La peregrinación a Tierra Santa es un viaje especial, distinto de todos los demás. Allí se pueden ver ruinas de antiguas civilizaciones, hermosos monumentos y paisajes sorprendentes; aunque normalmente no es eso lo que mueve a los peregrinos a ponerse en camino, sino que buscan para compartir unos días de convivencia y oración en los lugares santificados por la presencia del Señor Jesús y de su Madre, la Virgen María.
El Medio Oriente ofrece un vertiginoso paseo por la historia. Allí se concentra la más asombrosa variedad geográfica, étnica y cultural. También profundas vivencias religiosas junto a los odios más acentuados, como podemos comprobar cada día en las noticias.
En esa zona del mundo conviven distintas razas y credos, a veces colaborando entre sí, otras ignorándose y en ocasiones enfrentándose con violencia. En Israel se encuentran las fuentes de la fe para judíos (el Muro de las Lamentaciones), cristianos (el Santo Sepulcro), musulmanes (la mezquita de la cúpula de la roca), samaritanos (monte Garizim), drusos (montañas del Carmelo), Ba’hais (jardines persas), pero también modernas instalaciones hoteleras y de ocio. Ruinas de civilizaciones desaparecidas comparten el espacio con empresas especializadas en aparatos de alta tecnología, que tienen su sede en resplandecientes ciudades contemporáneas. Lujosos balnearios modernos han tomado el lugar de antiguas termas romanas. Amplias playas de arenas finas en el Mediterráneo, aguas cristalinas pobladas por una fauna asombrosa en el Mar Rojo y aguas con la mayor concentración de sal del mundo, donde es imposible la vida, en el Mar Muerto. Fértiles llanuras sembradas de flores y frutas tropicales, en medio de estériles desiertos. En estos contrastes radica gran parte de su atractivo.
De todas formas, los que viajan como peregrinos a Tierra Santa no necesitan solo capacidad de observación y de asombro, sino – principalmente – una actitud de fe y un deseo de encontrarse con Jesús en los mismos sitios donde Él vivió, profundizando en su amistad.
Hay que reconocer con sencillez que se pueden encontrar destinos turísticos mejores y más baratos en otras partes del mundo. Quienes viajan a Tierra Santa aceptan con gusto pasar un calor sofocante y otras incomodidades porque el Hijo de Dios se hizo carne en esa tierra. Ese es el lugar que Él eligió para entrar en nuestra historia, para hacerse uno de los nuestros. Es verdad que hoy podemos encontrarle en cualquier sitio, pero esa tierra ofrece una oportunidad única para profundizar en su mensaje, para abrirnos a su gracia, para comprender mejor muchos pasajes del Evangelio.
Cada uno de los santuarios de Palestina es un recordatorio perenne de la Buena Noticia de Jesucristo. Sus seguidores hemos levantado templos en los lugares relacionados con su vida y ministerio. Los enemigos del cristianismo los han destruido numerosas veces y cada vez han renacido de sus cenizas, hasta el presente.
Esos edificios tantas veces destruidos y reedificados son imagen de la Iglesia, que camina “entre los consuelos que le da Dios y las persecuciones que le procura el mundo” (san Agustín). Las persecuciones contra el cristianismo, la destrucción de sus edificios y el martirio de sus fieles no han podido acabar (ni lo podrán nunca) con una fe que no proviene de los hombres, sino de Dios.
Una de las cosas que más sorprenden es la gran variedad de ritos y confesiones cristianas que conviven en Tierra Santa. Cuando colaboran entre sí, respetándose, son manifestación de la capacidad del cristianismo de adaptarse a todas las culturas, fecundándolas. Cuando se enfrentan y se ofenden, son una denuncia de las divisiones que causa el pecado de los hombres en el Cuerpo de Cristo y de la perenne necesidad que tenemos de convertirnos al Evangelio.
Desde los tiempos apostólicos, numerosos cristianos han peregrinado a Israel: el mártir san Justino, san Francisco de Asís, san Ignacio de Loyola, el beato Carlos de Foucauld, los Papas Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI…
Este viaje marca la vida de los que acuden con las disposiciones correctas. Muchos peregrinos antiguos nunca regresaron a su patria, sino que se quedaron en Palestina, para vivir en el servicio del Señor en su propia tierra. Un grupo de ellos, establecidos en el Monte Carmelo, a finales del s. XII dio origen a la Orden del Carmen.
Yo he tenido la suerte de acompañar varios grupos de peregrinos a lo largo de los años y puedo confesar que cada viaje ha sido una bendición para mí y para los demás participantes. Pasado mañana comienzo una nueva peregrinación acompañando cincuenta fieles de la parroquia de santa Teresita de Oklahoma City. Por favor, oren pon nosotros y yo también oraré por todos los lectores del blog en estos días de gracia.
La mayoría de las personas que participarán en esta peregrinación han tenido que hacer un sacrificio enorme. Son trabajadores, familias sencillas. Llevan años ahorrando para poder ir de vacaciones a México (de donde provienen casi todos) o para comprarse un coche, pero han preferido renunciar a otras cosas para visitar la tierra de Jesús, con el deseo de comprender mejor su evangelio y de amarle cada día más. ¿Verdad que los tendremos presentes en nuestra oración?
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Para cuando tienen programado otro viaje y cual es el costo
gracias