“Solían acercarse a Jesús todos los publicanos y pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: “Ese acoge a los pecadores y come con ellos”. Jesús les dijo esta parábola: “Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y al llegar a casa reúne a los amigos y vecinos para decirles: “¡Felicitadme! He encontrado la oveja que se me había perdido”. (Lc 15,1-10)
Cada día trae su sorpresa.
Cada día amanece un nuevo sol.
Hoy el Evangelio nos trae una feliz sorpresa.
Hoy el Evangelio nos hace amanecer con una nueva alegría.
Porque hoy, el Evangelio me trae la gran noticia:
De lo importante que soy.
De lo que significo para Dios.
De lo que valgo para Dios.
Del interés que Dios tiene por mí.
Incluso, si muchas veces me pierdo en el camino.
Incluso, si muchas veces me alejo de El y del rebaño de mi comunidad creyente.
Para Dios, aunque no exista sino “yo solo”.
Es capaz de renunciar al descanso por mí.
Es capaz de echar monte arriba en mi búsqueda.
Es capaz de no poder dormir mientras no me encuentre.
Es capaz de dejarlo todo solo por mí.
Es capaz de pasarse todo el tiempo buscándome.
Es capaz, al encontrarme, de cargarme sobre sus hombros.
Es capaz, al regresarme a casa, de celebrarlo con los todos los vecinos.
Es capaz, de hacer fiesta, aunque no sea sino solo por mí.
Ama profundamente las noventa y nueve.
Pero a mí me ama de una manera particular.
Le quedan noventa y nueve, pero mientras le falte yo no está tranquilo.
Le quedan noventa y nueve, pero mientras yo esté extraviado, El no se da descanso.
Le quedan noventa y nueve, pero si yo me alejo de El, su corazón late por mí.
Solo yo, soy suficiente para que Dios se ponga en camino.
Solo yo, soy suficiente para que Dios se decida salir a buscarme.
¡Y yo que pensaba que cuando le fallaba, Dios se alejaba de mí!
¡Yo que pensaba que cuando yo me extraviaba, Dios me abandonaba!
¡Yo que pensaba que cuando yo le olvidaba, Dios se enemistaba conmigo!
¡Yo que pensaba que para Dios apenas significaba nada!
Y ahora me doy cuenta que para El yo significo muchísimo.
Yo solo puedo ser una fiesta para Dios.
Yo solo puedo ser la felicidad de Dios.
Yo solo puedo darle un alegrón al corazón de Dios.
¡Yo solo!
¿Te imaginas que cuando, llevado de tu pecado te alejas de El, Dios es capaz de recorrer los caminos del mundo hasta que me encuentra?
¿Te imaginas que, cuando fruto del pecado me alejo de El, Dios pareciera que me ama más en vez de odiarme y mandarme lejos a patadas.
Una sola oveja, una sola, es capaz de entristecer el corazón de Dios.
Una sola oveja, una sola, cuando es encontrada, pone fiesta en el corazón de Dios.
Que Dios se hubiese encarnado, aunque solo existiese yo solito.
Que Dios hubiese entregado a su Hijo, aunque solo existiese yo en el mundo.
Que Dios hubiese queda sacramentalmente en la Eucaristía, aunque solo existiese yo.
Que Dios hubiese regalado a la Iglesia el Sacramento de la Penitencia, aunque existiese yo solo.
Que Dios hubiese hecho fiesta en el cielo, aunque me convirtiese yo solo.
Que Dios me hubiese cargado sobre sus hombros, aunque solo yo fuese el extraviado.
Que Dios hubiese invitado a toda la Iglesia, solo porque yo he sido encontrado.
No me digas que no es para sentir alegría hoy.
No me digas que no es para que hagamos fiesta hoy en nuestro corazón.
¡Aunque no exista más que yo!
¡Aunque no existas más que tú!
Clemente Sobrado C. P.
Archivado en: Ciclo C, Tiempo ordinario Tagged: amor, misericordia, oveja, oveja perdida, parabola, perdon, reconciliacion
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