Oficio de lecturas - Martes de la semana XV - Tiempo Ordinario



OFICIO DE LECTURA - MARTES DE LA SEMANA XV - TIEMPO ORDINARIO
De la Feria.

PRIMERA LECTURA

Año I:

Del segundo libro de Samuel     4, 2-5, 7

DAVID REINA SOBRE TODO ISRAEL. TOMA DE JERUSALÉN

    En aquellos días, estaban con Isbaal, hijo de Saúl, dos hombres, jefes de banda, uno llamado Baaná y el otro Rekab, hijos de Rimmón de Beerot, benjaminitas, porque también Beerot se consideraba de Benjamín. Los habitantes de Beerot habían huido a Guittáyim, donde se han quedado hasta el día de hoy como forasteros residentes.
    Tenía Jonatán, hijo de Saúl, un hijo tullido de pies. Tenía cinco años cuando llegó de Yizreel la noticia de lo de Saúl y Jonatán; su nodriza lo tomó y huyó con él, pero con la precipitación de la huida, se le cayó y quedó cojo. Se llamaba Meribaal.
    Rekab y Baaná, hijos de Rimmón de Beerot, se pusieron en camino y llegaron a casa de Isbaal a la hora de más calor del día, cuando dormía la siesta. Entraron en la casa. La portera se había dormido mientras limpiaba el trigo. Rekab y su hermano Baaná se deslizaron cautelosamente y entraron en la casa. Estaba Isbaal durmiendo en su lecho, en su recámara; lo hirieron y lo mataron. Luego le cortaron la cabeza, la tomaron y caminaron toda la noche por la ruta de la Arabá. Llevaron la cabeza de Isbaal a David, a Hebrón, y le dijeron:
    «Aquí tienes la cabeza de Isbaal, hijo de Saúl, tu enemigo, el que buscó tu muerte. Hoy ha concedido Dios a mi señor, el rey, venganza sobre Saúl y sobre su descendencia.»
    Respondió David a Rekab y a su hermano Baaná, hijos de Rimmón de Beerot:
    «¡Vive el Señor, que ha librado mi alma de toda angustia! Si al que me anunció la muerte de Saúl, creyendo que me daba una buena noticia, lo prendí y ordené matarlo en Siquelag, dándole este pago por su noticia, ¿cuánto más ahora que hombres malvados han dado muerte a un hombre justo en su casa, sobre su lecho? ¿No deberé pediros cuenta de su sangre y exterminaros de la tierra?»
    Y David dio una orden a sus servidores, que los mataron, les cortaron las manos y los pies y los colgaron junto a la piscina de Hebrón. La cabeza de Isbaal la tomaron y la sepultaron en el sepulcro de Abner en Hebrón. Entonces vinieron todas las tribus de Israel hacia David en Hebrón y le dijeron:
    «Hueso tuyo y carne tuya somos nosotros. Ya de antes, cuando Saúl era nuestro rey, eras tú el que dirigías las entradas y salidas de Israel. El Señor te ha dicho:
    "Tú apacentarás a mi pueblo Israel, tú serás caudillo de Israel."»
    Vinieron, pues, todos los ancianos de Israel a Hebrón y el rey David hizo ahí un pacto con ellos ante el Señor, y ungieron a David como rey de Israel.
    Treinta años tenía cuando comenzó a reinar y reinó cuarenta años. Reinó en Hebrón sobre Judá siete años y seis meses. Reinó en Jerusalén sobre todo Israel y sobre Judá treinta y tres años.
    Marchó el rey sobre Jerusalén con todos sus hombres contra los yebuseos, que habitaban aquella tierra. Dijejon éstos a David:
    «No entrarás aquí, porque hasta los ciegos y cojos bastan para rechazarte.»
    Querían decir: «No entrará David aquí.»
    Pero David conquistó la fortaleza de Sión, que es la ciudad de David.

Responsorio     Sal 2,2.6. 1

R. Se alían los reyes de la tierra, los príncipes conspiran contra el Señor y contra su Mesías. * Pero yo mismo he establecido a mi Rey en Sión, mi monte santo.
V. ¿Por qué se amotinan las naciones, y los pueblos planean un fracaso?
R. Pero yo mismo he establecido a mi Rey en Sión, mi monte santo.


Año II:

Del libro de Job     3, 1-26

LAMENTACIÓN DE JOB

    Entonces Job abrió sus labios y maldijo el día de su nacimiento, diciendo:
    «¡Perezca el día en que nací, la noche que dijo: "Se ha concebido un varón"!
    Que ese día se vuelva tinieblas, que Dios desde lo alto no se ocupe de él, que sobre él no brille la luz, que lo reclamen las tinieblas y las sombras, que la niebla se pose sobre él, que un eclipse lo aterrorice, que se apodere de esa noche la oscuridad, que no se sume a los días del año, que no entre en la cuenta de los meses; que esa noche quede estéril y cerrada a los gritos de júbilo, que la maldigan los que maldicen el Océano, los que entienden de conjurar al Leviatán; que se velen las estrellas de su aurora, que espere la luz en vano y no vea el parpadear de la alborada; porque no me cerró las puertas del vientre de mi madre, ni escondió a mis ojos tanta miseria.
    ¿Por qué al salir del vientre no morí, o perecí al salir de las entrañas? ¿Por qué me recibió un regazo y unos pechos me dieron de mamar?
    Ahora dormiría tranquilo, descansaría en paz, lo mismo que los reyes de la tierra que se alzan mausoleos, o como los nobles que amontonan oro y plata en sus palacios.
    Ahora sería un aborto enterrado, una criatura que no llegó a ver la luz. Allí acaba el tumulto de los malvados, allí reposan los que están rendidos, con ellos descansan los cautivos sin oír la voz del capataz; se confunden los pequeños y los grandes y el esclavo se libra de su amo.
    ¿Para qué dar la luz a un desgraciado y vida al que la pasa en amargura; al que ansía la muerte que no llega y escarba buscándola anhelante, como se buscan los tesoros escondidos; al que se alegraría ante la tumba y gozaría al recibir la sepultura; al hombre que no encuentra su camino porque Dios le ha cerrado las salidas?
    Por alimento tengo mis sollozos, como el agua se derraman mis gemidos; lo que más temía me sucede, lo que más me aterraba me acontece. No tengo paz ni calma ni descanso, y vivo entre continuos sobresaltos.»

Responsorio     Jb 3, 24-26; 6, 13

R. Por alimento tengo mis sollozos, como el agua se derraman mis gemidos; lo que más temía me sucede, lo que más me aterraba me acontece, * y vivo entre continuos sobresaltos.
V. Ya no encuentro apoyo alguno en mí, se me ha ido lejos toda ayuda.
R. Y vivo entre continuos sobresaltos.


SEGUNDA LECTURA

De las Confesiones de san Agustín, obispo.

(Libro 10, 1, 1-2, 2; 5, 7: CSEL 33, 226-227. 230-23

A TI, SEÑOR, ME MANIFIESTO TAL COMO SOY

    Conózcate a ti, Conocedor mío, conózcate a ti como soy por ti conocido. Fuerza de mi alma, entra en ella y ajústala a ti, para que la tengas y poseas sin mancha ni defecto. Esta es mi esperanza, por eso hablo; y en esta esperanza me gozo cuando rectamente me gozo. Las demás cosas de esta vida tanto menos se han de llorar cuanto más se las llora, y tanto más se han de deplorar cuanto menos se las deplora. He aquí que amaste la verdad, porque el que obra la verdad viene a la luz. Yo quiero obrar según ella, delante de ti por esta mi confesión, y delante de muchos testigos por este mi escrito.
    Y ciertamente, Señor, a cuyos ojos está siempre desnudo el abismo de la conciencia humana, ¿qué podría haber oculto en mí, aunque yo no te lo quisiera confesar? Lo que haría sería esconderte a ti de mí, no a mí de ti. Pero ahora, que mi gemido es un testimonio de que tengo desagrado de mí, tú brillas y me llenas de contento, y eres amado y deseado por mí, hasta el punto de llegar a avergonzarme y desecharme a mí mismo y de elegirte sólo a ti, de manera que en adelante no podré ya complacerme sino es en ti, ni podré serte grato si no es por ti.
    Comoquiera, pues, que yo sea, Señor, manifiesto estoy ante ti. También he dicho ya el fruto que produce en mí esta confesión, porque no la hago con palabras y voces de carne, sino con palabras del alma y clamor de la mente, que son las que tus oídos conocen. Porque, cuando soy malo, confesarte a ti no es otra cosa que tomar disgusto de mí; y, cuando soy bueno; confesarte a ti no es otra cosa que tomar disgusto de mí; y, cuando soy bueno, confesarte a ti no es otra cosa que no atribuirme eso a mí, porque tú, Señor, bendices al justo; pero antes de ello lo transformas de impío en justo. Así, pues, mi confesión en tu presencia, Dios mío, es a la vez callada y clamorosa: callada en cuanto que se hace sin ruido de palabras, pero clamorosa en cuanto al clamor con que clama el afecto.
    Tú eres, Señor, el que me juzgas; porque, aunque ninguno de los hombres conoce lo íntimo del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él, con todo, hay algo en el hombre que ignora aun el mismo espíritu que habita en él; pero tú, Señor, conoces todas sus cosas, porque tú lo has hecho. También yo, aunque en tu presencia me desprecie y me tenga por tierra y ceniza, sé algo de ti que ignoro de mí.
    Ciertamente ahora te vemos como en un espejo y borrosamente, no cara a cara, y así, mientras peregrino fuera de ti, me siento más presente a mí mismo que a ti; y sé que no puedo de ningún modo violar el misterio que te envuelve; en cambio, ignoro a qué tentaciones podré yo resistir y a cuáles no podré, estando solamente mi esperanza en que eres fiel y no permitirás que seamos tentados más de lo que podamos soportar, antes con la tentación das también el éxito, para que podamos resistir.
    Confiese, pues, yo lo que sé de mí; confiese también lo que de mí ignoro; porque lo que sé de mí lo sé porque tú me iluminas, y lo que de mí ignoro no lo sabré hasta tanto que mis tinieblas se conviertan en mediodía ante tu presencia.

Responsorio     Sal 138, 1. 2. 7

R. Señor, tú me sondeas y me conoces; * de lejos penetras mis pensamientos.
V. ¿Adónde iré lejos de tu aliento, adónde escaparé de tu mirada?
R. De lejos penetras mis pensamientos.


Oración

Señor Dios, que muestras la luz de tu verdad a los que andan extraviados, para que puedan volver al camino recto, concede a todos los cristianos que se aparten de todo lo que sea indigno de ese nombre que llevan, y que cumplan lo que ese nombre significa. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

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09:17

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