Esta tarde, mientras rezaba Vísperas con mis feligreses, me ha “golpeado” un texto de San Pablo: “¡Glorificad a Dios con vuestro cuerpo!” (1 Cor 6,20). No solo tenemos cuerpo. Somos también cuerpo. Somos “espíritus encarnados”, una unidad de alma y cuerpo.
A veces da la sensación de que la herencia cartesiana es demasiado influyente, con la insistencia en la separación entre la “res cogitans” y la “res extensa”. No es una visión adecuada. Yo soy lo que soy, pensamiento y corporalidad, sin que una faceta se pueda disociar de la otra.
Parece, en nuestra cultura, que si uno decide libremente ser tratado como un zapato es lícito, previo consenso, tratar al otro como un zapato. Y no lo es. El otro, y uno mismo, merece el máximo respeto. También mi cuerpo – y el cuerpo del otro – lo merece. Es, en cualquier caso, un cuerpo humano. El cuerpo de alguien que ha sido creado a imagen de Dios.
Amar es admirar. Y admirar es respetar. En cuerpo y alma. El Hijo de Dios, en la Encarnación, se hizo hombre, carne. No solo alma, sino carne. Y esta afinidad entre Dios y el hombre resalta la inmensa dignidad de lo humano. No es cualquier cosa ser hombre – humano – si el mismo Dios se ha dignado serlo.
El Diccionario de la Real Academia Española relaciona la “pornografía” con la “prostitución”, con la “actividad a la que se dedica quien mantiene relaciones sexuales con otras personas, a cambio de dinero“.
Entregar el cuerpo, como entregar el alma, es venderse. Es aceptar convertirse uno mismo en mercancía, en cosa. Y una persona no puede ser una cosa.
La pornografía “cosifica”. Convierte a un sujeto, a una persona, en objeto. En un objeto destinado a un placer rudimentario (cf “Catecismo”, 2354).
Y convierte al sujeto que disfruta con ese objeto en alguien irresponsable, en alguien que abdica de su responsabilidad fundamental de velar por el bien de los otros.
Como decía Benedicto XVI: “Ya es hora de detener de modo enérgico la prostitución, así como la amplia difusión de material de contenido erótico o pornográfico, también en Internet” (7-11-2011).
¿Qué nos toca a los cristianos? No entrar, no ceder. No pensar que, si todos lo hacen, yo también. No. La apuesta verdaderamente humana, cristiana y justa es decidir: “Pornografía, no”.
Jesús dice que los mansos heredarán la tierra (cf Mt 5,4). El manso no es el débil, sino el que asume, hasta las últimas consecuencias, la responsabilidad por sí mismo y por el otro.
Guillermo Juan Morado.
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