La liturgia diaria meditada - Si no hago las obras de mi Padre, no me crean (Jn 10,31-42) 23/03

Viernes 23 de Marzo de 2018
Misa a elección:

De la feria. Morado.
Santa María junto a la cruz. (ML). Blanco.

Martirologio Romano: Santo Toribio de Mogrovejo, obispo de Lima, que siendo laico, de origen español y licenciado en leyes, fue elegido para esta sede y se dirigió a América donde, inflamado en celo apostólico, visitó a pie varias veces la extensa diócesis, proveyó a la grey a él encomendada, fustigó en sínodos los abusos y los escándalos en el clero, defendió con valentía la Iglesia, catequizó y convirtió a los pueblos nativos, hasta que finalmente en Saña, del Perú, descansó en el Señor (+1606 dC). Fecha de canonizacion: 10 de diciembre de 1726 por el Papa Benedicto XIII.
Antífona de entrada    Sal 30, 10. 16. 18
Ten piedad de mí, Señor, porque estoy angustiado; líbrame del poder de mis enemigos y de aquellos que me persiguen. Señor, que no me avergüence de haberte invocado.
Oración colecta         
Perdona las culpas de tu pueblo, Señor, para que tu amor nos libre del pecado que hemos contraído por nuestra debilidad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.

MISA DE SANTA MARÍA JUNTO A LA CRUZ

Antífona de entrada          Jn 19, 25
Junto a la cruz de Jesús, estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena.

O bien:         cf. Bar 4, 12
Que nadie se alegre al verme viuda y abandonada por muchos. Estoy desolada por los pecados de mis hijos, porque se desviaron de la ley de Dios.

Oración colecta     
Dios nuestro, tú quisiste que la Virgen Madre estuviera junto a la Cruz de tu Hijo participando de su Pasión; protege y acrecienta en tu familia los frutos de este sagrado misterio. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.

O bien:        

Dios nuestro, que por un misterioso designio has dispuesto completar la Pasión de tu Hijo con los sufrimientos y los dolores de los hombres, te pedimos que, así como has querido que la Virgen Madre estuviera junto al Hijo moribundo para participar de sus dolores, también nosotros, imitando a la Virgen, acompañemos generosamente a tantos hermanos que sufren, para llevarles tu amor y tu consuelo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
Oración sobre las ofrendas  
Dios de misericordia, concédenos acercarnos dignamente a tu altar, y, por nuestra constante participación en este sacrificio, alcanzar la salvación. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Antífona de comunión  cf. 1Ped 2, 24
Jesús llevó sobre la cruz nuestros pecados, cargándolos en su cuerpo, a fin de que, muertos al pecado vivamos para la justicia. Gracias a sus llagas, fuimos curados.
Oración después de la comunión
Padre santo, que este don recibido nos proteja siempre y aleje de nosotros todo mal. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Oración sobre el pueblo    (Facultativa)
Dios todopoderoso, concede a quienes esperan la protección de tu gracia que, liberados de todos los males, te sirvan con ánimo confiado. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre las ofrendas        
Recibe, Señor, los dones de tu familia y conviértelos en el sacramento de la salvación humana, con la que colaboró generosamente la Virgen María, en el sacrificio de la cruz. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona de comunión        col 1, 24
Ahora me alegro de poder sufrir por ustedes y completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo para bien de su cuerpo, que es la Iglesia.

Oración después de la comunión
Señor, después de recibir el anticipo de la salvación, te pedimos humildemente que derrames sobre toda la humanidad el Espíritu Santo presente en plenitud en tu Iglesia, y que Cristo, sumo sacerdote, nos mereció en el sacrificio de la cruz al que fue asociada su Madre. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre el pueblo    (Facultativa)

Protege, Señor, a tu pueblo que recuerda con amor a la santísima Virgen María junto a la cruz, y acompáñalo con la abundancia de tu gracia: que sea maduro en su fe, solícito en la caridad de Cristo y fuerte en la esperanza. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Lectura           Jer 20, 10-13
Lectura del libro del profeta Jeremías.
Dijo el profeta Jeremías: Oía los rumores de la gente: “¡Terror por todas partes! ¡Denúncienlo! ¡Sí, lo denunciaremos!”. Hasta mis amigos más íntimos acechaban mi caída: “Tal vez se lo pueda seducir; prevaleceremos sobre él y nos tomaremos nuestra venganza”. Pero el Señor está conmigo como un guerrero temible: por eso mis perseguidores tropezarán y no podrán prevalecer; se avergonzarán de su fracaso, será una confusión eterna, inolvidable. Señor de los ejércitos, que examinas al justo, que ves las entrañas y el corazón, ¡que yo vea tu venganza sobre ellos!, porque a ti he encomendado mi causa. ¡Canten al Señor, alaben al Señor, porque él libró la vida del indigente del poder de los malhechores!
Palabra de Dios.
Comentario
El profeta puede percibir que, debido a lo que él anuncia, a su alrededor se cierra un círculo de amenaza, atentado y muerte. Su respuesta no es escapar ni responder a la agresión, sino poner su causa en las manos de Dios y continuar su predicación.
Sal 17, 2-7
R. Invoqué al Señor y él me escuchó.
Yo te amo, Señor, mi fuerza, Señor, mi roca, mi fortaleza y mi libertador. R.
Mi Dios, el peñasco en que me refugio, mi escudo, mi fuerza salvadora, mi baluarte. Invoqué al Señor, que es digno de alabanza y quedé a salvo de mis enemigos. R.
Las olas de la muerte me envolvieron, me aterraron los torrentes devastadores, me cercaron los lazos del Abismo, las redes de la muerte llegaron hasta mí. R.
Pero en mi angustia invoqué al Señor, grité a mi Dios pidiendo auxilio, y él escuchó mi voz desde su Templo, mi grito llegó hasta sus oídos. R.
Versículo        cf. Jn 6, 63c. 68c
Tus palabras, Señor, son Espíritu y vida; tú tienes palabras de vida eterna.
Evangelio        Jn 10, 31-42
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.
Los judíos tomaron piedras para apedrear a Jesús. Entonces Jesús dijo: “Les hice ver muchas obras buenas que vienen del Padre; ¿por cuál de ellas me quieren apedrear?”. Los judíos le respondieron: “No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino porque blasfemas, ya que, siendo hombre, te haces Dios”. Jesús les respondió: “¿No está escrito en la Ley de ustedes: ‘Yo dije: Ustedes son dioses’? Si la Ley llama dioses a los que Dios dirigió su Palabra –y la Escritura no puede ser anulada– ¿cómo dicen: ‘Tú blasfemas’, a quien el Padre santificó y envió al mundo, porque dijo: ‘Yo soy Hijo de Dios’? Si no hago las obras de mi Padre, no me crean; pero si las hago, crean en las obras, aunque no me crean a mí. Así reconocerán y sabrán que el Padre está en mí y yo en el Padre”. Ellos intentaron nuevamente detenerlo, pero él se les escapó de las manos. Jesús volvió a ir al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan Bautista había bautizado, y se quedó allí. Muchos fueron a verlo, y la gente decía: “Juan no ha hecho ningún signo, pero todo lo que dijo de este hombre era verdad”. Y en ese lugar muchos creyeron en él.
Palabra del Señor.
Comentario
Jesús enfrenta y desafía a sus acusadores. Tiene muy claro la fuerza y la verdad de su mensaje y no duda de aquello de lo que está convencido. Su comunión con el Padre y su conocimiento de la Escritura lo han capacitado para estos momentos. ¿Y nosotros? ¿Buscamos conocer cada más la Escritura y a nuestro Padre y a así poder dar “razón de nuestra esperanza”?
Oración introductoria
Señor, ayúdame a limpiar mi corazón para conocerte en todo lo que realizo;que pueda ver tu mano y amor en todo lo que me rodea. Ayúdame a estar contigo en esta meditación y haz que mi corazón sea más semejante al tuyo, sobre todo en la virtud de la humildad.Tú conoces mis intenciones más íntimas y quiero ponerlas en tus manos. En el corazón de María, pongo a todos mis seres queridos, y también todo aquello que perturba mi corazón.
Señor, que me dé cuenta del gran amor que me tienes, y concédeme la gracia de ser humilde en mi deber como cristiano.
Meditación 
Hoy viernes, cuando sólo falta poco para conmemorar la muerte del Señor, el Evangelio nos presenta los motivos de su condena. Jesús trata de mostrar la verdad, pero los judíos lo tienen por blasfemo y reo de lapidación. Jesús habla de las obras que realiza, obras de Dios que lo acreditan, de cómo puede darse a sí mismo el título de “Hijo de Dios”... Sin embargo, habla desde unas categorías difíciles de entender para sus adversarios: “estar en la verdad”, “escuchar su voz”...; les habla desde el seguimiento y el compromiso con su persona que hacen que Jesús sea conocido y amado —«Maestro, ¿dónde vives?», le preguntaron los discípulos al inicio de su ministerio (Jn 1,38)—. Pero todo parece inútil: es tan grande lo que Jesús intenta decir que no pueden entenderlo, solamente lo podrán comprender los pequeños y sencillos, porque el Reino está escondido a los sabios y entendidos. 
Jesús lucha por presentar argumentos que puedan aceptar, pero el intento es en vano. En el fondo, morirá por decir la verdad sobre sí mismo, por ser fiel a sí mismo, a su identidad y a su misión. Como profeta, presentará una llamada a la conversión y será rechazado, un nuevo rostro de Dios y será escupido, una nueva fraternidad y será abandonado.
De Dios provienen todas las cosas, nosotros somos una simple herramienta en sus manos. La humildad nos ayuda a no llenarnos de soberbia, que es creer que todo lo que hacemos lo hacemos con nuestras propias fuerzas. Con la humildad,dejamos que Dios actúe en nosotros y que Él haga el bien al hombre por nuestro medio.
Esta misión Dios ya la puesto en mis manos antes de que yo naciera, y además, no me deja solo, sino que me da su fuerza para que la lleve a cabo (cf. Jeremías 1, 1-10). Por eso, debo de ser muy humilde, o al menos tender a la humildad todos los días para poder escuchar mejor la Santísima voluntad de Dios, que me la expresa todos los días por medio de la oración y de los sacramentos.
Faltan pocos días para terminar de acompañar a Cristo en su travesía a Jerusalén. Durante la cuaresma hemos caminado junto Él y llega el momento en que se demostrará cómo ha sido nuestra cercanía a lo largo de estos días. Una vez más Cristo prepara no sólo a sus apóstoles, sino sobre todo pretende enseñar los preceptos de su Padre a los escribas y fariseos. Enseñanzas muy difíciles de aceptar por los eruditos en la ley, por no decir imposible. Sin embargo, Cristo debe actuar guste o no los "expertos" en la ley.
Convendría examinar cuál es la única confianza humana de Jesús en sus predicaciones. Y no es otra que la certeza de predicar y vivir lo que su Padre le enseña. El amor a Dios y al prójimo. Por este motivo buscan apedrear a Jesús y como no apagarán su odio sólo con unas piedras buscarán llevarlo a la cruz. 
No nos debería parecer extraña la actitud de los fariseos, porque que un hombre como ellos se declare el Hijo de Dios sí que debió ser costoso aceptarlo. Lo que nos debería asombrar de los fariseos es la forma cómo estaban viviendo pues, ya era tanto su orgullo que ya no defendían la doctrina que enseñaban sino la fama y el honor que habían logrado hasta entonces. Por eso, ni siquiera eran capaces de aceptar el testimonio de un ciego recién curado, o la resurrección de Lázaro o los pasos de un paralítico curado en sábado. ¿Le condenarían también por predicar el mandamiento del amor, por enseñar doctrinas como "ama a tus enemigos" o "perdona quien te ha ofendido"? ¿Por cuál de todas ellas le van a apedrear?
Cobremos ánimo y fuerza para continuar acompañando a Cristo hasta el pie del calvario. Hemos seguido sus huellas durante estos 40 días y no vamos a abandonarle en el momento más difícil. Es necesario seguir acompañándole con nuestra oración diaria, con nuestra responsabilidad en nuestros compromisos y con todo aquello que nos mantenga unido a Él. 
Propósito
Buscaré ver a Dios en todo lo que hago, dándole gracias por lo bueno y lo malo.
Diálogo con Cristo
Señor,Tú sabes mejor que nadie cuán frágil soy y cuánta ayuda necesito para obrar como Tú deseas. Por eso, vengo ante ti este día, para pedirte perdón por no escucharte ni ver el gran amor que me tienes. Este día quiero ser un reflejo de tu amor; que los demás vean en mí el gran amor por el cual Cristo se hizo el más humilde de todos para salvarnos.

MISA DE SANTA MARÍA JUNTO A LA CRUZ

Lectura        Rom 8, 31b-39
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma.
Hermanos: Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿no nos concederá con él toda clase de favores? ¿Quién podrá acusar a los elegidos de Dios? “Dios es el que justifica. ¿Quién se atreverá a condenarlos?”. ¿Será acaso Jesucristo, el que murió, más aún, el que resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros? ¿Quién podrá entonces separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada? Como dice la Escritura: “Por tu causa somos entregados continuamente a la muerte; se nos considera como a ovejas destinadas al matadero”. Pero en todo esto obtenemos una amplia victoria, gracias a Aquel que nos amó. Porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor.
Palabra de Dios.

Comentario
¡Qué hermosa reflexión! San Pablo la presenta casi gritando y exclamando. Nada puede separarnos de Jesús si hemos puesto nuestra vida en él. Y lo que es más importante: nada puede separar a Jesús de nosotros. Nada nos aleja. Entreguemos nuestra vida al amor de Jesús.

Sal 17, 2-3. 5-7. 19-20
R. En mi angustia invoqué al Señor y él me escuchó.

Yo te amo, Señor, mi fuerza; Señor, mi Roca, mi fortaleza y mi libertador, mi Dios, el peñasco en que me refugio, mi escudo, mi fuerza salvadora, mi baluarte. R.

Las olas de la muerte me envolvieron, me aterraron los torrentes devastadores, me cercaron los lazos del abismo, las redes de la muerte llegaron hasta mí. R.

Pero en mi angustia invoqué al Señor, grité a mi Dios pidiendo auxilio, y él escuchó mi voz desde su templo, mi grito llegó hasta sus oídos. R.

Ellos me enfrentaron en un día nefasto, pero el Señor fue mi apoyo: me sacó a un lugar espacioso, me libró, porque me ama. R.

Secuencia     (optativa)

Se encontraba la Madre dolorosa junto a la cruz, llorando, en que el Hijo moría, suspendido.
Con el alma dolida y suspirando, sumida en la tristeza, que traspasa el acero de una espada.
Qué afligida y qué triste se encontraba, de pie, aquella bendita Madre del Hijo único de Dios.
Cuánto se dolía y padecía esa piadosa Madre, contemplando las penas de su Hijo.
¿A qué hombre no va a hacer llorar, el mirar a la Madre de Cristo en un suplicio tan tremendo?
¿Quién es el que podrá no entristecerse de contemplar tan sólo a esta Madre que sufre con su Hijo?
Ella vio a Jesús en los tormentos, sometido al flagelo, por cargar los pecados de su pueblo.
Y vio cómo muriendo abandonado, aquél, su dulce Hijo, entregaba su espíritu a los hombres.
Madre, fuente de amor, que yo sienta tu dolor, para que llore contigo.
Que arda mi corazón en el amor de Cristo, mi Dios, para que pueda agradarle.
Madre santa, imprime fuertemente en mi corazón las llagas de Jesús crucificado.
Que yo pueda compartir las penas de tu Hijo, que tanto padeció por mí.
Que pueda llorar contigo, condoliéndome de Cristo todo el tiempo de mi vida.
Quiero estar a tu lado y asociarme a ti en el llanto, junto a la cruz de tu Hijo.
Virgen, la más santa de las vírgenes, no seas dura conmigo: que siempre llore contigo.
Que pueda morir con Cristo y participar de su pasión, reviviendo sus dolores.
Hiéreme con sus heridas, embriágame con la sangre por él derramada en la cruz.
Para que no arda eternamente defiéndeme, Virgen, en el día del Juicio.
Jesús, en la hora final, concédeme, por tu madre, la palma de la victoria.
Cuando llegue mi muerte, yo te pido, oh Cristo, por tu madre, alcanzar la victoria eterna.

Versículo    
María, Reina del cielo y Señora del mundo, estaba junto a la cruz de nuestro Señor Jesucristo en el más profundo dolor.

Evangelio     Jn 19, 25-27
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, la mujer de Cleofás y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: “Mujer, aquí tienes a tu hijo”. Luego dijo al discípulo: “Aquí tienes a tu madre”. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como suya.
Palabra del Señor.

Comentario

En el dolor de la muerte, el discípulo de Jesús descubre la maternidad de María. De esta manera nuestro pueblo, también en el dolor, se encuentra con la Madre y la recibe en su casa.

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