Prometí hablar del asunto y ahí va, aunque el asunto sea espinoso. Antes de nada, afirmar que tanto en primeras comuniones como en demás sacramentos, es el párroco en definitiva el “administrador” de los sacramentos, es decir, quien debe discernir cuándo, cómo y en qué condiciones. En el caso de primeras comuniones estoy convencido de que hay niños con sus seis – siete añitos que por formación y familia estarían perfectamente preparados para recibir la eucaristía, mientras que los hay que te da igual siete años que diez que son incapaces de distinguir lo básico: el pan consagrado de una galleta María.
El problema es que, por desgracia, se hace necesario mantener unos criterios para salvaguardar la integridad moral e incluso física del pastor. Porque no es nada sencillo decir a los padres que estos niños harán su primera comunión con siete años, esos con ocho y aquellos otros ya veremos. La respuesta puede ser de telediario, fuerzas de seguridad y servicios de urgencia.
Así que lo menos malo es que cada diócesis establezca sus criterios y permanecer firmes en ellos para evitar males mayores.
Madrid tiene establecidos tres años de preparación para recibir los sacramentos de penitencia y eucaristía, habida cuenta de que la mayoría de los niños llegan completamente vírgenes en estos temas. Lo cierto es que muchas parroquias mantienen tan solo dos años por dificultades logísticas, que comprenden tanto locales como catequistas. En cuanto a la edad, lo general es celebrar estos sacramentos en el año que cumplen los diez.
Hasta aquí lo general. Pero año tras año nos encontramos con el “problema” de los dos hermanitos que se llevan poco más de un año y que papá y mamá quieren que hagan su preparación y primera comunión juntos. No entro en razones, que pueden ser comprendidas por todos.
Cuando me llega este caso lo primero que hago es una reflexión a los padres indicándoles que cada niño es cada niño, que van a clases diferentes, que tienen compañeros distintos, que sus ritmos de aprendizaje son diversos y que hasta las vacunas se les ponen a cada uno cuando toca y no a la vez. Les digo más: hacer la comunión juntos supone que uno de ellos la hace fuera de grupo, de amigos, de su clase, de todo. Lo que sea. Inútil de toda inutilidad.
Sigo su razonamiento. O adelantamos a un niño o atrasamos al otro. Adelantar supone el agravio comparativo para otras familias de que a ese niño como tiene hermanito lo cogen un año antes y a mi Vanessa, tan alta, nada de nada, que parecerá una novia. Supone que el niño no tiene la madurez de sus compañeros a la hora del aprendizaje y que hasta los ejemplos sacados de su clase son inútiles. Por supuesto ni un amigo. Todos son mayores (con lo que estas cosas significan a los siete años).
¿Atrasamos al mayor? Pues lo mismo pero al revés. En un grupo de niños, un zángano de un año más que está fuera de sitio. En este caso lo grave además es que tenemos un año al mayor sin recibir la eucaristía. Imaginen de paso que llega el momento de hacer la primera comunión de todos sus compañeros de clase. Todos menos él que tiene que esperar un año al pequeño.
Por todo esto soy contrario de adelantar o atrasar. Cada uno cuando le toque y punto. ¿Y si papá o mamá dicen que por narices juntitos? Pues en ese caso el mayor espera al pequeño.
Dicho esto, he de decir que los católicos practicantes habituales no suelen plantear este problema. Cada niño acude a la catequesis cuando le toca y celebra los sacramentos en su momento. Pero esto vale para todo. Los practicantes habituales, la gente que vive su fe con normalidad jamás piden nada extraordinario, y si alguna cosa sugieren siempre es con la premisa de que no cause problemas ni complique la vida al sacerdote ni a la parroquia. Estos jaleos de los dos hermanitos juntos, el bautizo en martes y la misa en el jardín son cosas de no habituales, de esos que cuando dices no puede ser encima te acusan de hacerles perder la fe.
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