Sería interesante conocer las estadísticas, ahí estarán, de bautizados y confirmados cada año en España. Me temo que, siendo generoso, más de la mitad de los católicos no han recibido este sacramento y, por consiguiente, tienen sin completar su iniciación cristiana.
¿Por qué mientras bautizos y primeras comuniones siguen siendo algo mayoritario, la confirmación se convierte en un sacramento poco menos que para “elegidos”? Evidentemente hay un fuerte componente social, y Dios nos libre de que este sacramento acabe convertido en la fiesta de los quinceañeros tan en el estilo hispanoamericano.
A mi modo de ver tenemos dos cosas importantes que resolver:
Una, y la veo como general en toda la vida cristiana, es que estamos empapados del más puro pelagianismo, según el cual la vida cristiana es cosa de uno y punto final.
Error, gravísimo error. La vida cristiana es gracia, es don de Dios, y sin ese don de Dios se convierte en nada. Dios nos regala su gracia a través de dos caminos: oración y sacramentos, sacramentos y oración. Si no acertamos a comprender ese don de Dios, entonces todo lo demás viene seguido. Da igual bautizar al niño con una semanas, con meses o con años. No es cosa del sacramento si no de pura estética y conveniencia familiar. No digamos nada lo de las primeras comuniones. Para que los hermanitos la hagan juntos no hay problema en atrasar la del mayor un año o más. Es decir, el mayor un año sin comulgar. No pasa nada. ¿Acaso se necesita la comunión ara ser mejor persona? Pues eso… puro pelagianismo.
Y si no se ve la necesidad de bautismo o eucaristía, como para tratar de que se entienda la confirmación. Las familias la ven, en demasiados casos, como algo meramente opcional. Así nos va. Llega el momento de recibir la confirmación y siempre hay algún pero: estudios, deporte, actividades, amigos… Y el reproche a la parroquia por no saber atraer. Quizá tengan su parte de razón, pero el planteamiento que yo me hago es otro: no es fácil perseverar en la vida cristiana en la adolescencia y juventud, lo vemos cada día, ¿y pretendemos encima privar de un sacramento que es fuerza para vivir la fe y dar testimonio de ella?
La otra cuestión por resolver es la del mismo nombre del sacramento. En muchos países recibe el nombre de “crisma”, lo cual es mucho más rico y se presta a menos confusiones. Porque unido al nombre se da una confusión teológica grave según la cual el sacramento de la confirmación es algo así como la aceptación personal del bautismo que uno hace en la adolescencia o juventud. Pues no, no tiene nada que ver. La aceptación del bautismo, su renovación, ya la hacemos cada año en la noche de Pascua. El sujeto del sacramento no “confirma” nada, es confirmado en su fe por la crismación, que es muy distinto.
Llega el inicio de curso. Habrá que explicar esto muy bien a los padres y posiblemente ir adelantando la edad de la confirmación. Precisamente porque los niños adelantan que es una barbaridad, antes necesitan la fuerza del Espíritu para poder vivir como cristianos. No pasa nada por hacerlo, todo lo contrario. Preguntemos a la gente de nuestras parroquias, a esos cristianos fieles de siempre, por la edad en que recibieron el sacramento: seis, siete, ocho años… y ahí están.
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