¡Fuera de mi cocina, joven!
Me pide Kloster que hable en el globo sobre el uso del “tú” y del “usted” Creo que hace años ya escribí algo sobre la cuestión, pero explicaré mi criterio con una sencilla parábola:
Me gusta recibir a gente en mi casa y no me importa que mis amigos entren hasta la cocina y picoteen las patatas fritas. Con mucho gusto les enseño dónde está el cuarto de baño, antes de que lo pidan, y procuro que esté presentable para que no se sientan incómodos si lo usan. Si se tercia, les presto un paraguas o un libro de la biblioteca, aun sabiendo que no me lo devolverán. Y no me molesta nada ―lo considero un honor― que, antes de despedirse, me pidan la receta secreta del pudin de bonito con el que siempre triunfa mi madre.
Todo esto es razonable y encantador con tal de que la iniciativa sea mía o, al menos, el visitante pida permiso para tomarse ciertas libertades.
En cambio me molestaría mucho que alguien ―conocido o no―, entre en mi casa por las bravas y, sin encomendarse a Dios ni al diablo, llegue hasta la cocina, robe cinco croquetas y el pudin de bonito, entre en el baño de mi habitación, se dé una ducha con mi champú y, al salir, me quite un libro de la biblioteca y una bolsa de patatas. En este caso, avisaría sin dilación a la policía.
Estoy tratando de explicar por qué me gusta tratar de usted a algunas personas y de tú a otras.
Cuando trato de usted a alguien me porto como un visitante respetuoso que llega a la sala de visitas del que escucha y allí se queda mientras no le inviten a pasar más adentro. Cuando me “apean” en tratamiento, o nos lo apeamos mutuamente, es como si me dejaran ocupar las habitaciones de su casa. El “tú” entonces significa algo, es una prueba de amistad y de entrega mutua.
En cambio el que me trata de “tú” sin conocer siquiera mi nombre, se parece al ladrón de croquetas a que me refería antes o al que llega a mi casa y, sin saludar al dueño, vacía la nevera y se tumba en el sofá.
En resumen,
Me gusta el “usted” porque me gusta más el “tú” y quiero que esa palabra signifique algo especial. Me encanta tutear a mis amigos, a los que invito a entrar hasta la cocina. Por eso, cuando veo que alguien viene con el “tú” por delante, me dan ganas de decirle:
―Oiga joven; llame primero a la puerta, entre en la sala de visitas. Y luego, ya veremos.
―Sin embargo ―me interpela Kloster―, desde que eres cura tú tuteas a media humanidad.
―En efecto; solo a media. Tuteo a los que vienen a mí precisamente por ser sacerdote. Pero este es un asunto diferente del que hablarte otro día si tengo tiempo.
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