“Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se le aparecieron Moisés y Elías. Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: “Señor, ¡qué bien se está aquí!” Una voz desde la nube decía: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. “Escúchenlo”. (Mt 17,1-9)
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Hoy está de moda el alpinismo.
Y tiene mucho de relación con Dios.
Pues a Dios le encantan las montañas.
En el Sinaí, a Moisés le dio las Tablas de la Ley.
Y Moisés bajaba con un rostro tan resplandeciente que tenía que taparlo.
Ahora es Jesús el que sube al monte Tabor.
También aquí el rostro de Jesús resplandecía como el sol.
Los vestidos se volvieron blancos como la luz.
En el Sinaí se nos regalan los “Mandamientos”.
En el Tabor se nos regala la revelación de Jesús como “Hijo amado, predilecto”.
Y ahora será la única voz que tendremos que escuchar.
Dos cosas hemos de aprender del Tabor.
El Tabor es el monte de la luz.
En el Tabor todo es luz.
“Rostro que resplandece como el sol”.
“Vestidos blancos como la luz”.
Símbolo de la verdad del cristiano, llamado también él a ser luz.
Dice el Papa Francisco:
“Y la luz que Jesús ha traído al mundo vence la ceguera del hombre, a menudo deslumbrado por la falsa luz del mundo, más potente, pero engañosa.
Nos corresponde a nosotros discernir qué luz viene de Dios”.
Y cita a San Pablo que escribe:
“Vosotros hermanos, no vivís en las tinieblas, sois hijos de la luz e hijos del día; no somos de la noche ni de las tinieblas”. (1Ts 5,1-6,9-11)
Y añade: “la identidad cristiana es identidad de la luz, no de las tinieblas”. “Debemos distinguir siempre: donde está Jesús hay siempre humildad, mansedumbre, amor y cruz”.
La luz no se ve a sí misma.
Los focos de luz no se ven a sí mismo, sino que hacen ver lo que les rodea.
También nosotros podemos ser esa luz.
Pero primero somos iluminados por dentro.
Para luego iluminar a los de afuera.
Sería bueno que en torno a cada cristiano los hombres pudieran decir:
“Amigo, ¡que bien se está contigo!”
¡Qué bien se está a tu lado!”
¡Qué bien se está en tu compañía!”
El Tabor es para escuchar a Jesús
“Este es mi Hijo amado, el predilecto! Escuchadle!”
¿Y qué es lo que tenemos que escuchar de Jesús?
Nos lo dice El mismo.
Viene enseñando a sus discípulos.
Se ha dedicado plenamente a ellos.
Pero ellos no le comprenden, y tienen miedo a preguntarle.
Porque Jesús está hablándoles de la Cruz
Está hablándoles de que el Hijo del hombre tiene que padecer.
Tenemos que escuchar la palabra del amor.
En el Sinaí se nos dieron mandatos y preceptos.
En el Tabor se nos habla de su muerte.
Por tanto se nos habla del amor del Padre.
A lo largo de la Cuaresma:
Tendremos que subir con frecuencia al Tabor.
Primero para descubrir a Jesús como luz de nuestras vidas.
Lugo para que sintamos la alegría de seguirle y estar con él.
Y para contagiarnos también nosotros de su luz.
Y escuchemos su palabra de amor que es la Cruz.
Escuchemos su palabra de salvación que es la Cruz.
Escuchar su palabra que “es una palabra humilde, mansa, con mucho amor”
“Pidamos al Señor que nos dé hoy la gracia de su luz y nos enseñe a distinguir cuándo la luz es su luz y cuándo es una luz artificial hecha por el enemigo para engañarnos”. (Papa Francisco)
Clemente Sobrado C. P.
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