A mí no me gusta, en el blog – ni fuera de él - , descender a la casuística. Más que nada porque la casuística, la aplicación de los principios a los casos particulares, es tan variada como variados son estos casos. Mejor resolverlos según surjan, sin prisas, sin generalizaciones, sin exposición pública innecesaria.
En la vida pastoral existe una gradación muy sabia: Se predica, en principio, para todos. Se atiende a cada persona en singular en la dirección espiritual y en el confesonario. Y, sin negar los principios, lo adecuado para una persona no tiene por qué ser, de modo inmediato, adecuado para otra. Un buen médico no cuelga a la puerta de su consulta una especie de cartel en el que diga: para quien tiene fiebre, tal pastilla; para el que no duerme, tal otra. No, no hace eso. Verá caso por caso, paciente por paciente.
¡Cuántos esfuerzos, cuántos enfados nos ahorraríamos en la Iglesia – y en las concreciones próximas de la Iglesia – si observásemos esa elemental norma de prudencia!
Estoy leyendo con enorme interés la enseñanza y la exhortación – si es exhortación, es también enseñanza – del papa Francisco “Evangelii gaudium”. En los números 98-101 de este texto advierte: “No a la guerra entre nosotros”.
Hay muchas guerras entre nosotros, entre los cristianos. A veces, más que guerras, “batallitas”. En mi día a día, perdonen si me contradigo y soy casuista, el fuego que más quema, que más harta, que más desanima, no es el “fuego enemigo”, sino el “fuego cercano”, supuestamente “amigo”. La actitud de quien nunca quiere sumar, sino restar. La crítica despiadada, sistemática y, encima, escasamente razonable.
“A los cristianos de todas las comunidades del mundo, quiero pediros especialmente un testimonio de comunión fraterna que se vuelva atractivo y resplandeciente. Que todos puedan admirar cómo os cuidáis unos a otros, cómo os dais aliento mutuamente y cómo os acompañáis: «En esto reconocerán que sois mis discípulos, en el amor que os tengáis unos a otros» (Jn 13,35). Es lo que con tantos deseos pedía Jesús al Padre: «Que sean uno en nosotros […] para que el mundo crea» (Jn 17,21)”, dice el Papa. Y se lo agradezco profundamente.
Y añade: “Por ello me duele tanto comprobar cómo en algunas comunidades cristianas, y aun entre personas consagradas, consentimos diversas formas de odio, divisiones, calumnias, difamaciones, venganzas, celos, deseos de imponer las propias ideas a costa de cualquier cosa, y hasta persecuciones que parecen una implacable caza de brujas. ¿A quién vamos a evangelizar con esos comportamientos?”.
Yo no sé. Quizá el Papa es muy directo, muy espontáneo. Quizá, si nos ponemos en plan exigente, debería a veces matizar más. Quizá. Pero dice unas verdades como puños. Y, entre ellas, esta: “Todos tenemos simpatías y antipatías, y quizás ahora mismo estamos enojados con alguno. Al menos digamos al Señor: «Señor yo estoy enojado con éste, con aquélla. Yo te pido por él y por ella». Rezar por aquel con el que estamos irritados es un hermoso paso en el amor, y es un acto evangelizador. ¡Hagámoslo hoy! ¡No nos dejemos robar el ideal del amor fraterno!”.
Guillermo Juan Morado.
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Pronto, un nuevo libro:
EL ENCUENTRO CON JESÚS
Autor : GUILLERMO JUAN MORADO
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