Homilía para el XXIII domingo durante el año C
Al entrar en la última fase del año litúrgico, el ciclo de las lecturas bíblicas de este domingo nos señala como siempre, con mayor insistencia, ciertos aspectos fundamentales de la vida cristiana, y especialmente la necesidad de pertenecer radicalmente a Cristo.
El texto del Evangelio de Lucas se encuentra en el corazón de una larga sección (9, 51- 19, 27) cuyo tema principal es aquél de la subida de Jesús hacia Jerusalén, dónde será entregado. En este momento, grandes muchedumbres lo siguen en su subida. Lo aclamarán con ramos de olivos, el día en que entrará en Jerusalén, pero sabemos también con que rapidez las mismas muchedumbres lo abandonarán y pedirán su muerte.
Es a esta muchedumbre, y no a pocos discípulos elegidos, que Jesús traza las exigencias que se imponen a quién quiera seguirlo. Estas exigencias puden reducirse a dos: la primera es aquella que san Benito pone en su Regla con las palabras: “No preferir nada a Cristo” (RB 4, 24) “Si alguno viene a mí, dice Jesús, sin preferirme a su padre, madre, esposa, hijos, hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo”. La segunda exigencia, es la disposición para aceptar todos los sufrimientos, ahí entran las incomprensiones y las persecusiones que tal opción radical puede provocar. Y de esta cruz es de la que habla Jesús y no de pequeñas mortificaciones que uno se puede auto-imponer. “Aquél que no lleva su cruz para caminar detrás mío, dice Jesús, no puede ser mi discípulo”.
San Lucas refiere todavía dos logia (dichos) de Jesús, y él es el único evangelista que los ha conservado. Se trata de dos enseñanzas de prudencia humana: antes de ponerse a construir algo, es necesario detenerse a examinar si se tiene todo cuanto es necesario para conducir el proyecto a buen fin; y antes de partir a una guerra contra alguien, se debe verificar si se tienen las fuerzas necesarias para no hacerse vencer por el adversario.
Después de estas dos indicasiones de buen sentido, Jesús continúa: “del mismo modo, y aquí la palabra “mismo” es muy importante, aquél que de entre ustedes no renuncia a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo”. Esto muestra que, en el pensamiento de Jesús, el sólo comportamiento “prudente”, si se quiere ser su discípulo, consiste en el desprenderse de todo lo que no es Él. Y el comportamiento “prudente” posible, porque de otra manera no se puede ser feliz, estando divididos entre dos señore, es este desprendimiento. Allí dónde esté tu tesoro, también estará tu corazón. Y allá dónde esté tu corazón estará tu felicidad. Si nuestro corazón está dividido entre Jesús y cualquier otro, no podemos ser felices, porque no vivimos más que divisiones internas e insatisfacción.
En la segunda lectura tenemos un bello ejemplo de alguien que ha sabido abandonar todo para seguir a Cristo, es el apóstol Pablo. Cuando Pablo hizo su opción total por Cristo, significó un corte rotundo con su pasado y sus realizaciones anteriores. Esto también significó la prisión, es propiamente desde la prisión que escribe a Filemón. Exhorta a Filemón a obrar también él contra corriente, por fidelidad a Cristo, recibiendo su esclavo Onésimo no más como esclavo, sino como un hermano muy amado. Las exigencias del seguimiento de Jesús son muchas veces imprevisibles.
Recordando el llamado del Papa Francisco a orar, y a hacer penitencia por la paz, tengamos presente esta enseñanza de Jesús y vivamos en la prudencia del desprendimiento y la entrega. Que María, nuestra Madre, no ayude, pues parece difícil el camino, pero así sólo nos realizaremos y encontraremos nuestro lugar, y nuestra felicidad.
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