Escuchamos el relato de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. La pasión de todos los días. Basta con escuchar las noticias sobre muertes, asesinatos, violencia, sobre toda la maldad que cubre la tierra. Estamos en el corazón del mal y del sufrimiento, el mal invade nuestro mundo y lo hace por todas partes. Hay una presencia del mal espantosa, de una profundidad sin límites, para nosotros inimaginable, porque sólo el Señor puede conocer la extensión del mal.
La Pasión se encuentra en la vida de todos los hombres que son asesinados, de todos esos pobres a los que se les impide vivir dignamente, de esos países que son oprimidos por el yugo de los tiranos. Creo que hoy tenemos que pensar en ello. El Señor ha querido asumir el corazón de nuestra vida.
La Pasión de Cristo recapitula en sí todas las traiciones, todo el mal que se le puede hacer a un hombre. Cristo es abandonado por los suyos, por aquellos que más ama. Es traicionado con un beso. Es negado por aquél que va a colocar en la cabeza de su Iglesia. De pronto parece que todo en la vida de Cristo se convierte en traición, abandono, incomprensión, rechazo… “Dios mío ¿por qué me has abandonado?” (Mt 27,46) es un grito desgarrador. El misterio de Cristo es la infinita profundidad del mal, pero también el amor infinito.
Al final el amor infinito aparece, si el Señor ha aceptado pasar por ello, hasta llegar al límite del abandono, hasta una muerte atroz, es para salvarnos manteniendo una esperanza viva, para que podamos soportar este mundo, para que no desesperemos y para que tengamos la más loca esperanza en este mundo, para que tengamos fe y seamos testigos de esperanza.
El Señor no niega el mal. Se adentra en él como nadie lo ha hecho. Descubre lo que es para nosotros el pecado, ese pecado que nos muerde en lo más profundo de nuestro ser. Peo en el Misterio Pascual lanza un llamamiento de esperanza. En el Evangelio de Marcos hay una pequeña frase que nos hace pensar: el centurión que ve morir a Jesús dice “Verdaderamente este hombre era hijo de Dios”.
M. Joseph Le Guillou
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