!
Así de sencillo y así de lógico.
Muchas veces los adultos repetimos las oraciones vocales, aprendidas de memoria, sin poner demasiada atención en lo que decimos. Las hemos repetido tantas veces que ya nos salen de forma mecánica.
Al transmitírselas a nuestros hijos, como para ellos son novedosas, tratan de entender y comprender lo que están diciendo y analizan, con mayor o menor acierto, cada palabra y cada frase.
Debo reconocer que si en aquel momento me hubieran planteado a mí la pregunta en cuestión, habría tenido que hacer un esfuerzo para tratar de darles una respuesta adecuada a su edad. Supongo que les habría contado que Jesús, después de resucitar, comió con sus discípulos y que así también nosotros, después de resucitar, podríamos comer.
Sin embargo, ellos no necesitaban un razonamiento teológico para convencerse de algo que quedaba tan claro en la oración que repetíamos cada día antes de empezar a comer.
Ujué Rodríguez
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