Oficio de lecturas - Domingo de la semana XXV - Tiempo ordinario




OFICIO DE LECTURA - DOMINGO DE LA SEMANA XXV - TIEMPO ORDINARIO
De la Feria. 

PRIMERA LECTURA

Año I</span>

Del libro del profeta Isaías     6, 1-13

VOCACIÓN DEL PROFETA ISAÍAS</span>

    El año de la muerte del rey Ozías vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso: la orla de su manto llenaba el templo. Y vi serafines de pie junto a él, cada uno con seis alas: con dos alas se cubrían el rostro, con dos alas se cubrían el cuerpo, con dos alas se cernían. Y se gritaban el uno hacia el otro, diciendo:
    «¡Santo, santo, santo es el Señor de los ejércitos, llena está la tierra de su gloria!»
    Y temblaban las jambas de las puertas al clamor de su voz, y el templo estaba lleno de humo. Yo dije:
    «¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos.»
    Y voló hacia mí uno de los serafines, con un ascua en la mano, que había cogido del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo:
    «Mira: esto ha tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado.»
    Entonces escuché la voz del Señor, que decía: «¿A quién mandaré? ¿Quién irá de parte mía?» Yo contesté:
    «Aquí estoy, mándame.»
    Él replicó:
    «Ve y di a ese pueblo: "Oíd con vuestros oídos, sin entender; mirad con vuestros ojos, sin comprender." Embota el corazón de ese pueblo, endurece su oído, ciega sus ojos: que sus ojos no vean, que sus oídos no oigan, que su corazón no entienda, que no se convierta ni sane.»
    Yo pregunté:
    ¿Hasta cuándo, Señor?»
    Y él me contestó:
    «Hasta que queden las ciudades sin habitantes, las casas sin vecinos, los campos desolados. Porque el Señor alejará a los hombres, y crecerá el abandono en el país. Y si queda en él uno de cada diez, de nuevo serán destrozados, como una encina o un roble que, al talarlos, dejan sólo un tocón. Este tocón, sin embargo, será semilla santa.»

Responsorio     Ap 4, 8; Is 6, 3

R.</span> Santo, santo, santo es el Señor Dios todopoderoso, el que era, el que es y el que va a venir. * Llena está la tierra de su gloria.
V. Y los serafines gritaban el uno hacia el otro: «Santo, santo, santo es el Señor de los ejércitos.»
R. Llena está la tierra de su gloria.

Año II

Comienza el libro de Tobit     1, 1-25

PIEDAD DEL ANCIANO, TOBIT</span>

    Historia de Tobit; hijo de Tobiel, de Ananiel, de Aduel, de Gabael, de la familia de Asiel, de la tribu de Neftalí, deportado desde Tisbé al sur de Cadés de Neftalí, en la alta Galilea, por encima de Jasor, detrás de la ruta occidental, al norte de Safed durante el reinado de Salmanasar, rey de Asiria.
    Yo, Tobit, procedí toda mi vida con sinceridad y honradez, e hice muchas limosnas a mis parientes y compatriotas deportados conmigo a Nínive de Asiria. De joven, cuando estaba en Israel, mi patria, toda la tribu de nuestro padre Neftalí se separó de la dinastía de David y de Jerusalén, la ciudad elegida entre todas las tribus de Israel como lugar de sus sacrificios, en la que había sido edificado y consagrado a perpetuidad el templo, morada de Dios.
    Todos mis parientes, y la tribu de nuestro padre Neftalí, ofrecían sacrificios al becerro que Jeroboam, rey de Israel, había puesto. en Dan, en la serranía de Galilea; mientras que muchas veces era yo el único que iba a las fiestas de Jerusalén, como se lo prescribe a todo Israel una ley perpetua. Yo corría a Jerusalén con las primicias de los frutos y de los animales, con los diezmos del ganado y la primera lana de las ovejas, y lo entregaba a los sacerdotes, hijos de Aarón, para el culto; el diezmo del trigo y del vino, del aceite, de las granadas, de las higueras y demás árboles frutales, se lo daba a los levitas que oficiaban en Jerusalén. El segundo diezmo lo cambiaba en dinero, juntando lo de seis años, y cuando iba cada año a Jerusalén lo gastaba allí. El tercer diezmo lo daba cada tres años a los huérfanos y viudas y a los prosélitos agregados a Israel. Lo comíamos según lo prescrito en la ley de Moisés acerca de los diezmos, y según el encargo de Débora, madre de mi abuelo Ananiel (porque mi padre murió, dejándome huérfano) .
    De mayor, me casé con una mujer de mi parentela llamada Ana; tuve de ella un hijo y le puse de nombre Tobías. Cuando me deportaron a Asiria como cautivo, vine a Nínive. Todos mis parientes y compatriotas comían manjares de los gentiles, pero yo me guardé muy bien de hacerlo. Y como yo tenía muy presente a Dios, el Altísimo hizo que me ganara el favor de Salmanasar, y llegué a ser su proveedor. Hasta que murió, yo solía ir a Media, y allí hacía las compras en casa de Gabael, hijo de Gabri, en Ragués de Media, donde dejé en depósito unos sacos con cuarenta arrobas de plata.
    Cuando murió Salmanasar, su hijo Senaquerib le sucedió en el trono. Las rutas de Media se cerraron y ya no pude volver allá. En tiempo de Salmanasar hice muchas limosnas a mis compatriotas: di mi pan al hambriento y mi ropa al desnudo; y, si veía a algún israelita muerto y arrojado tras la muralla de Nínive, lo enterraba. Así enterré a los que mató Senaquerib al volver huyendo de Judea; el Rey del cielo lo castigó por sus blasfemias, y él, despechado, mató a muchos israelitas; yo cogí los cadáveres y los enterré a escondidas; Senaquerib mandó buscarlos, pero no aparecieron. Un ninivita fue a denunciarme al rey, diciéndole que era yo el que los había enterrado. Me escondí, y, cuando me cercioré de que el rey lo sabía y que me buscaban para matarme, huí lleno de miedo. Entonces, me confiscaron todos los bienes; se lo llevaron todo para el tesoro real y me dejaron únicamente a mi mujer, Ana, y a mi hijo, Tobías.
    No habían pasado cuarenta días cuando a Senaquerib lo asesinaron sus dos hijos; huyeron a los montes de Ararat, y su hijo Asaradón le sucedió en el trono. Asaradón puso a Ajicar, hijo de mi hermano Anael, al frente de la hacienda pública, con autoridad sobre toda la administración. Ajicar intercedió por mí y pude volver a Nínive. Durante el reinado de Senaquerib de Asiria, Ajicar había sido copero mayor, canciller, tesorero y contable, y Asaradón lo repuso en sus cargos. Ajicar era de mi parentela, sobrino mío.
    Durante el reinado de Asaradón regresé a casa; me devolvieron mi mujer, Ana, y mi hijo, Tobías.

Responsorio     Cf. Tb 1, 19. 20; 2, 9; 1, 15

R.</span> Tobit hacía muchas limosnas a sus compatriotas: daba su pan al hambriento y su ropa al desnudo; * y, si veía a algún israelita muerto, lo enterraba.
V. Salía a visitar a todos los cautivos y les daba consejos saludables.
R. Y, si veía a algún israelita muerto, lo enterraba.

SEGUNDA LECTURA

Del Sermón de san Agustín, obispo, Sobre los pastores

(Sermón 46, 13: CCL 41, 539-540)

SOBRE LOS CRISTIANOS DÉBILES</span>

    A los malos pastores, a los falsos pastores, a aquellos pastores que buscan sus intereses personales, no los de Cristo Jesús, les dice el Señor: No fortalecéis a las débiles. En efecto, estos pastores se aprovechan de la leche y de la lana de sus ovejas, pero descuidan, en cambio, el bien de su rebaño y no fortalecen a las ovejas débiles. Según creo, existe diferencia entre la oveja simplemente débil y la oveja propiamente enferma, aunque algunas veces a la débil se la llame también enferma.
Me gustaría, hermanos, llegar a explicaros esta diferencia que media entre lo simplemente débil v lo propiamente enfermo; intentaré hacerlo en la medida en que soy capaz de comprenderlo; otros habrá, sin duda, que, o porque, son más peritos en la Escritura o porque habrán alcanzado una luz más abundante, podrán hacerlo mejor; yo os diré simplemente lo que comprendo, a fin de que, ya desde ahora, no os veáis totalmente privados del conocimiento de la Escritura. Débil es aquel de quien se teme que pueda sucumbir cuando la tentación se presenta; enfermo, en cambio, es aquel que se halla ya dominado por alguna pasión, y se ve como impedido por alguna pasión para acercarse a Dios y aceptar el yugo de Cristo.
    Pensad en aquellos hombres que tienen ya deseos de vivir virtuosamente, que se esfuerzan por ir adquiriendo las diversas virtudes, y que, con todo, están menos dispuestos a sufrir lo que es malo que a realizar lo que es bueno. En realidad la fortaleza cristiana incluye no sólo obrar lo que es bueno, sino también resistir a lo que es malo. Quienes, por tanto, desean sinceramente practicar la justicia pero no quieren o no se ven aún con ánimos para tolerar los sufrimientos, estos tales son los débiles. En cambio, los que se entregan a la vida mundana y viven cautivos de alguna mala pasión, éstos están alejados incluso del bien obrar, no tienen fuerzas ni posibilidades de obrar el bien y por ello podemos llamarlos con toda propiedad enfermos.
    De esta forma tenía enferma el alma aquel paralítico cuyos portadores, al ser impedidos por la multitud de poder presentar ante el Señor al que llevaban en la camilla, abrieron un boquete en el techo de la casa para lograr su intento. Es como si tú intentaras hacer algo parecido con tu alma, abriendo un boquete en el techo para poner ante el Señor el alma paralítica con sus miembros totalmente inmóviles; quiero decir, el alma vacía de buenas obras, llena, en cambio, de pecados y enferma por sus muchas pasiones. Si, pues, ves que todos tus miembros están sin movimiento y que tu alma está como paralítica, pero deseas llegarte al médico y quieres mostrarle lo que está oculto (quizás este médico habita en tu interior, y tú, que desconoces el sentido oculto de la Escritura, no has advertido su presencia), abre un boquete en el techo y colócate, como aquel paralítico, ante Jesús.
    Habéis escuchado ya lo que se dice a los que no actúan y descuidan su deber pastoral: No vendáis a las heridas, ni recogéis las descarriadas: os lo hemos ya recordado. La oveja estaba herida por el miedo de las tentaciones, y el pastor le hubiera podido dar un remedio para esta herida, es decir, hubiera podido recordarle aquellas palabras de consuelo: Fiel es Dios para no permitir que seáis tentados más allá de lo que podéis; por el contrario, él dispondrá con la misma tentación el buen resultado de poder resistirla.

Responsorio     1Co 9, 22-23

R.</span> Me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles; * me he hecho todo para todos, para salvarlos a todos.
V. Todo esto lo hago por el Evangelio, para ser partícipe del mismo.
R. Me he hecho todo para todos, para salvarlos a todos.

La oración conclusiva como en las Laudes.

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