31 de mayo, Misa exequial de un feligrés de la Capilla santo Domingo.

Homilía para la misa exequial

Las lecturas que hemos escuchado, en esta misa exequial por Julio Raúl, son de despedida, Pablo se despide de los presbíteros de Éfeso, ayer les decía, ‘a mí no me importa la vida, me importa concluir mi carrera’, podríamos decir ‘a mí no me importa la vida, me importa vivirla’. La vida plena continúa después de la muerte. Pero la muerte es una separación y por eso en la despedida, como les dice que no lo verán más, se pusieron a llorar y lo abrazaron y besaron, después lo acompañaron hasta la barca.

Jesús en el Evangelio estás despidiéndose de sus apóstoles y los encomienda al Padre: ‘cuídalos, como yo los cuidé y no se perdió ninguno’. Este discurso de Jesús empezó ayer dónde decía: ‘que tenía autoridad para dar vida eterna a todos los que el Padre le había dado y esa vida eterna es conocer al único Dios vivo y verdadero a su enviado Jesucristo, Jesús vuelve al Padre, Julio Raúl vuelve a Dios, entra más en la comunión de los santos, entra en la verdadera vida.

(La vida de los hombres no termina con la muerte) El hecho de la muerte se alza como un muro lleno de interrogantes y de temor en el centro mismo del camino de la vida. Vamos avanzando por nuestra existencia y, de repente, nos encontramos encarados con esta muralla misteriosa que nos impide el paso, a veces se ve venir por el paso de los años, por la enfermedad, y otras no. Y en su misma base dejamos los restos de nuestro cuerpo. Los familiares, los amigos piadosamente los recogen y los entierran.

¿Todo se ha terminado para nosotros? Este es uno de los interrogantes escritos en la muralla de la muerte y que nos llena de angustia: ¿LA VIDA DE LOS HOMBRES SE TERMINA CON LA MUERTE?

La Palabra de Dios NOS DICE QUE NO: “La gente insensata—los que no tienen fe—pensaban que morirían—que todo se terminaba para ellos—, consideraba su tránsito como una desgracia, su partida de entre nosotros—esto es, el pasar de una a otra manera de vivir—como una destrucción. Pero ellos están en paz, Julio Raúl está en paz. Parece como si esta muralla de la muerte fuera impenetrable, que no nos deja pasar al otro lado, pero nuestra vida, aquello que constituye verdaderamente nuestra personalidad, “probada como oro en crisol”, libre de los obstáculos que nos imponían el tiempo y el espacio, “resplandecerá como chispa que prende” y atravesará el muro. HEMOS PASADO AL OTRO LADO.

En este momento solemne se cumple lo que dice el Antiguo Testamento: “Los que confian en el Señor conocerán la verdad, y los fieles permanecerán con él en el amor”.Ahora encontramos también respuesta a otro de los interrogantes de la muerte: ¿DONDE ESTAN NUESTROS DIFUNTOS? ¿QUIEN SE PREOCUPA AHORA DE ELLOS? Desde la fe podemos decir: “La vida de los justos está en manos de Dios” Jesús reza: ‘Padre cuídalos’. No tengamos miedo, ya que NUESTROS DIFUNTOS ESTÁN EN BUENAS MANOS, mucho mejores que las nuestras. Pues mientras vivían y estaban con nosotros, más de una vez fueron víctimas de nuestros defectos, de nuestras limitaciones, de nuestro egoísmo y, aún sin conscientemente quererlo, de nuestras injusticias. Ahora están en las manos de Dios: manos de padre que acogen, que cuidan, que comprenden, que aman y por ello siempre están dispuestas a perdonar. Manos de padre llenas de amor. Las manos de Dios nos han dado la vida, se han juntado con las nuestras y nos han conducido por los caminos de la existencia, nos han educado para la libertad, para la responsabilidad, para el amor. Por ello nos han salvado, nos han liberado, y han hecho que llegásemos a ser lo que somos: nosotros.

Las manos de Dios se alargan también hacia nosotros a la hora de la muerte y nos llevan al otro lado de la frontera, allí donde “ningún tormento nos tocará”, a la felicidad inmensa, al lugar del reposo, de la luz y de la paz, a la inmortalidad.

Nuestro hermano Julio Raúl ha dado este paso definitivo. Ahora está con Dios. Acompañemos a Margarita y a sus hijos Juan Pablo y Marcos, a su familia más cercana con el afecto silencioso y la oración.

ACOMPAÑEMOSLE a él CON NUESTRO RECUERDO Y CON NUESTRA PLEGARIA, unidos a Jesucristo, nuestro hermano mayor, que ha muerto y ha resucitado y nos ha enseñado el camino que conduce a nuestra casa, a la casa de Dios, a la casa del Padre, a la casa donde todos nos hemos de reunir para siempre. Hoy la Iglesia recuerda la visita que María le hace a su prima Isabel, el niño Juan salta de gozo ante la presencia de Jesús, en el vientre de su Madre. Que Julio Raúl esté en el gozo de Jesús, lo encomendamos también a María, para que ella se muestre madre y lo introduzca en la vida Plena. Amén.

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