1. (Año II) 1 Reyes 21,17-29
a) Después de la fechoría de Ajab y su mujer, llega la denuncia por parte del profeta.
Perseguido por Jezabel, Elías había tenido que huir, pero ahora vuelve a la ciudad, por orden de Dios, y se dispone a seguir ejerciendo de profeta, pasada su crisis de desánimo.
Esta vez echa en cara valientemente a Ajab la grave falta que ha cometido: ha asesinado y robado y ha hecho «pecar a Israel» con la idolatría. «Y es que no hubo otro que se vendiera como Ajab para hacer lo que el Señor reprueba, empujado por su mujer Jezabel».
Le anuncia un duro castigo de Dios, aunque luego, ante el arrepentimiento mostrado por el débil y voluble rey, le dice que sucederá más tarde, en tiempo de su hijo. Un hecho paralelo al de David, que también se arrepintió de su pecado y obtuvo una prórroga del castigo.
El salmo el -«miserere»- es el eco de esta actitud humilde de Ajab, como lo fue también de la de David: «misericordia, Dios mío, por tu bondad… yo reconozco mi culpa… contra ti, contra ti solo pequé».
b) En todos los tiempos ha habido profetas valientes, verdaderos profetas, de los que hablan de parte de Dios, no para adular a los poderosos. Estos profetas defienden los derechos de los débiles y de los pobres, porque el que falta al pobre falta al mismo Dios.
La justicia social entra también, y de modo muy importante, en el campo de la actividad de los cristianos. Basta leer las encíclicas sociales de los últimos papas. El Catecismo de la Iglesia católica presenta un aspecto importante de nuestra misa: «la Eucaristía entraña un compromiso en favor de los pobres», y cita una dura homilía de san Juan Crisóstomo, en la que se queja de unos cristianos que muestran un culto muy cuidadoso al Cristo eucarístico, pero no tienen en cuenta al Cristo que está en la persona del hermano: «Has gustado la sangre del Señor y luego no reconoces a tu hermano… Dios te ha invitado a esta mesa, y tú, aun así, no te has hecho más misericordioso» (CEC 1 397).
Hay muchos como Nabot en el mundo de hoy: pobres y débiles maltratados por la vida y aplastados por los demás. Tendría que haber, también, muchos como Elías que denuncian la injusticia y trabajan en concreto por mejorar la justicia social. Que no sólo salen en defensa de los «derechos de Dios» -como hizo el profeta contra los cultos idolátricos-, sino también de los «derechos de los pobres» Como hizo en este caso de la injusticia contra Nabot.
2. Mateo 5,43-48
a) En el sermón de la montaña sigue Jesús contraponiendo la ley antigua con su nuevo estilo de vida: esta vez, en cuanto al amor a los enemigos.
La primera consigna, «amarás a tu prójimo», sí que estaba en el AT. La segunda, «aborrecerás a tu enemigo», no la encontramos en ningún libro, pero se ve que era la interpretación popular complementaria de la anterior. Jesús corrige esta interpretación: sus seguidores deberán amar también a los enemigos, o sea, a los que no sean de su familia o de su pueblo o de su gusto.
Saludar a los que nos saludan lo hacen todos. Amar a los que nos aman, es algo espontáneo, no tiene ningún mérito. Lo que ha de caracterizar a los cristianos es algo «extraordinario»: saludar a los que no nos saludan, amar a los enemigos, hacer el bien a los que nos aborrecen.
Jesús pone por delante como modelo nada menos que a Dios: «así seréis hijos de vuestro Padre, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos… sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».
b) El que mejor ha imitado a Dios Padre es Jesús mismo. Si por alguien mostró preferencias fue por los pobres, los débiles, los marginados por la sociedad, los pecadores.
Y, al final, entregó su vida por todos y murió perdonando a los mismos que le crucificaban.
En nuestra pequeña historia de cada día caben, por desgracia, la distinción de personas por simpatía o interés, las rencillas e indiferencias sostenidas, o el rencor hacia quienes nos parece que no nos miran bien. Tenemos un campo de examen y de propósito al leer estas recomendaciones de Jesús.
Debemos superar lo que nos resulta espontáneo -poner buena cara a los amigos, mala a los que no nos resultan simpáticos- y actuar como Dios, que es Padre de todos y manda su sol y su lluvia sobre todos. Nosotros no le daremos lluvia a nadie, pero sí le podemos ofrecer buena cara, acogida, ayuda y palabras amables y, cuando haga falta, perdón.
Tal vez lo primero que tenemos que «perdonar» a los otros es eso, el que sean «otros», con su carácter, sus manías, sus opiniones. Nos encontramos con personas de otra cultura, edad y formación y, a veces, de raza y de situación social diferentes. Entonces es cuando tenemos que recordar la consigna de amar a todos, como el Padre, como Cristo. Porque cuando nos resultan simpáticos, no hace falta recordar ninguna consigna.
El gesto de paz que hacemos antes de ir a comulgar ¿lo restringimos mentalmente sólo para los amigos y los que congenien con nosotros, o lo entendemos como gesto simbólico de que, a lo largo de la jornada, pondremos buena cara a todos?
«Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa» (salmo II)
«Si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿no hacen lo mismo los paganos?» (evangelio)
«Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (evangelio)
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