Imagine, de John Lennon, posiblemente haya sido una de las canciones más escuchadas de los últimos días. Especialmente tras los atentados de Barcelona y Cambrils, en España, podemos decir que casi no ha habido acto en memoria de las víctimas, homenaje, recuerdo e incluso oraciones en los que no haya aparecido la cancioncita.
No sé si han reparado en la letra, que hay buenas traducciones: un mundo sin cielo, sin infierno, sin religiones, nada por lo que matar o morir, vivir el día a día… Un horror. Un toque tan sensible como falso para quinceañeros emotivos. Nada más. ¿Y esto nos representa, esto es un ideal de vida?
Hace poco le preguntaba a un grandísimo defensor de la canción: ¿por qué la defiendes, por qué lo haces cuando además tú eres católico? Me respondió: ya, pero hay que estar con los tiempos, con la gente, con la época.
¡ALTO AHÍ! Vamos a la segunda lectura de este domingo: “no os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto”. Es que lo nuestro, no es ajustarnos a este mundo, sino buscar en todo la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto.
Yo sé que la tentación de hacernos uno con el mundo es fuerte porque es halagadora. Buscar a Dios en todo, vivir la fe procurando en todo no el aplauso del mundo, sino la verdad que viene de Dios, su voluntad, es muy duro, y si no que se lo pregunten al profeta Jeremías: “yo era el hazmerreír todo el día, todos se burlaban de mí”. Al punto, que también él tuvo la tentación de abandonar: “Me dije: “No me acordaré de él, no hablaré más en su nombre”. Es viejo. Pero la Palabra le quemaba en su interior y no pudo callar.
Pedro sufrió la misma tentación: “¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte”. La misma, exactamente la misma que sufrimos todos cada día: la de acomodarnos al tiempo presente y rehuir todo esfuerzo por el Reino.
El seguimiento de Cristo no es algo para enamorar y hacer llorar a unos cuantos adolescentes por más que hayan cumplido los cuarenta. Es para gente recia, que escucha la Palabra y se la toma en serio desde su debilidad.
Atentos al evangelio: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”. Ya saben cómo es esta vida: “tengo derecho, mi proyecto, mi vida, es mi decisión, tengo derecho a ser feliz”. Nos equivocamos. Es la hora de negarse uno a sí mismo, aceptar su propia realidad y marchar con el maestro.
Y SIGUE: “Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará”. Volvemos a lo mismo: olvidarnos de nuestros proyectos, nuestros deseos, nuestras cosas… porque el que se cuida de sí mismo, pierde su vida, el que se olvida de sí mismo por Jesucristo, la encuentra.
Y SIGUE: “¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla?”. Y ahora van y se ponen a cantar Imagine de nuevo…
Y SIGUE: “el Hijo del Hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta”. Porque se nos olvida, pero hay un juicio final donde se nos juzgará de si buscamos hacer en todo la voluntad de Dios o pasamos la vida entre velitas, aromas de incienso y un darse la mano entre lágrimas emocionadas.
Nuestro único auxilio es Dios mismo. Por eso nosotros, los creyentes, los que queremos ser católicos de verdad no nos conformamos con una vida que canta Imagine a una falsa, sensiblona y demoniaca existencia. Nosotros somos otra cosa.
Por eso acabo la homilía de hoy recordando las palabras de san Pablo a los Romanos: “no os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto”.
Pues que seamos capaces de hacerlo con la gracia de Dios y el auxilio de la Virgen María.
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