Cuando pregunté a los niños si era justo que los que trabajaron apenas una hora cobrasen lo mismo que aquellos que tuvieron que bregar toda la jornada, evidentemente dijeron que no. Seguro que los mayores también lo pensaban, pero no se atreven a proclamarlo en público.
Ayer invité a mis feligreses a aproximarse a las lecturas del domingo desde tres consideraciones.
PRIMERA: “Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos - oráculo del Señor-“.
Les decía que tenemos que acostumbrarnos a dejar a Dios ser Dios, a comprender que tiene sus planes, sus tiempos, y que cosa nuestra es esperar, confiar, saber que todo es para nuestro bien. Y es que demasiadas veces nos dedicamos a enmendar a Dios la plana: y por qué permite, por qué hace, por qué no hace… Por tanto partimos de a necesidad de dejar a Dios ser Dios, de confiar y aceptar su voluntad.
SEGUNDA: Tener fe, vivirla desde niños, ¿es una suerte o una desgracia? Esa gente que dice que no hay derecho a que te pases la vida cumpliendo los mandamientos, yendo a misa los domingos, confesándote, renunciando a tantas cosas por ser fiel, y luego te viene uno que ha estado toda su vida como un sinvergüenza, se arrepiente al final y va al cielo como tú.
Si pensamos así, es que estamos viviendo el don de la fe como una maldición y una mala desgracia.
Por el contrario, deberíamos estar felices y contentos porque, mientras otros no han tenido la misma suerte, nosotros, desde niños, hemos gozado de la gracia, los sacramentos, un camino cierto para vivir como hijos de Dios, la Iglesia, la comunidad, la Palabra, todo. Otros se lo han perdido. Pobres. Qué lástima.
Dios no se cansa de llamar. A unos nos llamó desde chiquitines. A los que no respondieron, los ha seguido llamando, y siendo jóvenes dijeron sí. Otros de adultos, otros respondieron en su ancianidad, y los hay que no conocieron a Cristo hasta el último momento. Debemos alegrarnos porque estos hermanos, finalmente, han respondido a la llamada del Señor y han salvado definitivamente su vida.
Esta es la diferencia. El que vive su fe con gozo, se alegra de la salvación del hermano y se siente dichoso de poder encontrarse con él un día en el cielo. El que la vive como carga, se disgusta porque piensa que se le ha hecho un desprecio. Orgullo del que siendo criatura se siente con más derechos y más discernimiento que su creador.
TERCERA: “Lo importante es que vosotros llevéis una vida digna del Evangelio de Cristo”. Así es. Más que andar dando vueltas y pensando si dos hace las cosas bien, es momento de renovar nuestra voluntad de en todo vivir como pide la dignidad del bautizado. Es facilito y muy simple: cumplir los mandamientos de Dios y la Iglesia, practicar las obras de misericordia y gozar de la vida en Cristo en la comunidad, en la oración y la vida sacramental.
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