«La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra y el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres».
Cuando redactó esta consideración, Cervantes conocía bien lo que es estar en prisión. En los cinco años que estuvo encarcelado en Argel trató de escapar en cuatro ocasiones, y no lo consiguió: «no hay en la tierra, conforme a mi parecer, contento que se iguale a alcanzar la libertad perdida», pudo decir con la voz de una experiencia vivida.
La libertad es un don divino concedido al hombre, solamente a él. Del animal no se puede decir que es libre. No se trata solo de una capacidad de elección entre diversas opciones; este es solamente el aspecto práctico. La libertad es más honda, es el propio ser de la persona, que está orientado hacia una finalidad. «Es el señorío de quien, mediante las virtudes, es dueño de sus propios actos, y no un esclavo de las tendencias desordenadas, presentes en todo ser humano».
De la libertad emana este imperativo: sé mejor, ve a más, sé hombre, vive de acuerdo con lo que eres: hijo de Dios, querido y amado por Él para hacer el bien, para ser bueno. Este es el núcleo del cristianismo. Se puede afirmar que «la imagen de Dios en las personas creadas se halla sobre todo en la libertad».
Francisco F. Carvajal en "Pasó haciendo el bien"
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