“Entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera para poder verlo, porque tenía que pasar por allí.” (Lc 19, 10)
Se puede ser jefe de todos.
Pero no por eso tener garantizada la felicidad.
Se puede ser rico.
Pero no por eso haber asegurado la felicidad del corazón.
Se puede tenerlo todo.
Y no tener nada cuando falta Dios para llenar el corazón.
Y, por más que hagamos, no es fácil acallar el corazón.
No es fácil engañar nuestro corazón llenándolo de cosas.
No es fácil engañar nuestro corazón llenándolo de poder.
No es fácil engañar nuestro corazón llenándolo de riquezas.
Esto lo entendió muy bien San Agustín cuando escribió: “Señor, nos hiciste para ti y mi corazón estará inquieto en tanto no descanse en ti”.
Podemos reírnos a carcajadas, y no ser felices.
Podemos tener llena la casa de cosas y vacío el corazón.
Podemos ser jefes y ser ricos, y llevar dentro un corazón que aspira a más.
Las cosas pueden distraernos, pero solo Dios es capaz de llenarnos.
Las cosas pueden ocuparnos por dentro, y sin embargo vivir vacíos sin Dios.
Zaqueo era de los que estaba arriba, pero le faltaba algo.
Zaqueo era rico, pero le faltaba lo esencial.
Zaqueo lo tenía todo, pero era más pequeño que el resto de la gente.
Sentía necesidad de Dios.
Sentía necesidad de conocer a Jesús.
Sentía necesidad de experimentar a Jesús.
No le bastaba tener ideas sobre Jesús.
Necesitaba verlo, sentirlo, experimentarlo.
No basta conocer a Dios de segunda mano, por lo que nos dicen de él.
Necesitamos verlo.
Los deseos pueden aparecer como ilusiones.
Pero sin deseos en el corazón no buscaremos.
Sin deseos en el corazón no nos arriesgaremos.
Sin deseos en el corazón no tendremos el coraje de subirnos a una higuera.
Sin deseos en el corazón no seremos capaces de hacer el ridículo ante los demás.
Al fin y al cabo:
Los deseos nos dan la medida de las necesidades del corazón.
Los deseos nos dan la fuerza suficiente para arriesgarnos en la vida.
Los deseos son la fuerza que hacen capaces de tomar decisiones, aunque los demás no nos comprendan, como tampoco la gente comprendió a Zaqueo.
Los deseos son el camino para encontrarnos con Dios.
Los deseos son el camino que nos lleva a ver a Dios.
Los deseos son el camino que llevan a Dios a “hospedarse en nuestra casa”.
Todo empieza por un vacío.
Todo empieza por una necesidad.
Todo empieza siendo pequeño.
Todo empieza cuando los otros son para nosotros un estorbo.
Todo empieza con un corazón que quiere ver y no le dejan ver.
Todo empieza por un Jesús que “levanta los ojos, y nos dirige la palabra”.
Y todo termina:
Con Jesús cenando en nuestra casa.
Con Jesús anunciando la salvación a nuestra casa.
Con un corazón que se vacía de los bienes.
Con un corazón capaz de compartir lo que se tiene con los pobres.
Con un corazón capaz de sincerarse con la vida y devolver lo que se ha robado a los demás.
Señor, ¿no viviré demasiado esclavo de las cosas?
Señor, ¿no me resignaré a mi pequeña estatura?
Señor, ¿no seré capaz de romper con mis sentimientos de orgullo por ti?
Señor, ¿no seré de los que no me contento con conocerte de segundo mano?
Clemente Sobrado C. P.
Archivado en: Ciclo C, Tiempo ordinario Tagged: cambio, conversion, felicidad, perdon, riqueza, zaqueo
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