“¡Ay de ustedes, fariseos hipócritas, que juran por el oro del altar!” (cfr. Mt 23, 13-22). Jesús se queja de los fariseos porque han desvirtuado la esencia de la religión, invirtiendo absolutamente los términos: han quedado deslumbrados por el oro del altar, y por su brillo, han perdido de vista el esplendor y la majestad de lo sagrado. Los fariseos, dominados de esta manera por la codicia, han apegado sus corazones al oro y a las ofrendas del altar y del santuario, y han olvidado al Dios vivo y verdadero, al Dios Santo, que hace sagrado el oro y las ofrendas y por quien el oro y las ofrendas tienen valor; dominados y enceguecidos por la avaricia y la codicia, se han apropiado del oro y de las ofrendas, y han cambiado la adoración del Dios verdadero, por la adoración idolátrica del dios dinero. Así, sus corazones, hechos para amar a Dios, al perder el contacto con Dios, debido a la falsificación de la religión que ellos han hecho –la religión es “re-ligare”, “re-ligar”, reunir, al hombre con Dios-, han perdido el fluido de vida y de amor que de Dios provenía y así sus corazones han quedado secos y duros, tal como queda un sarmiento de la vid, seco y duro, cuando, por algún motivo, éste deja recibir la savia que lo nutría y le daba vida. Por la religión, el hombre se une a Dios y puesto que “Dios es Amor”, cuando la religión es verdadera, se establece un puente vital que le obtiene, de Dios, la savia de luz, de vida y de amor que, proveniente del Ser de Dios Uno y Trino, le comunica al hombre de esta luz, de esta vida y de este amor, y así el hombre, re-ligado a Dios por esta religión verdadera, siente su corazón palpitar con una fuerza nueva, la fuerza del Amor Divino. Y la religión es verdadera cuando su esencia es el Amor de Dios, cuando entre los hombres hay caridad, amor, bondad, perdón, justicia, paz, comprensión, paciencia, respeto, porque todo eso proviene de Dios y conduce a Dios.
Pero cuando la religión es falsa, es decir, cuando solo consiste en oraciones y gestos litúrgicos externos que no son acompañados por la bondad, la compasión, la caridad y el amor fraterno, esa religión es farisaica, y de ninguna manera puede establecer contacto con el Dios del Amor Puro y Santo, porque quien practica esa religión, demuestra que no tiene amor en su corazón, sino solo egoísmo, que es amor a sí mismo, y soberbia.
“¡Ay de ustedes, fariseos hipócritas, que juran por el oro del altar!”. La peor desgracia que le puede ocurrir a un católico, es el deslumbrarse por el oro del altar, es convertir su religión en una religión vacía de Amor, porque eso significa que ha perdido de vista al Cordero de Dios, Jesús en la Eucaristía, la Lámpara de la Jerusalén celestial, que ilumina a los ángeles y santos en el cielo, y que resplandece en el altar eucarístico, escondido en las especies sacramentales, para ser enceguecido por el brillo fatuo y vano del oro. Para quien ve el altar eucarístico con los ojos de la fe, la Eucaristía brilla con un esplendor infinitamente más brillante que cientos de miles de toneladas de oro y por eso, para quien tiene fe en la transubstanciación y adora al Cordero de Dios Presente con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad en la Eucaristía, el oro no vale nada y la Eucaristía vale infinitamente más que la propia vida.
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