También describió vivamente la pasión de la cruz del Salvador el rey David en su salmo 22. Pero aunque en este salmo el texto se desarrolla en primera persona, naturalmente el rey David no pudo escribir de sí mismo, pues no soportó dichos padecimientos. Sólo figura como un prototipo del Mesías, refiriendo proféticamente a su propia persona lo que en realidad pertenecía a su Descendiente Cristo.
Es notable que algunas palabras de este salmo fueron pronunciadas literalmente por Cristo crucificado. A continuación vamos a presentar algunas frases del salmo 22, y paralelamente los correspondientes contextos Evangélicos.
Versículos 7-8: "Pero yo soy un gusano, no un hombre, vergüenza de la gente, desprecio del pueblo; al verme, se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza". Marcos15, 29: "Los que pasaban lo injuriaban, meneando la cabeza y diciendo: «Tú que destruyes el templo y lo reconstruyes en tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz»".
Versículo 17: "Me acorrala una jauría de mastines, me cerca una banda de malhechores; me taladran las manos y los pies". Lucas 23, 33: "Y cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda".
Versículo 18: "puedo contar mis huesos. Ellos me miran triunfantes, se reparten mi ropa, echan a suerte mi túnica". Mateo 27, 35. "Después de crucificarlo, se repartieron su ropa echándola a suertes".
Versículo 8: "Remítese á Jehová, líbrelo; Sálvele, puesto que en él se complacía." Esta frase fue repetida literalmente por los sumos sacerdotes y escribas, Mat. 27:43. "Confió en Dios, que lo libre si es que lo ama, pues dijo: “Soy Hijo de Dios”»".
Versículo 2-3: "A pesar de mis gritos, mi oración no te alcanza. Dios mío, de día te grito,
y no respondes; de noche, y no me haces caso". Mateo 27, 46: A la hora nona, Jesús gritó con voz potente: Elí, Elí, lemá sabaqtaní (es decir: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»).
Aparte de eso, el profeta Isaías (50, 4-11) había registrado los siguientes detalles referentes a los padecimientos del Mesías, que se han cumplido literalmente (expresados en primera persona:
"El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo; para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los discípulos. El Señor Dios me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos. El Señor Dios me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado. Mi defensor está cerca, ¿quién pleiteará contra mí? Comparezcamos juntos, ¿quién me acusará? Que se acerque. Mirad, el Señor Dios me ayuda, ¿quién me condenará? Mirad, todos se consumen como un vestido, los roe la polilla. Quien de vosotros teme al Señor y escucha la voz de su siervo, aunque camine en tinieblas, sin ninguna claridad, que confíe en el nombre del Señor, que se apoye en su Dios. Todos vosotros que atizáis el fuego y os ceñís con flechas incendiarias, caed en la hoguera de vuestro fuego, entre las flechas que habéis encendido. Esto recibiréis de mi mano: yacer en el tormento".
Este texto lo podemos comparar con Mateo 26, 67: "Entonces le escupieron a la cara y lo abofetearon; otros lo golpearon diciendo: «Haz de profeta, Mesías; dinos quién te ha pegado»".
Bajo la luz de estas profecías se hace comprensible la misteriosa profecía del patriarca Jacob destinada a su hijo Judá. Profecía completa (Gen. 49, 9-11): "Judá es un león agazapado, has vuelto de hacer presa, hijo mío; se agacha y se tumba como león o como leona, ¿quién se atreve a desafiarlo? No se apartará de Judá el cetro, ni el bastón de mando de entre sus rodillas, hasta que venga aquel a quien está reservado, y le rindan homenaje los pueblos".
En esta profecía el León por su poder y majestad simboliza al Mesías, Quien deberá nacer de la tribu de Judá. La pregunta del patriarca acerca de quien pudiera levantar al dormido león habla alegóricamente de la muerte del Mesías, que se denomina por la Sagrada Escritura "El león de la tribu de Judá" (Apoc. 5, 5).
Acerca de la muerte del Mesías hablan también las palabras proféticas finales de lavar los vestidos en el zumo de uvas. La uva es símbolo de la sangre. Las palabras referentes a la asna y el pollino resultaron cumplidas cuando el Señor Jesucristo, antes de su Pasión en la cruz, entró (triunfalmente) a Jerusalén. En el capítulo siguiente veremos la predicción del profeta Daniel acerca del tiempo cuando tuvo que padecer el Mesías.
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