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(Cr 36,14-16.19-23) ¡Sea su Dios con él, y suba!
(Ef 2,4-10) "Dios, rico en misericordia...nos ha hecho vivir en Cristo"
(Jn 3,14-21) "El que realiza la verdad se acerca a la luz"
--- Domingo “Laetare”
La liturgia dominical de hoy comienza con la palabra: Laetare: “¡Alégrate!”, es decir con la invitación a la alegría espiritual.
Vengo para adorar en espíritu el misterio de la cruz del Señor. Hacia este misterio nos orienta el coloquio de Cristo con Nicodemo... Jesús tiene ante sí a un escriba, un perito en la Escritura, un miembro del Sanedrín y, al mismo tiempo, un hombre de buena voluntad. Por esto decide encaminarlo al misterio de la cruz. Recuerda, pues, en primer lugar, que Moisés levantó en el desierto la serpiente de bronce durante el camino de cuarenta años de Israel desde Egipto a la Tierra Prometida. Cuando alguno a quien había mordido la serpiente en el desierto, miraba aquel signo, quedaba con vida (cf. Num, 21,4-9). Este signo, que era la serpiente de bronce, preanunciaba otra Elevación: “Es preciso -dice, desde luego, Jesús- que sea levantado el Hijo del Hombre- y aquí habla de la elevación sobre la cruz- para todo el que creyere en Él tenga la vida eterna” (Jn 3,14-15). ¡La cruz: ya no sólo la figura que preanuncia, sino la Realidad misma de la salvación!
--- La Cruz salvadora
Y he aquí que Cristo explica hasta el fondo a su interlocutor, estupefacto pero al mismo tiempo pronto a escuchar y a continuar el coloquio, el significado de la cruz:
“Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su Unigénito Hijo, para que todo el que cree en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna” (Jn 3,16).
La cruz es una nueva revelación de Dios. Es la revelación definitiva. En el camino del pensamiento humano, en el camino del conocimiento de Dios, se realiza un vuelco radical. Nicodemo, el hombre noble y honesto, y al mismo tiempo discípulo y conocedor del Antiguo Testamento, debió sentir una sacudida interior. Para todo Israel, Dios era sobre todo Majestad y Justicia interior. Era considerado como Juez que recompensa o castiga. Dios, de quien habla Jesús, es Dios que envía a su propio Hijo no “para que juzgue al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él” (Jn 3,17). Es Dios del amor, el Padre que no retrocede ante el sacrificio del Hijo para salvar al hombre.
--- El don de la gracia
San Pablo, con la mirada fija en la misma revelación de Dios, repite hoy por dos veces en la Carta a los Efesios: “De gracia habéis sido salvados” (Ef 2,5). “De gracia habéis sido salvados por la fe” (Ef 2,8). Sin embargo, este Pablo, así como también Nicodemo, hasta su conversión fue hombre de la Ley Antigua. En el camino de Damasco se reveló Cristo y desde ese momento Pablo entendió de Dios lo que proclama hoy: “...Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor que nos amó, y estando nosotros muertos por nuestros delitos, nos dio vida por Cristo -de gracia habéis sido salvados-” (Ef. 2,4-5).
¿Qué es la gracia? “Es un don de Dios”. El don que se explica con su amor. Y el amor que se revela mediante la cruz, es precisamente la gracia. En ella se revela el más profundo rostro de Dios. Él no es sólo el juez. Es Dios de infinita majestad y de extrema justicia. Es Padre, que quiere que el mundo se salve; que entienda el significado de la cruz. Esta es la elocuencia más fuerte del significado de la ley y de la pena. Es la palabra que habla de modo diverso a las conciencias humanas. Es la palabra que obliga de modo diverso a las palabras de la ley y a la amenaza de la pena. Para entender esta palabra es preciso ser un hombre transformado. El de la gracia y de la verdad.
¡La gracia es un don que compromete! ¡El don de Dios vivo, que compromete al hombre para la vida nueva! Y precisamente en esto consiste ese juicio del que habla también Cristo a Nicodemo: la cruz salva y, al mismo tiempo, juzga. Juzga diversamente. Juzga más profundamente. “Porque todo el que obra el mal, aborrece la luz”...-¡Precisamente esta luz estupenda que emana de la cruz!- “Pero el que obra la verdad viene a la luz” (Jn 3,20-21). Viene a la cruz. Se somete a las exigencias de la gracia. Quiere que lo comprometa ese inefable don de Dios. Que forje toda su vida. Este hombre oye en la cruz la voz de Dios, que dirige la palabra a los hijos de esta tierra nuestra, del mismo modo que habló una vez a los desterrados de Israel mediante Ciro, rey de Persia, con la invocación de esperanza.
Es preciso que nosotros reunidos en esta estación cuaresmal de la cruz de Cristo, nos hagamos estas preguntas fundamentales, que fluyen de la cruz hacia nosotros. ¿Qué hemos hecho y que hacemos para conocer mejor a Dios? Este Dios que nos ha revelado Cristo. ¿Quién es Él para nosotros? ¿Qué lugar ocupa en nuestra conciencia, en nuestra vida?
Preguntémonos por este lugar, porque tantos factores y tantas circunstancias quitan a Dios este puesto en nosotros. ¿No ha venido a ser Dios para nosotros ya sólo algo marginal? ¿No está cubierto su nombre en nuestra alma con un montón de otras palabras? ¿No ha sido pisoteado como aquella semilla caída “junto al camino” (Mc 4,4)? ¿No hemos renunciado interiormente a la redención mediante la cruz de Cristo, poniendo en su lugar otros programas puramente temporales, parciales, superficiales?
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