Macron, un nacionalista inteligente

El 9 de mayo, día de Europa, se conmemoran los sesenta y siete años de la Declaración Schuman, origen del proceso de integración europea. Este aniversario pasa a un primer plano con la victoria del candidato social-liberal, Enmanuel Macron, en las elecciones presidenciales francesas. Ha sido un triunfo del europeísmo frente a un nacionalismo aislacionista que incluso amenazaba con un Frexit.

Pero no deberíamos olvidar, pese a lo afirmado por los partidarios de Marine Le Pen, que Macron es un nacionalista francés, un tanto híbrido a la manera de De Gaulle. No es el presidente que encarna el fantasma de la globalización y del capitalismo sin alma. No representa la disolución de los valores franceses. Por el contrario, encarna un nacionalismo más atractivo y puesto al día que el consabido del Front National, anclado en el culto a la tierra y los muertos, en la línea combativa de Maurice Barrès durante la Tercera República.

El discurso de Marine Le Pen subrayaba la oposición radical entre Francia y Europa y participaba de esa opinión generalizada de que los padres franceses de la integración europea no eran auténticos patriotas, ni Jean Monnet, supuesto caballo de Troya de los intereses americanos, ni Robert Schuman, una especie de ingenuo democristiano que debía pensar más en la paz que en los intereses de su país. Si esto hubiera sido así, si el proyecto europeo fuera antifrancés, el general De Gaulle lo habría descartado cuando llegó a la presidencia en 1958. Es sabido, por ejemplo, que los gaullistas se opusieron radicalmente a la Comunidad Europea de Defensa en 1954. Pero De Gaulle decidió dar a Europa un nuevo enfoque, distinto al funcionalista de Monnet, y abogó por una unión europea de Estados soberanos. 

No concibió los tratados de Roma como el preludio a una unión aduanera transformada posteriormente en unión política, tal y como había sucedido en la unificación alemana en el siglo XIX. Por el contrario, los tratados representaban para el general un instrumento del librecambismo al servicio de la modernización de Francia, en defensa de los intereses franceses porque el escenario geopolítico anterior a 1945, por no decir 1918, ya no volvería. De Gaulle no juzgaba incompatible pertenecer a una organización internacional si la soberanía estatal quedaba a salvo. De ahí que fomentara la reconciliación con Alemania, marcada por la entrevista con Adenauer en Reims (1962) y el tratado del Elíseo (1963). En el enfoque gaullista, más Europa –eso sí, la de los Estados– suponía más Francia, y una Francia en un papel de liderazgo.

Antonio R. Rubio
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