“Dijo pues: “Un hombre noble se marchó a un país lejano para conseguir el título de rey, y volver después. Llamó a diez empleados suyos y les repartió diez onzas de oro, diciéndoles: “Negociad mientras vuelvo”. (Lc 19,11-28)
Una parábola en la que se nos describe la verdad de la Iglesia después de la ascensión, es decir, ahora.
Jesús se nos va.
Pero no deja la Iglesia abandonada.
Sino que ahora la deja en nuestras manos.
El Evangelio no queda ahora al aire.
Sino en nuestras manos.
Tenemos la idea de que basta estar en la Iglesia.
Ser consumidores de Iglesia.
Ser consumidores de gracia y Evangelio.
Muy por el contrario:
Cada uno tenemos una responsabilidad en la Iglesia.
Cada uno tenemos unos una serie de dones en la Iglesia.
Cada uno estamos llamados a hacer fructificar el Evangelio.
Cada uno estamos llamados a hacer fructificar la gracia del Señor.
Cada uno estamos llamados a hacer nueva cada día la Iglesia.
Tenemos una responsabilidad en la Iglesia.
Una responsabilidad que es muy personal.
Una responsabilidad que es distinta en cada uno de nosotros.
Jesús no nos encomienda la Iglesia para que simplemente la conservemos.
Jesús no nos encomiendo la Iglesia para que se la devolvamos como él nos la entregó.
Cada uno estamos llamados a aportar algo nuevo.
Vivir la verdad de la Iglesia no es conservarla.
Vivir en la Iglesia no es conservarla en alcanfor.
Se necesita tomar conciencia de nuestra responsabilidad.
Se necesita tomar conciencia de que vivimos en la Iglesia no para conservarla.
Se necesita tomar conciencia de que la Iglesia no es algo que tengamos que conservar en una caja fuerte.
Sino que es preciso actualizarla cada día.
Ponerla en el mercado de la novedad cada día.
Jugarnos cada día el riesgo de equivocarnos.
Jugarnos cada día el riesgo de que bajen los valores de la Bolsa.
Pero el Señor quiere el riego y no la seguridad.
El Señor quiere que nos arriesguemos y no nos refugiemos en la seguridad.
En la Iglesia tenemos que apostar.
En la Iglesia tenemos que poner nuestros dones y carismas en el juego de la Bolsa de Valores.
Jesús no quiere cristianos temerosos que se dedican a conservar el pasado.
Jesús no quiere cristianos que tienen miedo al fracaso.
Jesús prefiere el fracaso del riesgo a no esa seguridad de no perder .
Tal vez, no todos podemos hacer fructificar los dones de Dios en la misma medida.
Y eso lo comprende el Señor:
El que recibió uno, fructificó diez, y fue recompensado con diez.
El que recibió uno, fructificó cinco, y fue gratificado con otros cinco.
Pero no faltan los cobardes, los que tiene miedo al fracaso.
Y resulta que en la Iglesia hay muchas maneras de fracasar.
Se puede fracasar perdiéndolo todo.
Se puede fracasar conservándolo todo.
Estoy seguro de que Jesús aceptaría podamos fracasar apostando por el reino.
Lo que no acepta Jesús es la satisfacción de conservar el don recibido.
Prefiere lo perdamos en el juego del riesgo a que lo conservemos en el juego de la seguridad.
No podemos entregar a Jesús la Iglesia tal como El nos la dejó.
No podemos devolverle a Jesús la Iglesia como El nos la entregó.
El que conserva pero no hace crecer la gracia en él no piensa como Jesús.
Es preferible correr el riesgo del fracaso a no conservar por miedo a fracasar.
Jesús no quiere cobardes que no apuestan.
Jesús quiere decididos que apuestan aunque fracasen.
Digamos que la vocación del cristiano no es de “conservadores”.
Digamos que la vocación del cristiano no es de “miedosos”.
Digamos que la vocación del cristiano es de “riesgo”.
Digamos que la vocación del cristiano es de “apostar por lo nuevo”.
Señor, que no te devolvamos al mundo como lo hemos recibido.
Señor, que no te devolvamos la Iglesia como la hemos recibido.
Clemente Sobrado C. P.
Archivado en: Ciclo C Tagged: iglesia, mision, parabola, riesgo, talentos
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