Yo era sólo una caña. Había crecido como las demás en el ambiente húmedo de la orilla del río. Pero mi vida no tenía sentido; era una caña hueca agitada por el viento, una caña vacía, sin fruto y sin futuro, en el cañaveral.
Así comenzó el musical que pude disfrutar en la noche de ayer con mucha otra gente: jóvenes, niños, mayores, algunos sacerdotes... Se llenó el salón de actos del seminario, a pesar de la hora tardía.
Un día se acercó el pastor hasta la orilla, me tomó en su mano arrancándome del lodo. Con su navaja fue haciéndome a su medida, vaciando mi vacío. Yo era sólo una caña vacía pero el pastor se enamoró de mi vaciamiento, y al llevarme a la boca, su aliento mellenó de soplo de vida, de música y de melodía al ritmo de sus dedos.
Y al ritmo de una música muy actual y muy expresiva iban narrándonos y visualizándonos el milagro de una vocación: la hondura del abismo, la mano tendida del amigo, de la familia... las dudas, las ataduras... y la respuesta... y la gracia de Dios, y el amor de Dios...
Yo era sólo una caña pero estaba llamada desde siempre a cambiar mi vacío en música y ser flauta, la flauta de su música que ya conocel las ovejas.
Nadie quedó indiferente y los aplausos fueron únánimes, prolongados y entusiastas. Confío en que suscitaran en los númerosos jóvenes que estaban presentes inquietudes y preguntas. Al menos, en mí, suscitaron alegría, emoción y agradecimiento por el regalo que son siempre, para cualquier diócesis, sus seminaristas ¡Los felicito de corazón!
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