“Con sólo tocar los flecos del manto de Jesús, los enfermos quedaban curados” (Mc 6, 53-56). Los enfermos se agolpan ante Jesús, porque como relata el evangelista Marcos, quedan curados con solo tocar “los flecos del manto de Jesús”. El poder curativo que emana de Jesús es tan fuerte y potente que no hace falta, como en otros casos, que Jesús tome contacto personalmente con los enfermos: aquí, con el solo tocar los flecos de su manto, los enfermos sanan instantáneamente, y esa es la razón por la que los enfermos, por todas los poblados a los que iba, lo rodeaban para ser curados.
Sin embargo, aun cuando la sanación física constituye un gran alivio para la humanidad sufriente, esta no forma parte de la obra central de Jesús, ya que Jesús no ha venido para simplemente curar a la humanidad enferma; la curación física que Él realiza a lo largo del Evangelio es solo una figura de su obra principal, que es la acción sanadora del alma por efecto de la gracia santificante: así como el cuerpo es curado de la enfermedad, así el alma es curada por la gracia al serle quitado el pecado. Pero hay además otro aspecto, figurado simbólicamente en las curaciones físicas: así como el cuerpo recupera una nueva vida cuando es curado de su enfermedad, así el alma, cuando le es quitado el pecado y recibe la gracia, comienza a vivir una nueva vida, la vida sobrenatural, la vida que es participación a la vida divina, la vida misma de Dios Uno y Trino, una vida nueva, que no es su vida natural, sino una vida nueva, la vida de los hijos de Dios.
“Con sólo tocar los flecos del manto de Jesús, los enfermos quedaban curados”. Si los cristianos tomaran conciencia de la plenitud de vida nueva, sobrenatural, celestial y divina que significa la vida de la gracia, vivirían aferrados a los sacramentos, principalmente la Eucaristía y la confesión sacramental, y no se desapegarían de ellos, ni de noche, ni de día.
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