El viento expulsó las nubes de la Sierra y el cielo se ha llenado de estrellas.
¡Cuánto os he echado de menos!
Al veros a través del ventanal de mi despacho, no he podido resistirme y ha salido al jardín en mangas de camisa. Hace frío, pero me tumbaría en el suelo para contemplaros.
La luna se ha quedado en nada y no me impide veros con toda nitidez. Como estoy un poco loco, empiezo a pasar lista. Nunca he sabido vuestros nombres científicos, pero yo os bauticé hace años con palabras nuevas y sé quiénes sois: Oriente, Gara, Diemal, Galea, Peñalara, Arangoya, Altaviana…
Seguro que habéis venido todas, pero la fachada de la casa me oculta a Saomar y a Albalat, que deben de estar muy juntas en el horizonte, como siempre.
―¡Atchiissss!
Una golondrina no hace verano y un estornudo no hace catarro. Vuelo a entrar en casa. Dentro de unos minutos me traerán un carrito con algo de cena. No mucho, que es miércoles de ceniza, y nos han recordado que somos polvo; polvo de estrellas.
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