Tengo frente a mí una imagen de la Virgen. Es un cuadro pequeño que está clavado en la pared del dormitorio. Se trata de una reproducción no muy buena de la Inmaculada «de Soult», que pintó Murillo. El original se conserva en el Museo del Prado y es probablemente una de las obras más importantes de la última etapa del maestro.
En todos los centros del Opus Dei hay una imagen mariana para cada habitación, y, como en estos últimos años duermo en distintas casas con demasiada frecuencia, tengo un buen surtido de Vírgenes en la memoria. A veces, al despertarme, intento recordar a qué imagen recé por la noche antes de acostarme. Casi nunca acierto. Entonces me pongo en pie y le digo a mi Señora que lo siento. Supongo que es una especie de juego.
Esta mañana sí que acerté: sabía que era la Inmaculada de Murillo. Pero, mientras me afeitaba, quise recordar cuántos ángeles puso el pintor alrededor de la Virgen. Para algunas cosas mi memoria casi era fotográfica en otro tiempo:
―Quince, dieciséis…, veinte, veintidós…
Me quedé corto: 27 ángeles; algunos apenas esbozados entre las nubes. He dormido bien acompañado.
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