Servus Theologiae



Hoy, como tantos días, las horas dedicadas a mi tesis. Sea dicho de paso, cuanto más trabajo en ella, menos me gusta. Más a disgusto me siento con mi trabajo.


Pero, eso sí, qué gran cosa es la Teología, la Ciencia de Dios. Lo que uno escriba influirá en los esquemas mentales de otros espíritus.


Siempre he tenido una visión catedralicia de la verdad teológica. La teología como una construcción de pilares, nervaturas pétreas, cimientos subterráneos y, después, una elevación que llega a los cielos, que es besada por las nubes, unas torres en las que habitan los pájaros.


En Teología, creo que lo mejor de mi obra está por venir. Y vendrá después de mi tesis. Cuando pueda erigir con libertad soberana. Y estoy firmemente decidido a erigir libros muy cortos, muy breves. Condensar, condensar.


De momento, de todos mis escritos teológicos, me quedo con mi Historia del Mundo Angélico.


En los, más o menos, treinta y cinco años de vida que me pueden quedar, ya no puedo perder tiempo en obras que sean distracciones. Claro que, tal vez, todo se quede en un sueño. Un sueño que da sentido a mi vida.



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