Tengo en mi disculpa que ayer tocaba la parábola del trigo y la cizaña, para nada misericordiosa, todo lo contrario, dura y agria, al punto que teólogos como Higinio Fernández y Pepe Mario de la Atalaya sostienen que es un añadido posterior cuando en la comunidad de Mateo dos grupos se dieron de leches acusándose mutuamente de haber descuidado el trigo y perder la cosecha por las malas hierbas. No me extrañaría.
Me doy cuenta de que mi primer fallo estuvo en admitir que en este mundo hay gente buena (trigo) y mala (cizaña). Craso error, ya que los más eximios teólogos y pensadores nos han dejado claro que el pecado original no existe, luego todos somos buenos por naturaleza. Ya lo dijo el gran Summers que “to el mundo é güeno”.
Es verdad que puede darse el caso de que alguien te insulte, te escupa, te clave dos puñaladas, te saque las tripas y encima se ría. ¿Por esa nimiedad vamos a decir que es malo? No. Si acaso una víctima del sistema, y los culpables de su conducta, nosotros. O que alguien entre en un templo católico, profane la eucaristía, sacuda dos yoyas al sacerdote y se vaya dejando escrito en las paredes eso de que arderéis como en el treinta y seis. ¿Nos bastara eso para declararle malvado? La culpa es de sor Margarita que una vez le dio un pellizco porque lo encontró levantando las faldas a una niña, lo cual significa, al pellizco me refiero, por parte de la sor, represión de la sexualidad del pobre muchacho y agresión física. Bastante poco hace el pobre.
No acaba ahí la cosa. Porque constato que hablé incluso del demonio. Ya ven. Del demonio, cuando todos sabemos que es solo un artificio literario y una figura simbólica. El propio prepósito general de los jesuitas lo dijo hace bien poco. Pues yo hablando del demonio y diciendo que no cesa en su tarea de confundir en aras de acabar con la fe.
¿Que todo quedó en eso? Fue peor. Seguí hablando del juicio final… y, perdón por el escándalo, hasta del infierno y la posibilidad de acabar de patitas en él. Completo escándalo cuando llevamos años sabiendo que todo difunto, católico o no, independientemente de la vida que haya llevado, al morir se va derechito al cielo, según se encargan de predicarnos constantemente nuestros buenos sacerdotes en cada funeral.
No he terminado, no crean. Porque ya lanzado, dije que hay que andarse con ojo ante los que quieren acabar con la Iglesia, también desde dentro de ella, a base de desprestigiar la doctrina, quedarnos con la mera solidaridad humana y proclamar que lo único que importa es llevarnos bien porque todos en el fondo buscamos lo mismo. Eso de que todos buscamos lo mismo y que lo único importante es la solidaridad y la unión no lo decimos lo católicos, lo dicen otros, los masones, por ejemplo. Se me escapó. Masones. Se me escapó.
Estoy consternado, arrepentido y muy necesitado de puesta al día. Así pues, reconociendo que me he pasado y que he hablado en la homilía de hoy de cosas superadas, y que por consiguiente se me hace urgente un reciclado teológico – moderno – actual – misericordioso – en salida-, como penitencia y formación me pongo a los pies del ínclito Higinio Fernández esperando de su bondad y misericordia tenga a bien admitirme entre sus alumnos en aras de la salvación de mi alma, digo de mi plena realización personal, y la sana predicación a mis fieles, que ya está bien de que escuchen antiguallas, hombre.
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