María y su Ángel van camino de Ain Karin para visitar a la prima de nuestra Señora. En el centro de la caravana, la Virgen, montada en el borrico, cruza los brazos sobre su vientre y ensaya canciones de cuna para el Hijo que lleva en su seno.
—Gabriel,
—Dime, Señora.
—Cuando lleguemos a casa de Isabel, ¿cómo le explico lo que me ha ocurrido? Ella no sabe nada, y como no me ha visto desde que yo era muy pequeña…, a lo mejor piensa que son solo fantasías de una chiquilla.
—¿Quieres que me adelante?
Un segundo después, el Ángel Gabriel llega a casa de Zacarías. Isabel escucha con atención el mensaje del Arcángel y pregunta:
—¿María sabe que estoy esperando un niño?
—Yo mismo se lo dije hace unos días. Por eso viene hacia aquí.
—¡Ay, Dios mío, ¿Cómo podré alojarla en esta casa? ¡Quién tuviera un palacio para la Madre de mi Señor!
Entre tanto, a Zacarías se le escapa una lágrima pequeñita, abraza a su mujer y escribe en su pizarra:
—Ahora podrás desahogarte a gusto con ella. Yo disfrutaré con vuestra conversación como con una melodía celestial. No tengas miedo, Yahvé me ha dejado mudo para que no se me ocurra interrumpiros.
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