Un millonario que logra presentarse como salvador de los humillados y excluidos. Un hombre que no frecuenta la iglesia y que se erige en defensor de la libertad religiosa. Son paradojas que dominan la elección de Donald Trump, un político suficientemente imprevisible como para atreverse a pronosticar sus líneas de actuación. También ocurre lo mismo en relación con temas que interesan de modo especial a la Iglesia católica.
En su campaña presidencial, quiso marcar sus diferencias con Hillary Clinton presentándose como un defensor de la libertad religiosa frente a las imposiciones sobre instituciones católicas dictadas por la Administración Obama y que seguirían bajo Clinton.
En un típico gesto electoral para congraciarse con votantes católicos (ver Aceprensa, 26-10-2016), Trump escribió a primeros de octubre una carta a los líderes católicos reunidos en Denver. En ella anunciaba su compromiso de apoyar la libertad religiosa, las causas provida y la libertad de enseñanza. “Soy, y seguiré siendo, provida. Defenderé vuestras libertades religiosas y el derecho a una completa y libre práctica de vuestra religión, tanto para los individuos, como para los propietarios de negocios y para las instituciones académicas”.
Manifestaba también que anularía las imposiciones que, en aplicación de la reforma sanitaria, han pretendido obligar a instituciones religiosas a cubrir en el seguro de los empleados los anticonceptivos y el aborto. “Daré absoluta certeza de que órdenes religiosas como las Hermanitas de los Pobres no serán hostigadas por el gobierno federal a causa de sus creencias religiosas”, aseguraba.
Aceprensa
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