Esta mañana, a la salida del acto de imposición de la ceniza, he visto a uno de los alumnos de 1º de Educación primaria (tiene ahora siete años) que estaba sentado en el zaguán del colegio. Le he preguntado qué hacía allí, cuando debería estar en clase. Me ha respondido que le dolía mucho la cabeza. Todavía tenía en la frente la señal de la ceniza y le he dicho si eso tenía algo que ver.
No estaba él para bromas y no me ha respondido.
Entonces, le he preguntado si sabía la manera de sufrir menos. Ahí se ha interesado de verdad.
Le he dicho que probara a ofrecer a Jesús el dolor de cabeza.
Entonces me ha dicho que no lo pensaba hacer.
- ¿Por qué no?
- Porque si se lo ofrezco será él quien tendrá el dolor de cabeza!
- No te preocupes por eso, porque Él ya no tiene estos dolores de cabeza. Tú ofréceselo.
Entonces he visto que se concentraba un momento y permanecía en silencio. Al cabo de un minuto me ha dicho sorprendido:
-¡No funciona! ¡Yo todavía tengo el dolor de cabeza!
Entonces le he explicado el sentido que tiene ofrecer el propio dolor a Jesús. Se sufre menos no porque nos lo quite, sino porque encontramos un sentido al sufrimiento y eso se hace más llevadero.
Publicar un comentario