–El Ángel del Señor anunció a María,
–y concibió por la gracia del Espíritu santo.
En mi anterior artículo (433) La Virgen de Fátima hoy: conversión, oración y penitencia (12-V-2017), con ocasión del viaje del Papa, de las canonizaciones y del comienzo del Centenario, hice una presentación muy abreviada del conjunto de las apariciones de la Santísima Madre de Dios en 1917. En su Centenario lo primero de todo es recordar, recibir y cumplirel mensaje de Fátima.
Sor Lucía, movida siempre por la obediencia, hizo cuatro relaciones fundamentales de los sucesos de Fátima: primera (1935), segunda (1937), tercera (1941) y cuarta (1941). Yo reproduzco aquí y comento el relato de la memoria cuarta (Memórias da Irmâ Lúcia, Secretariado dos Pastorcinhos, Fátima VIII-2000, 8ª ed.; Memorias de la Hermana Lucía, id., VII-2003, 7ª ed.). Y haré lo mismo, Dios mediante, en las fechas correspondientes a las siguientes apariciones. Transcribo el texto de Sor Lucía.
* * *
El trece de mayo
Día 13 de mayo de 1917. –Estando jugando con Jacinta y Francisco encima de la pendiente de Cova de Iría, haciendo una pared alrededor de una mata, vimos, de repente, como un relámpago. –Es mejor irnos ahora para casa, dije a mis primos; hay relámpagos; puede venir tormenta. –Pues sí.
Y comenzamos a descender la ladera, llevando las ovejas en dirección del camino. Al llegar poco más o menos a la mitad de la ladera, muy cerca de una encina grande que allí había, vimos otro relámpago; y, dados algunos pasos más adelante, vimos sobre una carrasca [encina pequeña] una Señora, vestida toda de blanco, más brillante que el sol, irradiando una luz más clara e intensa que un vaso de cristal, lleno de agua cristalina, atravesado por los rayos del sol más ardiente. Nos detuvimos sorprendidos por la aparición. Estábamos tan cerca que nos quedábamos dentro de la luz que la cercaba, o que Ella irradiaba. Tal vez a metro y medio de distancia más o menos.
Entonces Nuestra Señora nos dijo: –No tengáis miedo. No os voy a hacer daño. –¿De dónde es Vd.? le pregunté. –Soy del Cielo.
–¿Y qué es lo que Vd. quiere? –Vengo a pediros que vengáis aquí seis meses seguidos, el día 13 a esta misma hora. Después os diré quién soy y lo que quiero. Después volveré aquí aún una séptima vez. [N. del Editor: Esta «séptima vez» aconteció la mañana del día 16 de junio de 1921, cuando Lucía se despedía de la Cova de Iría. Se trataba de una aparición particular y personal]. –¿Y yo también voy al Cielo? –Sí, vas. –¿Y Jacinta? –También. –¿Y Francisco? –También; pero tiene que rezar muchos Rosarios.
Entonces me acordé de preguntar por dos muchachas que habían muerto hacía poco. Eran amigas mías e iban a mi casa a aprender a tejer con mi hermana mayor.
–¿María de las Nieves ya está en el Cielo? –Sí, está. (Me parece que debía de tener unos dieciséis años). –¿Y Amelia? –Estará en el Purgatorio hasta el fin del mundo [N. del Editor: Puede significar «por mucho tiempo»]. (Me parece que debía de tener de dieciocho a veinte años).
–¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que El quisiera enviaros, en acto de desagravio por los pecados con que es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores? –Sí, queremos. –Tendréis, pues, mucho que sufrir, pero la gracia de Dios será vuestra fortaleza.
Fue al pronunciar estas últimas palabras (la gracia de Dios, etc…) cuando abrió por primera vez las manos comunicándonos una luz tan intensa como un reflejo que de ellas se irradiaba, que nos penetraba en el pecho y en lo más íntimo del alma, haciéndonos ver a nosotros mismos en Dios que era esa luz, más claramente que nos vemos en el mejor de los espejos. Entonces por un impulso íntimo, también comunicado, caímos de rodillas y repetíamos íntimamente: «Oh Santísima Trinidad, yo os adoro. Dios mío, Dios mío, yo os amo en el Santísimo Sacramento».
Pasados los primeros momentos, Nuestra Señora añadió: –Rezad el Rosario todos los días, para alcanzar la paz para el mundo y el fin de la guerra.
En seguida comenzó a elevarse suavemente, subiendo en dirección al naciente, en la inmensidad de la lejanía. La luz que la rodeaba iba como abriendo camino en la bóveda de los astros, motivo por el cual alguna vez dijimos que habíamos visto abrirse el Cielo.
Me parece que ya expuse en lo escrito sobre Jacinta o en una carta, que el miedo que sentíamos, no fue propiamente de Nuestra Señora, sino de la tormenta que supusimos iba a venir, y de la cual queríamos huir. Las apariciones de Nuestra Señora no infunden miedo o temor, pero sí sorpresa. Cuando preguntaban si habíamos sentido miedo, y decía que sí, me refería al miedo que habíamos tenido de los relámpagos y del trueno que suponía vendría próximo; y de eso fue de lo que queríamos huir, pues estábamos habituados a ver relámpagos sólo cuando tronaba.
Los relárnpagos tampoco eran propiamente relámpagos, sino el reflejo de una luz que se aproximaba. Por ver esta luz es por lo que decíamos a veces que veíamos venir a Nuestra Señora, pero a Nuestra Señota propiamente só!o la distinguíamos en esa luz cuando estaba ya sobre la encina. El no sabernos explicar o el querer evitar preguntas fue lo que dio lugar a que algunas veces decíamos que la veíamos venir; otras que no. Cuando decíamos que sí, qué la veíamos venir, nos referíamos a que veíamos aproximarse esa luz que al final era Ella. Y cuando decíamos que no la veíamos venir, nos referíamos a que Nuestra Señora sólo la veíamos propiamente cuando estaba ya sobre la encina.
Hasta aquí el texto íntegro del relato de Sor Lucía.
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-Apariciones y visiones
Antes de comentar algunos aspectos concretos de este primer encuentro de los niños con la Virgen María, expondré en forma breve lo que la Bibli y el Magisterio, así como los teólogos y los santos, nos enseñan en relación a los fenómenos sobrenaturales –apariciones, visiones, revelaciones, profecías, locuciones, etc.– que Dios suscita a veces en los hombres. Me fijaré sobre todo en las apariciones y visiones.
La Biblia
Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento se refieren a seres o acontecimientos, que siendo inasequibles a las facultades naturales del hombre, a sus sentidos o a su inteligencia, por la acción de Dios, han sido a veces captados como realidades presentes o como imágenes de esas realidades. Dios mismo, los ángeles, los demonios, las almas de los difuntos, sucesos del pasado o del futuro, la Virgen María o algún santo, se muestran al hombre como realidades presentes. En los Evangelios, concretamente, se testimonia la presencia de los ángeles en el portal de Belén, las tentaciones de Jesús en el desierto, las llamas de fuego en Pentecostés, el mantel que Pedro ve descender de lo alto con alimentos… El vidente no produce por sí mismo lo que la aparición le muestra, sino que recibe en su mente o en sus sentidos algo que viene del cielo.
La aparición causa la visión. El mismo término latino apparere, apparitio, también en las lenguas modernos, significa una realidad que se hace visible o captables por un sujeto que la recibe, pero que no es producida por él. Si lo fuera, se trataría de una alucinación, que sólo muestra una apariencia de realidad inexistente, pero no sería una aparición, en la que siempre se captan realidades físicas o intelectuales existentes.
Visiones corporales, imaginativas o intelectuales
San Agustín (De Genesi ad litteram 12,6), San Isidoro (Etimologías 7,8, 37ss), Santo Tomás (STh I, 93, 6, 4m) y otros autores dividían ya las visiones como corporales, captadas por los sentidos exteriores; imaginativas, si por los sentidos interiores, e intelectuales, experimentadas por la inteligencia. Todas ellas coinciden en que no son impresiones puramente subjetivas, acciones del vidente, sino la manifestación de un objeto que es captado por el vidente como algo presente y real.
Santa Teresa de Jesús explica bien lo que estos autores citados aluden al paso sin explicarlo apenas. Partiendo de muy numerosas experiencias personales, ella habla a veces de visiones imaginarias, queriendo significar que eran visiones reales que se producían con imagen.
«Un día de San Pablo, estando en misa se me representó toda esta Humanidad sacratísima [del Señor] como se pinta resucitado, con tanta hermosura y majestad… que no se puede decir que no sea deshacerse… Esta visión, aunque es imaginaria, nunca la vi con los ojos corporales, ni ninguna, sino con los ojos del alma» (Vida 28,3). «Bien me parecía en algunas cosas que era imagen lo que veía, mas por otras muchas no, sino que era el mismo Cristo… Hay la diferencia que de lo vivo a lo pintado, no más ni menos. Porque si es imagen, es imagen viva; no hombre muerto, sino Cristo vivo; y da a entender que es hombre y Dios… Y viene a veces con tan grande majestad que no hay quien pueda dudar sino que es el mismo Señor» (28,7-8).
El Señor «apareciome como otras veces, y comenzó a mostrarme la llaga de la mano izquierda» (39,1). «Vino la hora de dormir, y yo estaba con hartos dolores y había de tener el vómito ordinario [!]… Comencé a llorar mucho y a afligirme… Estando en esta pena, me apareció el Señor y regaló mucho, y me dijo que hiciese yo estas cosas por amor a Él y lo pasase… Y así ahora no me parece que hay para qué vivir sino para esto… “Señor, o morir o padecer; no os pido otra cosa para mí”» (40,20). Apariciones semejantes tuvo Teresa de amigos suyos santos. San Pedro de Alcántara, «un año antes que muriese me apareció estando ausente, y supe se había de morir y se lo avisé… Cuando expiró, me apareció y dijo cómo se iba a descansar» (27,19).
En otras ocasiones nos habla Teresa de visiones intelectuales, sin imagen, como las muchas que ella tiene cuando llega a la vida mística, a la oración puramente pasiva, que apenas es descriptible: «no se ha de saber decir ni el entendimiento lo sabe entender ni las comparaciones pueden servir para declararlo, pues son muy bajas las cosas de la tierra para este fin» (V Moradas 1,1).
«Metida en aquella morada [séptima] por visión intelectual, por cierta manera de representación de la verdad, [se le aparece] se le muestra la Santísima Trinidad, todas tres Personas, y por una noticia admirable que se da al alma, entiende con grandísima verdad ser todas tres Personas una sustancia, y un poder y un saber y un solo Dios; de manera que lo que tenemos por fe, allí lo entiende el alma por vista, aunque no es vista con los ojos del cuerpo ni los del alma, porque no es visión imaginaria» (VII Morada 1,7).
¿Origen divino, diabólico o meramente natural de apariciones-visiones?
En todo esto, obviamente, surge la necesidad de discernir la autenticidad real de esos fenómenos sobrenaturales. ¿Cómo discernir las apariciones y visiones verdaderas, las que proceden de Dios, de aquellas otras de origen diabólico, o de las que están suscitadas simplemente del natural del hombre, en forma alucinatoria sin ella?
Discernimiento concreto de personas y circunstancias
Siendo la aparición una captación de algo extraordinario, antes de darle crédito, exige considerar con mucha atención al «vidente», su carácter, virtud, conocimientos, experiencias de su pasado, calidad doctrinal, etc. Pero también es importante conocer bien el marco ideológico y ambiental en el que ha vivido o vive todavía. Tanto en la condición personal del vidente, como en el anbiente que lo rodea, podemos hallar indicios para considerar su testimonio como fide-digno o como no fiable. Y en esto pueden darse tres diagnósticos fundamentales.
1. Constat de supernaturaliter. En los casos de videntes santos, como el de Lourdes o Fátima, su misma canonización por la autoridad de la Iglesia hace fidedignas sus visiones, y más si las mismas visiones son objeto de reconocimiento por parte de la Iglesia.
2. Non constat de supernaturalitate. Casos como las apariciones y mensajes de la Virgen de Medjugorje, que todavía no han recibido una aprobación oficial y definitiva de la Iglesia.
3. Constat de non supernaturalitate. Son muy numerosas las apariciones y visiones que, convenientemente investigadas, vienen a ser declaradas falsas por la Iglesia. Aunque no haya dolo en esa falsedad. Y aunque el primer engañado sea el propio vidente.
Discernimiento teológico
Conviene tener en cuenta varios principios fundamentales.
–Las apariciones y visiones auténticas son «gratiae gratis date», que pueden darse para el bien de la Iglesia a personas santas o no santas, incluso sin vida de la gracia (STh II-II, 172,4). Por ejemplo, Maximino, el vidente con Melania de las apariciones de La Salette, no era un niño ejemplarmente virtuoso.
–Toda visión o aparición cuyo mensaje es inconciliable con la doctrina de la Iglesia es falsa. Puede proceder de un hombre mal o bienintencionado, o incluso del diablo, «padre de la mentira», pues ya sabemos que «el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz» (2Cor 11,14) para perder a los hombres.
–Sólo la autoridad de la Iglesia, aprobando públicamente unas apariciones y su mensaje, puede garantizar el constat de supernaturalitate. Propiamente tal acto del Magisterio apostólico no llega a exigir de los fieles un asentimiento de fe divina. Y como es obvio, esta aprobación eclesiástica puede darse en grados muy diversos.
–La aprobación que da la Iglesia de ciertas apariciones o visiones puede darse en grados muy diversos, más explícitos o implícitos.
–Hay cultos a ciertas advocaciones marianas que, procedentes de tiempo immemoral, son aceptadas por la Iglesia, sin que haya constancia de su sobrenaturalidad en el origen. –El libro de la revelaciones, de Santa Brígida (+1373), es obra altísima en doctrina y espiritualidad, en la que lectores cultos o ignorantes hallaban grandes luces y gracias; pero que tuvo detractores también. Nada menos que un concilio, el de Basilea (1431ss), lo aprobó y recomendó. –Grandes solemnidades litúrgicas, como el Corpus Christi o el Sagrado Corazón tienen en buena parte su origen en las visiones y apariciones que tuvieron dos monjas contemplativas, Santa Juliana de Mont Cornillón (+1258) y Santa Margarita María de Alacoque (+1690). –Las apariciones y otros fenómenos extraordinarios dificultan en ocasiones las causas de beatificación. Así por ejemplo, la religiosa Ana Catalina Emmerick (+1834), ya desde niña, tuvo casi en forma continua visiones sobre el pasado, el presente y el futuro: visiones, apariciones y profecías, que fueron escritas por Clemente von Brentano (+1842), según ella se las narraba. En este caso la sobreabundancia de fenómenos sobrenaturales –también la estigmaticación– más que facilitar su beatificación, la dificultaron. En sus obras siempre podría haber interpolados textos de Brentano, añadidos con su mejor intención. Por eso cuando ¡por fin! fue beatificada por Juan Pablo II (2004), la consideración de sus visiones, profecías y apariciones fue separada del proceso, y su causa fue juzgada por la Iglesia atendiendo solamente a sus virtudes y a su patente santidad personal.
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–Las apariciones de Fátima son totalmente fidedignas
–Quiso Dios que el mensaje de su Madre fuera dado por tres pastorcillos niños e ignorantes, que de ningún modo hubieran podido fabricarlo ellos. Viviendo en el marco cerrado, piadoso y pobre de sus familias, nada o casi nada podían saber de los innumerables «ultrajes, sacrilegios e indiferencias» que Jesucristo sufría del mundo y de hombres de la misma Iglesia. Es probable que nunca hubieran oído hablar del modernismo en la Iglesia, tampoco de Rusia, y menos aún de sus alarmantes inicios marxistas –contemporáneos a las Apariciones– y de sus próximos ataques contra la Iglesia. Ellos transmiten el mensaje de la Virgen, sin más. La fiabilidad de los mensajes de Fátima viene también asegurada por los documentos y visitas de los Papas, por el culto litúrgico establecido, por la canonización de dos videntes, así como por la veracidad comprobada de sus anuncios y profecías.
–No hay en los tres niños rasgo alguno de brillo protagonista. En las fotografías aparecen como abrumados por el pecado del mundo y por la importancia de la misión que han recibido. No sin causa la Virgen les dice: –No tengáis miedo.
–La Virgen se apareció como una visión con imagen. No fue una visión intelectual, ni sólo una imagen infundida es sus mentes e imaginaciones. Así lo expresan los videntes: –Estábamos tan cerca que nos quedábamos dentro de la luz que la cercaba, o que Ella irradiaba. Tal vez a metro y medio de distancia más o menos.
–«Soy del cielo». La Virgen María desde el principio les asegura a los niños la autenticidad sobrenatural de sus apariciones. Les asegura a ellos y, más aún, a las autoridades de la Iglesia y del mundo, que sus mensajes no proceden del diablo, ni de las muy limitadas imaginaciones de los niños: Vienen del cielo. Vienen de Dios.
–Como el ángel Gabriel a María, la Virgen pide permiso a los niños para comunicarles su mensaje y su misión: «Vengo a pediros, que vengáis aquí seis meses»… «¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que Él quiera enviaros, en desagravio por los pecados y en súplica para la conversión de los pecadores?»… Aceptan los pastorcillos con voluntad incondicional: –Sí, queremos. –Tendréis mucho que sufrir, pero la gracia de Dios será vuestra fortaleza.
José María Iraburu, sacerdote
Post post.– Dios mediante, iré comentando el mensaje de las Apariciones de Fátima en los días en que se produjeron. No comento ahora otros puntos de este primer encuentro (13 mayo), que aunque son esbozados por la Virgen, tendrán desarrollos más amplios en las apariciones posteriores. En este artículo he preferido considerar qué son las apariciones y visiones.
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