(456) Evangelización de América, 5. -Asombrosamente rápida

Tarma, Perú - Semana Santa

–¿Y cómo pudo ser la evangelización de América tan rápida y duradera?

–Por obra del Espíritu Santo, que dio una fe muy profunda a los misioneros, religiosos y laicos; y una gran humildad receptiva a los indios. Un milagro.

–Inmensidad de América y del celo apostólico

Si los misioneros y conquistadores hubieran conocido desde el principio las magnitudes del Nuevo Mundo, es posible que desfallecieran en su intento de evangelizar y civilizar una extensión tan abrumadoramente grande en hombres, tribus, imperios, lenguas y tierras. Pero, obviamente, fueron descubriendo ese mundo inmenso poco a poco.

Los misioneros católicos, comenzando la difusión del Reino de Cristo en América a principios del siglo XVI, evangelizaron unos 11.000 kilómetros, si consideramos la distancia en línea recta que hay desde el norte de México y California hasta el extremo sur de Chile y Argentina. Un empeño apostólico tan enorme, que hizo nacer una veintena de regiones en la fe católica, es simplemente sobrehumano, no tiene explicación natural. Como la primera evangelización de los Apóstoles, ésta sólo pudo realizarse «por obra del Espíritu Santo».

Así se cumplió el mandato de Cristo: «id y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo cuanto yo os he mandado. Yo estaré con vosotros siempre, hasta la consumación del mundo» (Mt 28,19-20). Y así tuvo cumplimiento su profecía: «recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, y seréis mis testigos… hasta los extremos de la tierra» (Hch 1,8).

La fuerza misionera  –la fe firmísima, el amor a Dios y a los hombres, es decir, el celo por la gloria de Dios y por la salvación de los hombres, la esperanza contra toda esperanza, la abnegación y la capacidad de cruz– en aquellos hombres es indescriptible. Pero intentaré describirla en esta serie de artículos.

 

–Evangelización portentosamente rápida

Las esperanzas de aquellos misioneros se cumplieron en las Indias muy rápidamente, sobre todo en México y en Perú, donde muchos pueblos formaban la unidad del impero azteca y del inca. Más tiempo exigió, lógicamente, la evangelización de otras zonas habitadas por cientos de tribus de diferentes lenguas y culturas. Había de hacerse una evangelización una por una. En esta, digamos, segunda extensión misionera es cuando más misioneros fueron mártires.

Adelanto aquí solamente unos cuantos datos signi­ficativos sobre los dos imperios:

 

–Imperio azteca

1487. Solemne inauguración del teocali de Tenochtitlán, pirámide truncada religiosa, en lo que había de ser la ciudad de México, con decenas de miles de sacrifi­cios humanos, seguidos de banquetes rituales an­tropofágicos.

1520. En Tlaxcala, en una hermosa pila bautismal, fueron bautiza­dos los cuatro señores tlaxcaltecas, que habían de fa­cilitar a Her­nán Cortés la entrada de los españoles en México.

1521. Caída de Tenochtitlán, capital mexicana.

1527. Martirio de los tres niños tlaxcaltecas, descrito en 1539 por el franciscano Motolinía (+1569), y que fueron beatificados por Juan Pablo II en 1990. Está anunciada su canonización el 15-X-2017 por el papa Francisco.

1531. El indio Cuauhtlatóhuac, nacido en 1474, es bautizado en 1524 con el nombre de Juan Diego. A los cincuenta años de edad, en 1531, tiene las visiones de la Virgen de Guada­lupe, que hacia 1540-1545 son narradas, en lengua náhuatl, en el Nican Mopohua. Fue canonizado en 2002 por Juan Pablo II.

1536. «Yo creo –dice Motolinía– que después que la tierra [de México] se ganó, que fue el año 1521, hasta el tiempo que esto es­cribo, que es en el año 1536, más de cuatro millones de ánimas [se han bautizado]» (Hª de los Indios de la Nueva España II,2, 208).

Evangelización fulgurante. Y perdurable, hasta el día de hoy.

 

–Imperio inca

1535. En el antiguo imperio de los incas, Pizarro funda la ciudad de Lima, capital del virreinato del Perú, una ciudad, a pesar de sus revueltas, netamente cristiana.

1600. Cuando Diego de Ocaña la visita en 1600, afirma im­presio­nado: «Es mucho de ver donde ahora sesenta años no se conocía el verdadero Dios y que estén las cosas de la fe cató­lica tan ade­lante» (A través  de la América del Sur cp.18). 

Son años en que ya en la ciudad de Lima conviven cinco gran­des santos: el arzobispo Santo Toribio de Mogrovejo (+1606), el francis­cano San Francisco Solano, que misionaba la zona (+1610), la terciaria do­minica Santa Rosa de Lima (+1617), el hermano dominico San Martín de Porres (+1639) –estos dos nativos–, y el hermano dominico San Juan Ma­cías (+1645).

Todo, pues, parece indicar, como dice el franciscano Men­dieta, que «los indios estaban dispuestos a recibir la fe cató­lica», sobre todo porque «no tenían fundamento para defen­der sus idolatrías, y fácilmente las fueron poco a poco dejando» (Hª eclesiástica indiana cp.45).

Evangelización también rápida y perdurable.

Concluimos que cuando Cristo llegó a las Indias en 1492, hace más de cinco siglos, fue recibido pronto y bien.

 

–El nosotros hispanoamericano

El historiador mexicano Carlos Pereyra (+1942) observó que los hispanos europeos, tra­tando de recon­ciliar a los hispanos americanos con sus pro­pios antepasados criollos, defendían la memoria de éstos (La obra de España en América 298). Esa defensa, en todo caso, es necesa­ria, pues en la América hispana, en los ambientes ilustrados sobre todo, el resenti­miento hacia la propia historia ocasiona no pocas veces una conciencia dividida, un elemento morboso en la propia identificación nacional.

Ahora bien, «este resentimiento –escribe Salvador de Ma­da­riaga (+1978)– ¿contra quién va? Toma, contra lo españoles. ¿Seguro? Va­mos a verlo. Hace veintitantos años, una dama de Lima, apenas presentada, me espetó: “Ustedes los españoles se apresuraron mucho a destruir todo lo Inca”. “Yo, señora, no he destruido nada. Mis antepasados tampoco, porque se quedaron en España. Los que destruyeron lo inca fueron los antepasados de usted”. Se quedó la dama limeña como quien ve visiones. No se le había ocurrido que los conquistadores se habían quedado aquí y eran los padres de los criollos» (Presente y porvenir de Hispanoamérica 60).

 

Conocimiento de la propia historia y fidelidad a ella

Cada pueblo encuentra su identidad y su fuerza en la con­ciencia verdadera de su propia historia, viendo en ella la mano de Dios. Es la verdad la que nos hace libres. En este sentido, Salvador de Mada­riaga (+1978), meditando sobre la realidad humana del Perú, observa: «El Perú es en su vera esencia mestizo. Sin lo español, no es Perú. Sin lo indio, no es Perú. Quien quita del Perú lo español mata al Perú. Quien quita al Perú lo indio mata al Perú. Ni el uno ni el otro quiere de verdad ser pe­ruano… El Perú tiene que ser indoespañol, hispa­noinca» (ib. 59).

Estas verdades elementales, hoy a veces tan ignoradas, son afirma­das con particular acierto por el venezolano Arturo Uslar Pietri (+2001), con­cretamente en su artículo El «nosotros» hispanoamericano:

«Los descubridores y coloni­zadores fueron precisamente nuestros más influyentes an­tepasados culturales y no podemos, sin grave daño a la ver­dad, considerarlos como gente extraña a nuestro ser ac­tual. Los conquistados y colonizados también forman parte de no­sotros [… y] su influencia cultural sigue presente y activa en infini­tas formas en nuestra persona. […] La verdad es que todo ese pa­sado nos pertenece, de todo él, sin exclusión posi­ble, venimos, y que tan sólo por una especie de mutilación ontológica podemos ha­blar como de cosa ajena de los españo­les, los indios y los africa­nos que formaron la cultura a la que pertenecemos» (23-12-1991).

    Un día de éstos acabaremos por descubrir el Mediterráneo. O el Pacífico.

    Mucha razón tenía el gran poeta argentino José Hernán­dez (+1886), cuando en el Martín Fierro decía:

 «Ansí ninguno se agravie; / no se trata de ofender; / a todo se ha de poner / el nombre con que se llama, / y a naides le quita fama / lo que recibió al nacer».

 

José María Iraburu, sacerdote

 

Índice de Reforma o apostasía

Bibliografía de la serie Evangelización de América 

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