“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”. (Jn 3,14-21)
Este Evangelio pudiera llevar varios títulos, todos ellos interesantes:
Los que buscan de noche.
Los cristianos anónimos nocturnos.
Diálogos nocturnos que hablan de grandes amaneceres.
Porque Nicodemo es uno de esos que buscan a Jesús en la oscuridad de la noche para no ser visto y no comprometerse con los de su secta.
Porque Nicodemo es uno de esos creyentes anónimos y nocturnos, en cuyo corazón ya está actuando la gracia.
Porque en ese encuentro de Nicodemo y Jesús se habla de grades amaneceres:
Es posible que Nicodemo viese algo extraño e interesante y tratase de alguna manera de jalarlo para su grupo.
Y sin embargo, Jesús le cambia totalmente de libreto, y le hace grandes anuncios:
Lo invita a salir de la esclavitud de la Ley y le anuncia la necesidad de “nacer de nuevo”.
Le anuncia un nuevo principio vital que no es precisamente el que procede de la ley, sino que procede del Espíritu.
Le revela un nuevo rostro de Dios:
No el Dios de la Ley.
Sino el Dios del amor.
Un amor que es capaz de enviar a su propio Hijo.
Un amor que tendrá su máxima expresión en ser elevado a lo alto de la Cruz.
Un amor que ni juzga ni condena sino que salva.
Un amor universal que abarca al mundo entero.
Y una llamada a vivir en la luz de la fe y no en la oscuridad de la Ley.
No todos los que aparentemente están fuera, lo están de verdad.
No todos los que parecen indiferentes, lo son de verdad.
Porque en sus corazones hay una insatisfacción y una búsqueda.
Son muchos los que buscan de noche, aunque de día parezcan otra cosa.
Son muchos los que, en el silencio de la noche, buscan la verdad de Dios.
Son muchos a los que Dios les escucha en la noche, pero para anunciarles la novedad de nuevos amaneceres en el espíritu.
Dios no envía a su Hijo a poner parches a lo antiguo.
Jesús anuncia la novedad de “un nuevo nacimiento”.
Porque solo “naciendo de nuevo”, sin viejos prejuicios, se puede aceptar:
Un Dios amor.
Un Dios que, a imitación del desierto, en medio de un ambiente de muerte es capaz de ofrecer el don de la vida.
Un Dios que ama tanto al hombre que es capaz de enviar a su Hijo único.
Un Dios que es capaz de permitir que su Hijo tenga que subir al palo de la cruz, como expresión del amor que Dios tiene al mundo.
Un Dios que no habla de cumplimientos de la Ley, sino que anuncia salvación para todos.
Nicodemo recibe, por primera vez, el anuncio de un rostro distinto de Dios.
No el rostro de un Dios que castiga, sino de un Dios que ama.
No el rostro de un Dios que condena, sino de un Dios que salva.
No el rostro de un Dios que ama y salva a unos cuantos, sino ama y quiere salvar al mundo entero.
Las noches sirven para dormir, pero también para las grandes intimidades.
Las noches sirven para llenar el corazón de oscuridades, pero también para anunciar lindos amaneceres.
Las noches sirven para morir, pero también para concebir nuevas vidas y nuevos nacimientos.
Las noches sirven para ocultarse de los hombres, pero también para encontrarse con Dios.
A estas alturas de la Cuaresma, ya va siendo tiempo:
Para darnos una cita con Jesús, aunque sea de noche.
Para dejarnos transformar por el Espíritu y comenzar a nacer de nuevo.
Para ir cambiando esa imagen que arrastramos de Dios y descubrir que el Dios de nuestra fe es un Dios amor, hasta el punto de entregarnos a su propio Hijo.
Para ir descubriendo un Dios amor que quiere salvarnos, y no quiere que se pierda ni uno de nosotros.
Creer en Dios no significa que Dios existe, sino sentirnos amados por El.
Clemente Sobrado C. P.
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