“Un sábado, entró en la sinagoga a enseñar. Había allí un hombre que tenía parálisis en el brazo derecho. Los letrados y los fariseos estaban al acecho para ver si curaba en sábado, y encontrar de qué acusarlo… Y echando una mirada a todos, le dijo al hombre: “Extiende el brazo”. El lo hizo y su brazo quedó restablecido. Ellos se pusieron furiosos y discutían qué había que hacer con Jesús”. (Lc 6,6-11)
La escena se repite.
Cuando se trata de hacer bien al hombre no importan ni el sábado ni la sinagoga, ni menos el escándalo de los “buenos”.
El hombre que sufre:
Está por encima de todo.
Está por encima de la ley.
Está por encima de nuestras traducciones religiosas.
Estar en la sinagoga, pero insensibles a la “parálisis de este hombre”.
Sábado, y estar impedidos de sanar la “parálisis de este hombre”.
Estar leyendo la Palabra de Dios, pero insensibles al sufrimiento humano.
No vayamos tan lejos.
¿No podíamos echar una mirada en torno nuestro?
Muy ensimismados en nuestras oraciones, pero insensibles al dolor ajeno.
Muy ensimismados en nuestros rezos, pero insensibles al sufrimiento del de al lado.
Muy ensimismados en nuestro fervor, pero insensibles al que sufre.
¿A caso el preocuparnos del hermano que sufre nos distrae en nuestros rezos?
¿A caso el sentir el sufrimiento del hermano nos distrae de nuestro recogimiento interior?
¿Cuántos sábados había acudido a la sinagoga y no había podido levantar sus brazos para alabar a Dios?
¿Alguien se compadeció de él?
Hasta que llega Jesús:
Escucha la Palabra, pero no deja de mirar en su entorno.
Escucha y alaba a Dios, pero no deja de percibir que alguien no puede levantar sus brazos.
El que sufría de parálisis del brazo derecho no le distrajo de su atención a la Palabra de Dios.
Al contrario leyó y escuchó la Palabra de Dios en aquel brazo paralizado.
Sabía que era sábado y le vigilaban.
Sabía que era sábado y estaban al acecho y era peligroso.
Sin embargo, se trataba de una persona que sufría.
No se podía salir de la sinagoga ni era celebrar el sábado con la indiferencia.
Y le ordena “extender el brazo”.
Que la armó, la armó: “Ellos se pusieron furiosos y discutían qué había que hacer con Jesús”.
Diera la impresión de que, para muchos, atender al que sufre, nos distrae de Dios.
Cuando en realidad mirar por el que sufre, es mirar hacia donde mira Dios.
Preocuparse por el que sufre, es preocuparse por lo que le preocupa a Dios.
Sentir lo que siente el que sufre, es sentir lo que siente Dios.
Solucionar el problema del que sufre, es hacer lo que Dios quiere que hagamos.
Señor: somos muchos los que sufrimos parálisis.
Señor: somos muchos los que sufrimos parálisis en nuestras mentes, que nos impiden ver tus nuevas presencias en la historia.
Señor: somos muchos los que sufrimos parálisis en nuestros corazones, incapaces de amar.
Señor: somos muchos los que sufrimos parálisis en nuestras lenguas, incapaces de anunciarte a los hombres.
Señor: somos muchos los que sufrimos parálisis en nuestras manos, incapaces de alargarse a los que nos necesitan.
Señor: somos muchos los que sufrimos parálisis en nuestros pies, incapaces de ir a buscar al hermano perdido o a anunciarle tu Evangelio.
Señor: ¿no podías sanar hoy todas estas nuestras parálisis?
Clemente Sobrado C. P.
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