4. La rectificación de Carlos V y las Leyes Nuevas
Justos e injustos títulos, denuncias e intrigas, exageraciones y realidades. Tal era el ambiente que se vivía por entonces y tal era el planteo que Carlos V debía soportar. El emperador era un hombre sincero, recio pero de conciencia finísima. ¿Cómo debía actuar? Era tal su preocupación que, como señala Dumont, entre los años 1537 y 1542, él se planteó seriamente la posibilidad de abandonar completamente las Indias[1] y retornar su alma a la “paz” del continente europeo.
Juan Ginés de Sepúlveda
Carlos V sabía que si había algo que no debía hacerse era una injusticia; y esto era claro para un monarca católico. Tales preocupaciones fueron las que lo llevaron a promulgar, el 20 de noviembre de 1542, las mundialmente conocidas como “Leyes Nuevas”[2] donde se suprimirá el régimen de encomiendas (sin carácter retroactivo, es decir, seguían vigentes hasta la muerte del titular); la medida, absolutamente impopular para los españoles en América, traería sus consecuencias. Había sido Fray Bartolomé, de gran influencia sobre la persona del emperador, quien había solicitado su supresión total a cambio de que se enviasen negros a América en lugar de los indios (dicha proposición la mantendrá tanto en 1516 como en sus Avisos de 1543).
Sí, así como se lee: cambiar indios por negros, pues éstos eran menos hombres que aquéllos. Volveremos sobre este tema.
El otro el problema, más grave aún, era qué hacer con los encomenderos. Suprimir la encomienda, en lugar de regularla progresivamente, era –al decir de Dumont– “el error más grande que se podía cometer en América”, hasta el punto que poco faltó para que este error le costara a Carlos V la pérdida del Nuevo Mundo.
Toda América se levantará contra la decisión imperial: pacíficamente en México y violentamente en Perú. Es que el régimen de encomienda, no sólo traía un enorme provecho material a los españoles en Indias, sino –quiérase o no– espiritual y cultural, para España, como lo repite una y otra vez Zavala, el gran estudioso de la encomienda indiana. Desde las épocas de las Leyes de Burgos los encomenderos,
“tenían a su cargo laobligación legal de enseñar la fe a los indios o de ocuparse de que se les enseñara. De este modo aportaban una ayuda considerable, tanto material como moral, a los religiosos evangelizadores. A esto se refería Zumárraga, el obispo franciscano de México, en la asamblea del clero mexicano de 1544: sin las encomiendas «los Indios no serán bien doctrinados (…) y, no teniendo los españoles las dichas encomiendas, no se podrán sustentar muchos pobres e religiosos frailes (…), de que sucederá mucho detrimento en la doctrina cristiana». En el Perú sucedía lo mismo (…): «Consta documentalmente con qué celo [muchos encomenderos] se preocuparon de contratar religiosos que doctrinasen a sus indios, y cuando esto no fue posible, asalariaron a legos para que hicieran las veces de los tonsurados»”[3].
Liquidada con las Leyes Nuevas las encomiendas, ya no existían más leyes regulatorias, sufriendo en primer lugar las consecuencias, el mismo indio, que ahora quedaba legalmente desprotegido. Sin un régimen positivo, ahora todos quedarían a merced del libre comercio.
Además sin la ayuda política y militar de los encomenderos, la evangelización se hacía casi imposible. El sistema utópico (por decirlo de alguna manera) ya se había intentado en Guatemala; había sido allí donde, a instancias de Las Casas, se había intentado evangelizar sin la ayuda del brazo secular; era la ciudad de la Vera Paz (durante los años 1540-1555) donde todo funcionó medianamente bien al inicio; sin embargo, en 1555 los pacíficos indios lacandones terminarían la romántica empresa en un tremendo baño de sangre (sacrificios y rituales humanos incluidos[4]; ésta fue una de las razones por las cuales el mismo Las Casas, al ser nombrado obispo de Chiapas, logró siquiera estar un año en su sede episcopal dado que “le habían rechazado todos los demás religiosos mexicanos, reunidos en asamblea en México”[5]).
Las dos espadas se necesitaban mutuamente, guste o no (volveremos sobre el tema).
Tal era entonces el panorama en América cuando Carlos V -al igual que Paulo III- entendió que era un error el haber suprimido las encomiendas y retractó su decisión (entre octubre de 1545 y abril de 1546).
Nos encontramos así a las puertas de lo que será la grandiosa “controversia”.
5. La convocatoria a la Controversia de Valladolid
Un Papa y un emperador que se retractaban, críticas y contra-críticas, servidumbres y encomiendas, usos y abusos… El ambiente estaba caldeado, era incierto, movedizo… ¿hacía falta, entonces, echar más leña al fuego convocando a una disputa semi-pública al estilo medieval? ¿Era necesaria? ¿Sobre qué puntos debería discutirse?
Apuremos el trago y digamos de entrada para qué no se convocó la Controversia de Valladolid, a saber, no se trató aquí de discutir la condición humana o inhumana de los indios; nadie lo dudaba. Porque simplemente
No eran aquéllas, éstas, nuestras épocas “evolucionadas” donde algunos incluso quisieron negar la completa evolución de algunas razas humanas; no: ni Spencer ni Darwin existían por entonces. Pero, ¿desde cuándo ha surgido esa opinión común de que “los españoles dudaban del alma racional de los indios”? Al parecer, no hace mucho; más específicamente, quizás se haya hecho famosa luego de la obra de la novela pseudo-histórica de Jean-Claude Carrière titulada “Controversia de Valladolid”, masificada luego por un film (algo similar –aunque de menor calidad– a lo que aconteció por los ’80 con “El nombre de la rosa” de Umberto Eco y la posterior película protagonizada por Sean Connery).
Pero salgamos de la ficción.
En realidad, dos fueron los motivos reales de este examen de conciencia político.
El primero y principal, el planteo era cómo debía continuarse con la conquista.
A cincuenta años del descubrimiento los emprendimientos privados eran cada vez mayores y debía analizarse el modo en que se estaban llevando a cabo.
El segundo motivo, tenía nombre y apellido, pues era el mismo Carlos V quien, en persona y ya llegando al final de su vida, necesitaba tranquilizar su conciencia sobre lo que sucedía más allá del océano atlántico, como señala Dumont:
“La crisis de conciencia sobre la Conquista es ahora y ante todo la suya ante Dios. Siempre se ha tomado muy en serio sus responsabilidades como cristiano en relación con América, incluso hasta la minuciosidad. Al encomendar el 22 de septiembre de 1525 la misión de un viaje de descubrimiento en América al navegante Sebastián Caboto, le recomienda: -Velad con gran cuidado de no llevar en vuestra compañía ninguna persona conocida públicamente por su costumbre de blasfemar; pues no es mi voluntad que tales personas vayan en las cosas de mi servicio”[6].
Fueron éstos y no otros los motivos.
Dos personajes absolutamente distintos entrarán a disputar en una contienda antológica: el mismísimo confesor imperial, el Padre Juan Ginés de Sepúlveda, eminente teólogo y humanista del momento, traductor de Aristóteles y hombre moderado, y Fray Bartolomé de las Casas, el mismo fraile vehemente e iluminado quien, poco tiempo antes, había logrado la supresión de las encomiendas.
El “tema” de la disputa era sencillo: “tratar y hablar de cómo podían ser conducidas las conquistas en América justamente y con seguridad de conciencia” y las “expediciones de descubrimiento”[7].
¿Quiénes más participarían de la misma? Lejos de lo que pudiera imaginarse, no todos serán curas o frailes, sino también juristas eminentes que, lejos de toda polémica, deseaban llegar a conclusiones válidas; amén de Bernardino de Arévalo (el único franciscano), Cano, Soto, Carranza y Las Casas (todos dominicos) y Sepúlveda (sacerdote secular), el resto eran seglares; vale decir que sólo Arévalo y Las Casas habían estado en América:
“La Controversia de Valladolid, a la que muchos intentan reducir al estrecho círculo evangélico-polémico de Las Casas, incluía no sólo a los cuatro jueces religiosos (o cinco si contamos al obispo silencioso e intermitente) que supuestamente le apoyaban. Incluía también a otros diez jueces, juristas y administradores pertenecientes a los Consejos reales y encargados de administrar de forma efectiva, tanto en principio como en la práctica, los tan arduos asuntos espirituales y temporales de América. Varios de ellos eran personas eminentes en cuanto a información, reflexión y acción”[8].
Así, el 15 de Agosto de 1550, en la capilla del convento dominico de San Gregorio de Valladolid, se abriría el histórico debate.
[1] Cfr. ibídem, 90-91.
[2] Las Leyes Nuevas tendrán una causa “espiritual” análoga a la de la futura Controversia de Valladolid: los problemas de conciencia imperiales. Fue, en efecto, la derrota sufrida en la triste “Jornada de Argel” (octubre de 1541), donde las condiciones meteorológicas hicieron sufrir al emperador una derrota humillante, lo que llevaron a pensar a Carlos V que se trataba de un castigo divino por los abusos cometidos en las Indias; de allí el origen de una nueva legislación más benigna para el Nuevo Mundo.
[3]Guillermo Lohmann Villena, El corregidor de Indios en el Perú bajo los Austrias, Madrid, 1957, 20.
[4] Cfr. Jean Dumont, op. cit., 99.
[5]Philippe André-Vincent, Bartolomé de Las Casas, Tallandier, París 1980, 138.
[6]Jean Terradas, Une chrétienté d’outremer, Nouvelles éditions latines, París 1960, 114.
[7] Cfr. Jean Dumont, op. cit., 165.
[8]Ibídem, 146.
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