Hace ya bastantes años escuché un número cómico de Les Luthiers, titulado "La gallina dijo eureka"
En un momento dado dicen que no se debe amenazar a los niños diciendo: "si no te comes toda la sopa vendrá el hombre de la bolsa" - en España diríamos el hombre del saco - , porque "¿y si el hombre de la bolsa, tampoco quiere comerse la sopa?".
Cuando éramos muy pequeños, nuestra madre, al darnos la comida a la boca, con cada cucharada iba diciendo: "ésta por el papá, ésta por la mamá, ésta por el tato, ésta por el tatín, ésta por el abuelo, ésta..." y así, con una familia un poco extensa nos acabábamos todo el puré.
Con el tiempo, superada la edad del puré y las papillas, si algo de lo que había para comer no nos gustaba, los miembros de la familia no constituían una motivación suficiente, así que nos animaba a vaciar el plato invitándonos a ofrecerlo "por los negritos". Entonces se nos venían a la cabeza esas fotos de los niños de Biafra, con sus barriguitas como balones, sus piernas y brazos como palillos y todas sus costillas marcadas, y nos esforzábamos por dejar el plato requetelimpio.
Es verdad que algunas veces también nos amenazaba, con llamar, no al hombre del saco, sino al "Doctor Embudo", un personaje ideado por ella que se suponía que nos colocaría un enorme embudo en la boca por el que introduciría toda la comida.
Además de que como herramienta educativa es siempre mejor una buena motivación que una amenaza, nuestra madre nos iba metiendo, entre cucharada y cucharada, el fundamento del sentido del sacrificio y de la Comunión de los Santos.
Una de las definiciones que da el diccionario de la Real Academia Española para la palabra 'sacrificio' es: "acto de abnegación inspirado por la vehemencia del amor". Esta definición creo que es la que mejor describe el sentido cristiano del sacrificio; negarse a uno mismo por amor.
El amor es el motor que activado por la misericordia, nos mueve a actuar ante las necesidades y sufrimientos de los demás, negándonos a nosotros mismos. Unas veces ese negarnos a nosotros mismos nos supone prescindir de algo nuestro - bienes, tiempo - para entregarlo a quien lo necesita y así remediar su carencia. Pero hay otras ocasiones en que sentimos la impotencia de no poder remediar esas carencias; en esos casos cobra pleno sentido el sacrificio espiritual, que es eficaz por la Comunión de los Santos.
Y esto, que puede parecer nuy abstracto y difícil de explicar es lo que transmitimos a nuestros hijos, con la palabra y con el ejemplo, cuando les pedimos que recen por alguien que está atravesando un mal momento, que renuncien a algo que les gusta pensando en otros niños de su edad que no tienen lo necesario para vivir dignamente, que hagan aquello que les gusta ofreciéndolo por una intención noble,...
Actuando así, nuestros hijos van asimilando el sentido del sacrificio y de paso van forjándose una personalidad recia.
Ujué
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