“Se acercaron a Jesús unos saduceos que niegan la resurrección y la preguntaron: Maestro, Moisés nos dejó escrito. Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano, Pues bien, había siete hermanos; el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella sin dejar hijos. Por último se murió la mujer. Cuando llegue la resurrección ¿de cuál de ellos será mujer?” (Lc 20,27-40)
Comencemos por una pregunta:
¿Eres fariseos que cree en la resurrección?
¿Eres saduceo que no crees en la resurrección?
No es fácil creer en la resurrección.
La prueba la tenemos en los mismos discípulos en el tiempo de Pascua.
Pero una cosa es que no sea fácil reconocer la vida del más allá.
Y otra muy distintas es negarse a creer.
Una cosa es lo difícil que resulta ver la verdad del más allá
Y otra muy diferente es negarse y resistirse a aceptar que resucitaremos.
Se puede buscar y preguntar.
Lo que no puedo aceptar es la falsedad y la trampa y la mentira.
Es posible que muchos que decimos creer en la resurrección, no creamos tanto.
Porque los saduceos no creían por la falsa idea que tenían de la resurrección.
Resucitar no es prolongar la felicidad de aquí abajo en el más allá.
Resucitar no es prolongar lo terrero en lo divino.
Resucitar no es prolongar la comida humana en comida divina.
Resucitar no es prolongar el matrimonio humano en divino.
Resucitar no es prolongar los maridos ni las esposas.
Resucitar es transformarnos en algo nuevo.
Resucitar es transformarnos en algo distintos.
En la plenitud de Dios se acabaron los maridos.
En la plenitud de Dios se acabaron los besitos y abrazos.
En la plenitud de Dios se acabaron las entregas.
En la plenitud de Dios se acabaron los maridos y las esposas enamorados.
Alguien me envió un correo que lo había entendido bien.
Se murió Manuelito y se fue el cielo resucitado.
Mercedes vivía desconsolada hasta que también a ella le todo conocer la futura resurrección.
Llegada al cielo lo primero que preguntó fue por su Manuelito. Alguien le hizo una señal donde encontrarlo. Apenas lo vio le gritó feliz: “¡Manuelito!” Pero el viejo, bien espabilado, respondió: “Un momento. El compromiso fue “hasta que la muerte nos separe, así que ahora cada uno por su camino”.
Mientras vivimos nos casamos para engendrar hijos y suplantar a los que mueren.
Una vez que resucitamos ya no morimos.
Una vez que resucitamos ya no necesitamos engendrar hijos nuevos.
Seremos todos “hijos de Dios” que no mueren.
Seremos todos “hijos de Dios” que no engendramos con los cuerpos sino con los espíritus.
El Cielo no es Hollywood donde la multiplicación responden a otras tantas separaciones.
En el cielo nos uniremos en Dios en una misma comunión de vida.
En el Cielo nuestro único matrimonio será nuestra comunión con Dios.
Si no podemos explicar la resurrección, ¿tendrá sentido seguir creyendo en ella?
En una conversación un caballero supo dar una respuesta muy sabia a quien se permitió el lujo de negara: “Yo no sé explicarla, ni siquiera sé si existirá. Pero como dice el cura de mi pueblo: “prefiero creer en ella aunque no exista, que negarla aunque exista. Al menos podré vivir en la esperanza.
Clemente Sobrado C. P.
Archivado en: Ciclo C Tagged: muerte, resurreccion, vida eterna
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