Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Miércoles de la 5 a. Semana – Ciclo A

“Jesús llamó de nuevo a la gente y les dijo: “Escúchenme todos y entiendan. Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro: lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. El que tenga oídos para oír que oiga. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen impuro al hombre”. (Mc 7,14-23)



Si no he contado mal, Jesús menciona trece pecados cuyo origen está en el corazón.

Lo más fácil es culpar a los demás.

Lo más fácil es culpar incluso al diablo.

Y no tenemos que ir tan lejos.

Basta que miremos lo que llevamos en el corazón.

Y nos daremos cuenta de que la maldad nace de dentro y no viene de fuera.


Y también nos está diciendo otra cosa:

He deseado en mi corazón, pero no lo he realizado.

Pues ahí está el pecado:

He deseado fornicar, pero no he podido.

Pero ya forniqué en mi corazón.

He deseado cometer adulterio, pero no he podido.

Pero mi corazón ha adulterado.

He deseado robar, pero he podido.

Pero mi corazón ya robó.

He deseado matar, pero no he podido.

Pero mi corazón y mató.

He deseado que las cosas te salgan mal, pero no he podido.

Pero mi corazón ya lo ha hecho.


La manantial del pecado y del mal, lo llevamos dentro.

Puede que el agua no sea la que queríamos.

Pero la culpa está en el manantial.


El corazón es misterioso.

Y el hombre es misterioso.

El hombre lleva dentro un manantial:

De donde brota lo bueno.

De donde brota lo malo.

Nos miramos mucho por fuera.

Y no nos miramos por dentro.

Conocemos demasiado nuestro cuerpo por fuera.

Pero conocemos muy poco nuestro corazón por dentro.

No somos lo que aparentamos por fuera.

Somos lo que somos por dentro.

No es lo que llevamos por fuera.

Es lo que no se ve dentro.

Está bien que cuidemos el cuerpo.

Está bien que cuidemos la limpieza del cuerpo.

Pero nosotros “nos somos por fuera”.

Nuestra verdad “la llevamos dentro”.

Somos nosotros mismos los causantes de lo que hacemos.

Y también de lo que queremos hacer y no podemos hacer.


Por eso Dios no mira tanto nuestro cuerpo:

cuanto la limpieza de nuestro corazón.

Con mucha razón le pedimos en el Salmo 50:

“dame un corazón puro”.

“renuévame con tu santo Espíritu”.

“devuélveme la alegría de mi corazón”.


Antes de culpar a nadie, mírate por dentro.

Dime cómo es tu corazón y te diré quién eres.

Dime lo limpio que es tu corazón y te diré lo limpia que es tu vida.


Clemente Sobrado C. P.




Archivado en: Ciclo A, Tiempo ordinario Tagged: conversion, corazon, impureza, pecado, pureza
23:10

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