Aseguro a mis lectores que este post lo escribí en la noche del martes, aunque lo voy a programar para que se publique el miércoles a las 15:00. ¿Por qué hago esta aclaración? Porque mañana, miércoles, celebraremos la misa crismal en mi diócesis. Y tras la misa comeremos juntos todos los sacerdotes.
Pues bien, para el clero de otras diócesis que me lea, y sin que sea una crítica para mi diócesis (porque escribo el post el día anterior), quiero dejar claro que estoy totalmente a favor de que las diócesis den una buena comida a sus sacerdotes ese día. De mi diócesis no tengo ninguna queja, salvo el postre. Ese horrible postre que nos han dado año tras año.
La única comida del año entero en la que estamos todos los sacerdotes es esa, la de la misa crismal. Y esa comida es también como un recuerdo de la cena de Jesús con sus apóstoles. La comida de ese día debe tener un carácter festivo, no puede ser una comida normal, corriente y moliente. Ahorrar ese día no tiene ningún sentido. Por lo menos no tiene un sentido virtuoso.
Esa comida, además, es un detalle de la diócesis hacia sus sacerdotes: ¡es una muestra de cariño! La gente no va a las comidas de empresa a comer, va a un acto social. No estamos en la posguerra española del hambre. Estamos en el año 2018, para simplemente comer uno se queda en casa. El almuerzo tras la misa crismal tiene, sin ninguna duda, un sentido eclesiológico.
¿Y los pobres? En la época de Jesús estoy convencido de que también había pobres. Pero la última cena con los apóstoles fue, sin ninguna duda, una buena cena.
Alguna diócesis puede tener la tentación de ser “ahorrativa”. Pero basta ver en Internet lo barato que resulta un buen cattering de empresa. Yo ahora he estado mirando varias empresas de cattering, cartas y precios. De hecho, me ha abierto el apetito y ya me iba a dormir. Hay magníficas ofertas de menús por 20 euros.
Estoy viendo un finger lunch que es una delicia y lo peor es que hay hasta fotos. Más vale que cierre esa página web de inmediato.
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