Una petición a la Congregación de Obispos



En este blog en vano buscaréis críticas a los sacerdotes. Para que un sacerdote o una monja reciba una censura en mis líneas, realmente habrá tenido que atacar a la jerarquía de forma abierta y continuada durante años.


Pues si no les critico a ellos, mucho menos a los obispos, que para mí son personas sagradas. Ahora bien, eso no me impide ver las carencias objetivas de algunos de ellos. Las veo, pero me callo.


Pero cuando hoy he visto en las noticias a todos los obispos españoles reunidos en la Conferencia Episcopal, me han entrado ganas de llorar. Os lo aseguro. No estoy exagerando.


Les veo y no veo en ellos graves pecados, no veo en sus almas lacras morales. Veo hombres honestos, entregados al servicio de la Iglesia, con muchos años de estudios teológicos, trabajadores hasta la extenuación, clérigos prudentes con experiencia de gobierno.


Pero me ha entrado una tristeza tan grande al pensar en Roma. Esa Roma a la que amo. ¡Qué gran responsabilidad en las personas de la Congregación de Obispos, para tener que escoger a los candidatos de entre los cuales saldrán los futuros obispos!


¡Qué diferencia entre lo que querría Dios y la realidad! Un obispo debería ser un santo vivo, una imagen perfecta del pastor de almas, un pozo de sabiduría, un consagrado de altísima vida espiritual.


Por favor, si alguien en Roma está leyendo este post, estas humildes líneas, que se tome muy en serio esto que digo y lo hable con alguien. No están escogiendo a malos obispos. Pero para esos cargos deberían buscar a las perlas más selectas, a las gemas más impresionantes de la nueva creación que es el cristianismo. Por favor, por favor, no se trata de mantener, de conservar. Se trata de incendiar el mundo entero con el fuego de las palabras del Evangelio.


Esos diamantes existen, pero hay que buscarlos. Porque, desgraciadamente, muchas veces están en las profundidades. ¿Por qué están en las profundidades de la pastoral? Porque los iguales escogen a sus iguales.


Orad, orad para que se produzca no una mejora en la Congregación de Obispos, sino una verdadera revolución. Y que cada obispo que se nombre sea un nuevo Atanasio, un nuevo Crisóstomo, un nuevo Agustín, un nuevo Ligorio.



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